Voy a explicarles, por si a alguien le interesa, cómo llegué al estado de perplejidad católica en que me encontraba hasta hace unos meses y cómo, tiempo después, dejé de estar perpleja.
Había vuelto a la práctica religiosa leyendo la Introducción al Cristianismo y El espíritu de la liturgia de Joseph
Ratzinger antes de su elección como papa, y su llegada a la cátedra de Pedro me
convirtió en poco menos que una papólatra que devoraba todo lo que salía de su
pluma. Todos los miércoles seguía por internet las audiencias y todos los
domingos, el Angelus.
Con la idea de formarme en la fe, comencé el Bachillerato
en Ciencias Religiosas en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de
Barcelona. Teletrabajo desde hace años, y la opción de estudiar online, con
sólo dos encuentros presenciales por semestre en la Facultad de Teología de
Cataluña, sede del ISCREB, me pareció la mejor opción. Planeé completar los
créditos para obtener el bachillerato en unos 6 ó 7 cursos (está pensado para
tres), dada la frecuencia de los viajes que debo realizar por trabajo y el
tiempo en general de que dispongo. Entretanto, Benedicto XVI renunció y llegó
Francisco. Como habrán adivinado quienes conozcan el Instituto Superior de
Ciencias Religiosas de Barcelona, en mi ingenuidad de ortodoxia benedictina (de
Benedicto), desconocía el progresismo eclesial espantoso que se impartía en el
ISCREB. Fueron estos estudios y los años iniciales del pontificado de Francisco
los que comenzaron a despertarme del sueño ultramontano benedictino y a ver que
la furia de las aguas modernistas derribó finalmente el dique de contención que
en realidad había sido el papado de Ratzinger y entronizó a Bergoglio (si bien
Ratzinger no era un tradicional). Los capazos de heterodoxia recibidos en el
ISCREB y el pontificado de Francisco fueron el medio del que el Señor se valió,
me parece, para que comenzara a formarme verdaderamente y a comprender en qué
estado se encuentra la Iglesia de Cristo.
Con el pasar de los años, cada vez me habían ido dejando
más perpleja ciertas cosas que ocurren en la Iglesia, incluyendo las enseñanzas
que recibimos: las homilías, las hojas dominicales diocesanas, los escritos de
la Santa Sede. También el ambiente parroquial, ¿anestesiado? ante lo que
progresivamente resulta más evidente: que existe una Iglesia “oficial”, con su
alta jerarquía y muchos pastores, así como muchos fieles progresistas (aquí en
Cataluña es francamente insoportable) que se está apartando de la fe
bimilenaria de la Iglesia. Asistía a Misa diaria de 8 am en la parroquia de un
pueblo grande del extra-radio de Barcelona. Antes de comenzar a trabajar, cada
mañana leo desde hace años información católica en distintos blogs y,
tristemente, he ido hablando cada vez con menos católicos. Con los católicos
progresistas catalanistas, ya se entiende por qué. Y con los conservadores,
también, aunque de otra manera. Supongo que ya saben a qué me refiero. A un
erróneo concepto de obediencia al papa y a la jerarquía y a la sustitución en
la Iglesia, como dice el P. Gabriel Calvo Zarraute, de la verdad por la
autoridad. La cuestión es que el ser católica es el centro de mi vida;
Jesucristo, mi todo, y las afrentas que desde la Iglesia le lanzan me pone
enferma.
Desde el principio de mi vuelta a la Iglesia, la liturgia
ha sido el centro gravitatorio de mis días: las horas mayores del Breviario,
rezadas en latín desde hace unos meses, y la Misa diaria (novus ordo en la
parroquia y vetus ordo siempre que me era posible los domingos, en la capital).
Con mi vida social reducida a los mínimos de familia y pocos amigos, todo el
tiempo que no estoy trabajando o rezando lo invierto en la formación en la fe y
en la lectura bíblica. Y así llegué, con los años, a la perplejidad, que viví
con dolor como un despertar, como una cada vez más profunda conversión, en
aparente paradoja.
La cima de mi perplejidad la alcanzó la constatación de
que el problema del modernismo, cuya infiltración en la Iglesia era ya fuerte
un siglo antes del Concilio Vaticano II, como dijo John Senior y demuestra
Roberto de Mattei en su libro sobre el Concilio
(https://infovaticana.com/2018/05/03/la-historia-nunca-escrita-del-concilio-vaticano-ii/),
no es solamente la mala interpretación de los textos conciliares, y la
aplicación del (mal) “espíritu del Concilio”, sino algunas afirmaciones en los
mismos textos del Concilio. Y la descomposición que vemos hoy en todos los
ámbitos de la fe, la doctrina y la moral no es más que su consecuencia, sesenta
años después.
