En la Cataluña rural parece que las iglesias sólo se llenan para los funerales… y para San Blas (3 de febrero). Curioso lo de san Blas, ¿no?
Les expliqué en una ocasión anterior que tengo una buena amiga que reside en un pueblito de la Cataluña rural, en la provincia de Lérida, y voy a menudo a verla. Ventajas del teletrabajo y del trabajo por objetivos. Este año estuve allí a principios de febrero y, desde su pueblo de menos de dos mil habitantes, en que no se celebra Misa diaria – ni tan siquiera cada domingo-, nos desplazamos a otro pueblo más grande, en que sí hay Misa diaria, el día de la Candelaria. En la Misa, celebrada en la nave central, tal vez había 30 ó 35 personas. Bastante triste. La sorpresa fue que al día siguiente fue mi amiga la que propuso ir a Misa – algo poco frecuente en ella – al mismo pueblo, con toda la familia cargada de carros de la compra y cestas de comida. ¿La razón? La devoción popular a San Blas. ¿El resultado? La iglesia llena, llenísima, de señoras con sus carros de la compra para que el sacerdote bendijera la comida. Menudo shock; pareciera que la fiesta litúrgica de la Candelaria fuera una celebración muy menor en la Iglesia comparada con San Blas, obispo y mártir, memoria libre.
Como dije en la anterior entrada
mencionada más arriba, aterrizar en cualquier Misa en la Cataluña rural es un
shock litúrgico y sociológico en toda regla.
El caso es que hace unos días
volví al pueblo de mi amiga Laura por una triste razón concreta: el
fallecimiento de su abuelo. El funeral sí se celebró en la parroquia de su
pueblo. De hecho, en aquel pueblo se celebran muchas más Misas de exequias que
de cualquier otro tipo, al ser la población mayoritariamente envejecida. Y, si
comparamos con las pocas Misas dominicales – una al mes -, o con fiestas de la
Iglesia celebradas en pueblos más grandes, como las que he mencionado antes,
las Misas de exequias son todo un éxito de asistencia de fieles. Dice mi amiga
que esto es así en todos los pueblos; aunque sean pedanías en las que residen
50 personas. No puedo dejar de explicar la profunda desazón y tristeza que me
causó la Misa funeral por el abuelo de Laura. El templo, con tres cuartas
partes de asistencia. Muchas personas mayores. También jóvenes. La gran mayoría
de las personas en estos pueblos asisten a la iglesia sólo como muestra de
respeto y aprecio hacia sus vecinos en los funerales. De las doscientas
personas que debía haber, ninguna, absolutamente ninguna se levantaba cuando
hay que hacerlo. Para tal número de gente, tampoco se oían las respuestas al sacerdote.
No se oyó ni el Padrenuestro. Sí había personas charlando aquí y allá,
totalmente distraídas, durante la celebración. Y fuimos siete u ocho a comulgar
(en esta situación, al menos esto es un alivio). La primera lectura fue el
tremendo relato de la conversión de san Pablo en los Hechos de los Apóstoles, y
el Evangelio era Juan 6, el discurso del Pan de Vida. Un pobre lector hacía lo
que podía, y la megafonía del templo era peor que mala, agravándose todo porque
habían dejado los portones abiertos tras la entrada del féretro y pasaban
coches por la puerta sin cesar. La iluminación de la iglesia, inexistente si no
fuera porque eran las cinco de la tarde y entraba la luz por grandes vidrieras.
¡Fue tan deprimente! Era como
estar en un lugar donde nadie sabía de qué iba la Misa y, lo peor, que no les
interesaba. No era ni tibieza. Al tibio se le supone la fe. Ya sabemos que lo
que hay en los corazones sólo lo ve y lo juzga Dios, pero si hemos de juzgar
por los frutos, aquél parecía un conjunto de personas que habían apostatado de
la fe. Cierto que no era ni de lejos la primera vez que asistía a una Misa en
este pueblo u otros de la zona y que desde el principio ya me sorprendió la
diferencia con una Misa en cualquier parroquia urbana o semi-urbana de Cataluña.
En estas últimas, las personas por lo menos saben cuándo levantarse, cuándo
sentarse y qué responder, aunque siempre haya excepciones en bodas, bautizos y
primeras comuniones, cuando asisten personas que no suelen frecuentar la
Iglesia. En estos pueblecitos rurales, en cambio, los sacerdotes van repitiendo
a lo largo de la Misa a los fieles “pueden sentarse” o “pongámonos en pie” y,
si en alguna ocasión no lo dicen, nadie se levanta. Lo que inicialmente había
sido una sorpresa, ya no lo es, pero alcanzó el paroxismo el día del funeral,
después de la homilía, cuando un feligrés leyó las preces con todo el pueblo
sentado en los bancos. Nadie se puso en pie.
La tendencia habitual es “culpar”
al sacerdote. Las personas en estos pueblos lo hacen, al menos. Muchos dicen
que ya no van a Misa porque no les gusta el sacerdote. No cumplen el precepto y
se quedan tan tranquilos. Cierto que hay mucha pobreza entre los sacerdotes y
mucho funcionario con pocas ganas de trabajar. Pero en esta Misa concreta de exequias,
el sacerdote estuvo correcto. Redujo a su mínima expresión cualquier rastro
¿imprescindible? del ritual, como si hubiera dado por imposible hacer llegar el
mensaje cristiano a las personas presentes, pero predicó sobre la esperanza
cristiana y la vida eterna. Debe ser terrible estar mirando hacia las personas
sentadas en los bancos y ver en sus rostros el desinterés y la aburrida incredulidad
ante lo que se está diciendo. Ni siquiera es predicar en el desierto. La Cataluña rural no es ni siquiera una
“tierra de misión”. Tierras de misión son aquellas en que el Evangelio es
desconocido y es predicado por primera vez. No es el caso, evidentemente. A lo
que más se parece esta situación, por escalofriante que suene, es al de la
apostasía generalizada. Según la RAE, “apostasía” es “abjuración, retractación,
renuncia, abandono, deserción, repudio”. Renuncia, abandono y deserción, sin
duda. Las personas sentadas en los bancos estaban más de “cuerpo presente”
propiamente que el anciano cuyo cuerpo descansaba dentro del ataúd.
Muy pocos sacerdotes
en estas tierras, ciertamente. Sacerdotes con un estilo muy funcionarial y con
aparentes pocas ganas de trabajar, por lo que he podido observar. Pero es que,
además, con este “rebaño” apóstata, ¿es posible hacer algo, cristianamente
hablando? Por supuesto que todo está en manos de Dios, y Él quiere que todos se
salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, y sabrá cómo hacerlo. Pero
también es cierto que nos ha creado libres. Libres de vivir como si no
existiera, abandonados al absurdo de una vida sin Dios si ésa es nuestra
voluntad. Recientemente publicaba este portal las palabras del obispo de Bilbao
reconociendo que las zonas más nacionalistas son también las más secularizadas.
Es curioso. Yo solía pensar que el mundo rural, al ser más tradicional, sería
más “católico”, más practicante que las zonas urbanas. Estaba equivocada,
claramente; al menos en el caso catalán, donde aplica la misma situación que
comentaba el obispo de Bilbao: allí donde la nación se ha convertido en un
ídolo, ha desplazado a Dios y ha ocupado el puesto que sólo a Él corresponde.
Y, así, se han abandonado a su (mala) suerte.
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