jueves, 19 de septiembre de 2024

¿Apostasía silenciosa en la Cataluña rural?


 En la Cataluña rural parece que las iglesias sólo se llenan para los funerales… y para San Blas (3 de febrero). Curioso lo de san Blas, ¿no?

Les expliqué en una ocasión anterior que tengo una buena amiga que reside en un pueblito de la Cataluña rural, en la provincia de Lérida, y voy a menudo a verla. Ventajas del teletrabajo y del trabajo por objetivos. Este año estuve allí a principios de febrero y, desde su pueblo de menos de dos mil habitantes, en que no se celebra Misa diaria – ni tan siquiera cada domingo-, nos desplazamos a otro pueblo más grande, en que sí hay Misa diaria, el día de la Candelaria. En la Misa, celebrada en la nave central, tal vez había 30 ó 35 personas. Bastante triste. La sorpresa fue que al día siguiente fue mi amiga la que propuso ir a Misa – algo poco frecuente en ella – al mismo pueblo, con toda la familia cargada de carros de la compra y cestas de comida. ¿La razón? La devoción popular a San Blas. ¿El resultado? La iglesia llena, llenísima, de señoras con sus carros de la compra para que el sacerdote bendijera la comida. Menudo shock; pareciera que la fiesta litúrgica de la Candelaria fuera una celebración muy menor en la Iglesia comparada con San Blas, obispo y mártir, memoria libre.

Como dije en la anterior entrada mencionada más arriba, aterrizar en cualquier Misa en la Cataluña rural es un shock litúrgico y sociológico en toda regla.

El caso es que hace unos días volví al pueblo de mi amiga Laura por una triste razón concreta: el fallecimiento de su abuelo. El funeral sí se celebró en la parroquia de su pueblo. De hecho, en aquel pueblo se celebran muchas más Misas de exequias que de cualquier otro tipo, al ser la población mayoritariamente envejecida. Y, si comparamos con las pocas Misas dominicales – una al mes -, o con fiestas de la Iglesia celebradas en pueblos más grandes, como las que he mencionado antes, las Misas de exequias son todo un éxito de asistencia de fieles. Dice mi amiga que esto es así en todos los pueblos; aunque sean pedanías en las que residen 50 personas. No puedo dejar de explicar la profunda desazón y tristeza que me causó la Misa funeral por el abuelo de Laura. El templo, con tres cuartas partes de asistencia. Muchas personas mayores. También jóvenes. La gran mayoría de las personas en estos pueblos asisten a la iglesia sólo como muestra de respeto y aprecio hacia sus vecinos en los funerales. De las doscientas personas que debía haber, ninguna, absolutamente ninguna se levantaba cuando hay que hacerlo. Para tal número de gente, tampoco se oían las respuestas al sacerdote. No se oyó ni el Padrenuestro. Sí había personas charlando aquí y allá, totalmente distraídas, durante la celebración. Y fuimos siete u ocho a comulgar (en esta situación, al menos esto es un alivio). La primera lectura fue el tremendo relato de la conversión de san Pablo en los Hechos de los Apóstoles, y el Evangelio era Juan 6, el discurso del Pan de Vida. Un pobre lector hacía lo que podía, y la megafonía del templo era peor que mala, agravándose todo porque habían dejado los portones abiertos tras la entrada del féretro y pasaban coches por la puerta sin cesar. La iluminación de la iglesia, inexistente si no fuera porque eran las cinco de la tarde y entraba la luz por grandes vidrieras.

¡Fue tan deprimente! Era como estar en un lugar donde nadie sabía de qué iba la Misa y, lo peor, que no les interesaba. No era ni tibieza. Al tibio se le supone la fe. Ya sabemos que lo que hay en los corazones sólo lo ve y lo juzga Dios, pero si hemos de juzgar por los frutos, aquél parecía un conjunto de personas que habían apostatado de la fe. Cierto que no era ni de lejos la primera vez que asistía a una Misa en este pueblo u otros de la zona y que desde el principio ya me sorprendió la diferencia con una Misa en cualquier parroquia urbana o semi-urbana de Cataluña. En estas últimas, las personas por lo menos saben cuándo levantarse, cuándo sentarse y qué responder, aunque siempre haya excepciones en bodas, bautizos y primeras comuniones, cuando asisten personas que no suelen frecuentar la Iglesia. En estos pueblecitos rurales, en cambio, los sacerdotes van repitiendo a lo largo de la Misa a los fieles “pueden sentarse” o “pongámonos en pie” y, si en alguna ocasión no lo dicen, nadie se levanta. Lo que inicialmente había sido una sorpresa, ya no lo es, pero alcanzó el paroxismo el día del funeral, después de la homilía, cuando un feligrés leyó las preces con todo el pueblo sentado en los bancos. Nadie se puso en pie.

La tendencia habitual es “culpar” al sacerdote. Las personas en estos pueblos lo hacen, al menos. Muchos dicen que ya no van a Misa porque no les gusta el sacerdote. No cumplen el precepto y se quedan tan tranquilos. Cierto que hay mucha pobreza entre los sacerdotes y mucho funcionario con pocas ganas de trabajar. Pero en esta Misa concreta de exequias, el sacerdote estuvo correcto. Redujo a su mínima expresión cualquier rastro ¿imprescindible? del ritual, como si hubiera dado por imposible hacer llegar el mensaje cristiano a las personas presentes, pero predicó sobre la esperanza cristiana y la vida eterna. Debe ser terrible estar mirando hacia las personas sentadas en los bancos y ver en sus rostros el desinterés y la aburrida incredulidad ante lo que se está diciendo. Ni siquiera es predicar en el desierto. La Cataluña rural no es ni siquiera una “tierra de misión”. Tierras de misión son aquellas en que el Evangelio es desconocido y es predicado por primera vez. No es el caso, evidentemente. A lo que más se parece esta situación, por escalofriante que suene, es al de la apostasía generalizada. Según la RAE, “apostasía” es “abjuración, retractación, renuncia, abandono, deserción, repudio”. Renuncia, abandono y deserción, sin duda. Las personas sentadas en los bancos estaban más de “cuerpo presente” propiamente que el anciano cuyo cuerpo descansaba dentro del ataúd.

Muy pocos sacerdotes en estas tierras, ciertamente. Sacerdotes con un estilo muy funcionarial y con aparentes pocas ganas de trabajar, por lo que he podido observar. Pero es que, además, con este “rebaño” apóstata, ¿es posible hacer algo, cristianamente hablando? Por supuesto que todo está en manos de Dios, y Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, y sabrá cómo hacerlo. Pero también es cierto que nos ha creado libres. Libres de vivir como si no existiera, abandonados al absurdo de una vida sin Dios si ésa es nuestra voluntad. Recientemente publicaba este portal las palabras del obispo de Bilbao reconociendo que las zonas más nacionalistas son también las más secularizadas. Es curioso. Yo solía pensar que el mundo rural, al ser más tradicional, sería más “católico”, más practicante que las zonas urbanas. Estaba equivocada, claramente; al menos en el caso catalán, donde aplica la misma situación que comentaba el obispo de Bilbao: allí donde la nación se ha convertido en un ídolo, ha desplazado a Dios y ha ocupado el puesto que sólo a Él corresponde. Y, así, se han abandonado a su (mala) suerte.

 

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