¿Qué hacer? Según lo veo yo, la Tradición es el camino;
mantenerse firmes en la fe; la contrarrevolución. La restauración del orden
cristiano. Dice John Senior que la cultura cristiana es todo lo que hemos
construido alrededor de la Misa. Porque, en la contrarrevolución y la
restauración de la cultura cristiana, la Misa celebrada por el vetus ordo juega
un papel fundamental. No es coherente ni llega al quid del asunto la convicción
doctrinal en la tradición apostólica si ésta no abarca también la liturgia, la
Misa. Porque lex orandi, lex credendi.
Para quienes objeten que hay parroquias que celebran la
Misa por el Novus Ordo muy ortodoxas y muy vivas, donde se celebra con
solemnidad y que, sobre todo, la Misa es válida; la respuesta, obvia, es que sí,
lo es. Pero, lean, descubran las diferencias con la Misa tradicional o
tridentina o “de siempre” o celebrada por el vetus ordo, como quieran llamarla;
lean sobre las intenciones yacentes tras la reforma litúrgica, y verán, como
decía recientemente un joven sacerdote, lo que nos han robado y lo que eso ha
significado para la fe católica: que ha sido no sólo adulterada, sino
sustituida por otra cosa.
Y no estoy negando ni la fidelidad a la cátedra de Pedro
ni, por supuesto, que la Iglesia Católica Apostólica hoy sea la misma Iglesia
fundada por Cristo, la única. Reconocerla y resistir los errores es nuestro
deber y la manera más consciente de avanzar en nuestra vida hacia la santidad,
que es nuestra vocación, con la gracia de Dios.
En los momentos de zozobra y perplejidad, me pasaban por
la cabeza ciertas cuestiones: una, la menos optimista (el optimismo no es
católico; lo es la esperanza), es el momento eclesial, esta batalla claramente
perdida en términos humanos en estos momentos contra el modernismo y todas las
herejías que compendia. Dos, que tal vez esto mismo conduzca a una gran
purificación en la Iglesia. Que se marchen los que ya no son en realidad
católicos, que igualmente ya están fuera y sólo hacen que confundir a los
demás. Tres, que el Señor ha vencido al mundo y que viene. Cuatro, que no
dejemos de rezar por los buenos y fieles sacerdotes, que son muchos, gracias a
Dios, y de pedir al Señor nos envíe más. Y cinco, permanecer; permanecer en la
Iglesia Católica Apostólica; orando, formándonos, resistiendo los errores, para
caminar hacia la santidad y poder transmitir el gran tesoro de la fe que hemos
recibido.
Crecientemente perpleja por el excesivo sentimentalismo y teatralidad de
las Misas de mi parroquia de pueblo del extra-radio de Barcelona y por las cada
vez más extrañas “enseñanzas de la Iglesia”, comencé a estudiar en conciencia,
como decía al principio, sobre temas litúrgicos y sobre la reforma litúrgica
posterior al Concilio Vaticano II. Soy consciente de que la Iglesia Católica Apostólica
es la única Iglesia verdadera, la fundada por Cristo, que Él nunca abandonará.
Pero desde que comencé a leer sobre esta cuestión, me duele profundamente aprender
sobre las motivaciones y la
arbitrariedad de los cambios litúrgicos y teológicos perpetrados durante las
décadas centrales del siglo XX, porque la horizontalidad del rito, la
desacralización y el oscurecimiento del significado de la Misa van de la mano
de cambios fundamentales en el ámbito teológico y nos han acabado llevando a la
ruina total en la que estamos.
Decía el sacerdote James Mallon en su libro “Una renovación divina” que,
cuando un organismo está sano, se desarrolla, crece; mientras que un organismo
que no lo hace es porque está enfermo. No hay más que ver los templos
católicos, medio vacíos, con presencia mayoritaria de ancianos, con ambientes
de tibieza insoportable y muchos lamentables sacerdotes. No tengo nada en
contra de los ancianos – faltaría más -, y entiendo que sean mayoría en la
Iglesia como reflejo de la sociedad en que vivimos, con una pirámide
poblacional invertida. Estos ancianos – ancianas, sobre todo – sostienen la
Iglesia. Porque el número de jóvenes es escaso, por muchos experimentos life teen y effetá que se hagan para que los adolescentes y jóvenes no
abandonen la Iglesia. Podría decirse que esto es también reflejo de la sociedad
en que vivimos, envejecida. Sin embargo, una visita a cualquier templo en que
actualmente se celebra la Misa por el vetus
ordo no resiste esta explicación: en estos templos no cabe un alfiler, la
mayoría de las personas son jóvenes, muchas de ellas familias con niños.
Siguiendo con la comparación del P. Mallon, la Iglesia postconciliar, si me
permiten la expresión, reflejaría la situación de un organismo enfermo,
mientras que la Tradición litúrgica ininterrumpida de la Iglesia refleja la situación
de un organismo sano. Está estudiado también que los fieles que asisten a la
Misa tradicional viven de manera más profunda su fe y obedecen los mandamientos
de Dios y de la Iglesia con mayor fidelidad que los que asisten a Misas novus ordo.
Llegó un momento en que ya no pude más con hojas dominicales sobre el
ahorro de agua, los migrantes y el
lavatorio de los pies el Jueves Santo a doce mujeres presidiarias; por no
hablar de Fiducia Suplicans y el
diaconato femenino que, según Specola, hace ya tiempo que está en capilla.
Tampoco podía soportar ya a los parroquianos que comulgan con ruedas de molino
y con quienes no se puede hablar de nada seriamente católico. Para mi
desgracia, por muy consciente que soy de que la Santa Iglesia Católica
Apostólica participa de la victoria de Cristo y que las puertas del infierno no
podrán contra ella, me podía la situación actual. Que no es solamente actual,
sino que viene de lejos. Dietrich von Hildebrand escribió en 1973 un tremendo
lamento sobre los cambios radicales que se habían operado en la Iglesia en “La
viña devastada”. Von Hildebrand fue un enorme intelectual del siglo XX y un
hombre que amó a la Iglesia con todo su ser. En palabras de su esposa, Alice
von Hildebrand, “era la trascendente belleza de la verdad lo que había
cautivado su corazón y su mente. Una belleza que él encontraba expresada, en su
forma más alta posible, en la liturgia viva de la Iglesia y, más centralmente,
en el santo Sacrificio de la Misa”. Comprendamos su indignación y tristeza tras
la revolución de mediados del siglo XX, que es la misma que podemos
experimentar hoy, por amor a Cristo y a Su Iglesia, resumiendo algunos de sus
pensamientos en dicha obra. Para von Hildebrand, desde mediados del siglo XX se
había consumado la obra activa de destrucción por parte de los enemigos de la
Iglesia desde dentro, introduciendo las más flagrantes herejías y blasfemias.
Se introducían errores que ya habían sido condenados por la Iglesia en
anteriores concilios. El autor deseaba mostrar claramente “el desastre que era
que tales graves errores y mediocridad hubieran penetrado en la Iglesia”.
El consuelo que le quedaba era que, ya en los años 1970, la situación
estaba siendo reconocida cada vez por un mayor número de católicos, que volvían
a la ortodoxia; es decir, a la Tradición. Para von Hildebrand, la creciente
oposición a la devastación de la viña del Señor era una especie de amanecer.
Así lo vivo yo también, sin haber experimentado personalmente aquellos cambios
traumáticos. Para mí, haber descubierto la Tradición viva de la Iglesia
Católica es haber descubierto el tesoro escondido del Evangelio, la perla
preciosa, por lo que vale la pena venderlo todo, a lo cual todo lo demás queda
subordinado, porque es la manera de vivir para Cristo, aspirando a la santidad.
Duele ver cómo la falacia vertida por el Papa Francisco en el documento Traditiones Custodes de que la Misa
tradicional atenta contra la unidad de
la Iglesia ha calado en algunas mentes. El Papa afirma en ese motu proprio
que el novus ordo es la única
expresión de la lex orandi de la
Iglesia y hay quien se lo cree. Sin embargo, las celebraciones del Camino
Neocatecumenal, no atentan contra la unidad de la Iglesia, pero la Misa de
siempre, ¿sí? ¿Y qué ocurrirá cuando inventen el rito amazónico? Qué
incongruencia y qué falacia. Monseñor Marcel Lefebvre lo resumió de manera inmejorable
al rememorar cómo la alta jerarquía eclesial siempre le felicitó por su manera
de formar sacerdotes. De la noche a la mañana, haciendo él lo mismo, pasó de
ser alabado a ser marginado y perseguido. ¿Quién había cambiado y quién se
mantenía en lo que la Iglesia había hecho y dicho siempre? ¿A quién debemos
fidelidad en la Iglesia? ¿A los innovadores y rupturistas, o a lo que la
Iglesia creyó e hizo siempre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario