He explicado ya en muchas ocasiones cómo la asistencia a la Misa tradicional me ha llevado a la progresiva comprensión del significado de la Misa y, a partir de ahí, a un estudio de la doctrina tradicional de la Iglesia y a lo que considero que es una vivencia de la fe infinitamente más profunda, más litúrgica y más fiel a Nuestro Señor y a su Iglesia.
En este proceso de
descubrimiento, ocupa un lugar importantísimo la comprensión del destrozo
ocurrido con la Misa tras la reforma litúrgica que se plasmó en el Misal de
Pablo VI de 1969. Me gustaría reflexionar sobre una cuestión que muchos de
ustedes ya conocerán pero que permanece totalmente oculta para quienes tan sólo
asisten a la Misa según el Misal de Pablo VI y que impide comprender qué es la
Misa: el llamado Ofertorio. Como
consecuencia de los cambios introducidos en el nuevo Misal, son muchos los
fieles católicos que pueden pasarse la vida asistiendo a Misa de domingo o a
Misa diaria sin saber qué es la Misa (con la “ayuda” del Catecismo de 1992 y la
predicación de los pastores).
Veamos: en el Misal de Pablo VI
la Misa se divide en dos grandes partes: la “liturgia de la Palabra” y la
“liturgia de la Eucaristía”. Reloj en mano, la liturgia de la Palabra es más
extensa que la liturgia de la Eucaristía: si la Misa se extiende durante media
hora, sólo los últimos diez minutos pertenecen a la llamada “liturgia de la
Eucaristía”, y la proporción es la misma si la Misa dura 40 ó 45 minutos (un
domingo, porque se canta o recita el Gloria, hay una lectura más y se reza el
Credo).
En el Misal mal llamado de Pío V,
la Misa tradicional o “Misa de siempre”, cuya última edición es de 1962, las
partes de la Misa son también dos, pero el sentido es totalmente distinto: la
primera parte es la llamada Misa de los catecúmenos, a la que en la Iglesia de
los primeros siglos podían asistir junto a los bautizados las personas aún no bautizadas,
que se estaban preparando para recibir los sacramentos de iniciación cristiana;
estas personas debían marcharse al comenzar la segunda parte de la Misa, o
“Misa de los fieles”.
Detrás de los nombres con que se
designa a las partes de la Misa y su extensión temporal, lo que se esconde es
un cambio radical en el significado de la Misa, producto de la liturgia
fabricada (en palabras de Joseph Ratzinger) por la comisión Consilium,
encabezada por Annibale Bugnini tras la finalización del Concilio Vaticano II.
Cualquier fiel que asistiese a la Misa tradicional con su misalito, podía leer
en el mismo, al comenzar la segunda parte de la Misa o Misa de los fieles, que
la primera parte de la misma es el llamado “Ofertorio”, situado bajo el
encabezado “sacrificio”. En el Misal de Pablo VI, estos términos han sido
reemplazados por “liturgia eucarística” y “preparación de los dones”. En el
misalito de 1962 puede leerse: “Misa de
los fieles” – A. Ofrecimiento de la víctima (ofertorio)”. Y en las
explicaciones para que comprenda el fiel lo que ocurre, leemos: “El ofertorio
es la parte de la Misa que encierra las oraciones y ceremonias que se hacen
para ofrecer la Víctima del Sacrificio. Nuestro Señor mismo es quien determinó
la materia del sacrificio, al consagrar pan y vino. Aunque lo que el sacerdote
tiene en la patena no es más que pan, no lo considera ya como tal sino como
aquello en lo que está destino a convertirse, o sea, el verdadero Cuerpo de
Cristo. Por eso ofrece la Hostia inmaculada, o sea, pura y sin mancha, la única
que puede ser agradable a los ojos de Dios”.
En su muy recomendable obra “El drama litúrgico”, Pablo Marini procede
a la comparación “texto a texto, línea por línea”, en dos columnas paralelas,
entre el rito romano revisado por san Pío V y el Novus Ordo Missae de Pablo VI.
De esta manera es muy fácil apreciar los cambios, “al ver simultáneamente las
diferencias entre uno y otro rito, los cambios, supresiones, reducciones, etc.,
y sus consecuencias doctrinales”. El texto que emplea el autor del Ordinario de
la Misa en español es el editado por la Conferencia Episcopal Argentina en
1989.
Veamos simplemente lo que dice
uno y otro Misal en el Ofertorio (término que en el Misal de Pablo VI parece
haber sido reemplazado por “preparación de los dones”).
Misal de Pío V: Comienza
con una antífona, que cambia cada día y se encuentra en el propio del Misal.
Por ejemplo, para hoy, 21 de septiembre, San Mateo, la antífona dice: “Pusiste,
Señor, sobre su cabeza una corona de piedras preciosas: te pidió vida, y Tú se
la concediste, aleluya”, texto extraído del salmo 20. Y a continuación procede
con el “Ofrecimiento de la Hostia”, una oración del sacerdote que dice: “Acepta,
oh Padre Santo, Dios omnipotente y eterno, esta Hostia Inmaculada que yo,
indigno siervo tuyo, ofrezco a Ti, que eres mi Dios Vivo y Verdadero, por mis
innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los presentes y también
por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos
nos aproveche para la salvación para la vida eterna. Amén” (quienes estén
pensando que el fiel no escuchaba los susurros del sacerdote en la liturgia
tradicional ni entendía latín, la respuesta es que muchos fieles utilizaban
misalitos latín – lengua vernácula y que, además, tenían una educación muy
superior a la actual sobre los básicos de la fe católica).
Misal de Pablo VI:
“Preparación de los dones: Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este
pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu
generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida”. La
siguiente oración, la del ofrecimiento de la Hostia, ha sido eliminada en el
nuevo misal.
Voy a reproducir textualmente las
palabras de Pablo Marini al respecto, que pueden leerse en las páginas 109 a
111 de la tercera edición de su obra: “Cualquiera que sea la naturaleza del
sacrificio, pertenece a la esencia de la finalidad misma de la Misa el que sea
agradable a Dios, aceptable y aceptado por Él. Y el único aceptado ahora con
derecho por Dios es el sacrificio de Cristo. Por el contrario, en el Novus Ordo la naturaleza misma de la oblación
es deformada en un mero intercambio de dones entre Dios y el hombre: el
hombre ofrece el pan que Dios transmuta en “pan de vida”, el hombre lleva el
vino que Dios transmuta en “bebida espiritual”. Son fórmulas vagas e
indefinidas que, de por sí, pueden significar cualquier cosa”. El cambio del que se habla es “espiritual”,
pero no “substancial”, como indicaron los cardenales Bacci y Ottaviani en
el “Breve examen crítico del Novus Ordo Missae que dirigieron a Pablo VI.
Continúa Marini explicando que
“en la preparación de los dones (ofertorio del novus ordo) se dice: “nobis fiet
panis vitae” y “nobis fiet potus spiritualis” rspectivamente. Son ambiguas las
traducciones: “será para nosotros pan de vida” y “será para nosotros bebida de
salvación”. Por otra parte, el verbo latino “fio” significa “hacerse, convertirse”.
El pronombre personal latino “nobis” es el dativo antepuesto al verbo. Al
traducirse “será para nosotros” se
induce a los fieles al error subjetivista pues se puede interpretar que el
pan y el vino “serán” pan de vida y bebida de salvación, no en la realidad,
sino tan sólo “para nosotros”, es decir, “según lo que nos parece a nosotros”. “Además,
la Iglesia siempre ha distinguido, por una parte, la inmolación incruenta
realizada en la consagración y, por otra, la
ofrenda sacrificial, considerada esta última como “oblación estrictamente
dicha”, por la cual los participantes se
unen a la oblación sacramental que Cristo sacerdote ha realizado en la persona
de su ministro.
La inmolación incruenta de la
consagración que “se realiza por solo el sacerdote, en cuanto representa la
persona de Cristo, no en cuanto representa a los fieles”, es propiamente
sacramental: acción de Cristo, que actúa “ex opere operato”. Por el contrario, la
oblación en sentido estricto solamente actúa “ex opere operantis”: esta participación
consiste en que los asistentes se unan “por su deseo” a la ofrenda sacramental
que Cristo sacerdote hace de sí mismo a su Padre en la persona de su ministro. Como el nuevo Misal no hace ninguna
distinción, pasa sistemáticamente en silencio la acción propiamente sacramental
cuyo único agente es el sacerdote ministerial, bajo la moción de Cristo,
sacerdote principal. De ahora en más, la ofrenda no le pertenece
propiamente al celebrante, sino al pueblo reunido. Por eso el sistemático uso
del plural en oración donde antes había una referencia singular al sacerdote
(o, directamente, su eliminación, como la mencionada “Acepta, oh Padre
Santo…”).
Para Marini, la eliminación de
esta oración responde a la pretensión protestante de negar el carácter sacrificial propiciatorio de la Misa, salvo en el sentido de un mero sacrificio
de alabanza. “Los redactores del nuevo Misal – afirma el autor – juzgaron
que era preciso restituir lo que hoy llamamos “el relato de la institución” de
la eucaristía, al contexto que le es propio, el de la “berakhá” ritual de la
comida judía (“bendito seas, Señor”…). Estas palabras son las de una acción de
gracias ordenada enteramente al banquete pascual. Y aquí, por mano de los
señores de Consilium, se cambió el significado de la Misa y se le dio un
sentido totalmente ajeno a lo que la Misa significó desde sus comienzos. Y de
ahí, toda la deformación de los sacerdotes y los fieles y al hundimiento
evidente de la liturgia y de la Iglesia “del espíritu del Concilio”.
Me gustaría rescatar, para
enfatizar el significado del Ofertorio en la Misa, que ha sido escamoteado y
reemplazado, unas citas del magnífico libro de Martin Mosebach “The heresy of
formlessness”, algo así como “La herejía de lo amorfo (o de lo informe, lo sin
forma)”, no traducido al español, que tiene por subtítulo “La liturgia y su
enemigo”. Dice Mosebach: “En cuanto a la procesión del ofertorio en el rito
clásico, desgraciadamente sólo se conservan vestigios de ella. Lamentablemente,
esto ha hecho que el significado del
ofertorio se oscurezca cada vez más. Si queremos entender qué es realmente
el Ofertorio, debemos mirar a la Iglesia bizantina. Allí, el diácono lleva las
ofrendas veladas por la iglesia, rodeado de incienso y velas, mientras los
fieles se inclinan profundamente o incluso caen al suelo. La develación de los
dones se venera como el terrible momento en que Cristo fue despojado de sus
vestiduras. La Iglesia de Oriente considera toda la liturgia -cuyo punto
culminante es la Consagración- como una secuencia ininterrumpida de instancias
en las que Cristo se hace presente. El argumento occidental es que no es
apropiado venerar el pan, que, aunque destinado a la consagración, aún no está
consagrado; para los ortodoxos, esto equivale a decir que Cristo no es digno de
veneración hasta que ha sido sacrificado. Sin embargo, incluso en la liturgia
romana el subdiácono lleva las ofrendas, veladas, al altar, aunque tome el
camino más corto (de la credencia al altar) y no vaya acompañado de velas e
incienso. El salmo del ofertorio indica que, en otros tiempos, se celebraba una
procesión en este punto”.
En otro lugar, afirma Mosebach
que “durante el ofertorio, el subdiácono permanece a los pies del atar hasta
que se ha consumado la transubstanciación: sostiene la patena, oculta bajo el
velo humeral. La patena oculta su rostro, y sus manos están ocultas bajo el
velo. En este punto es como los ángeles del Apocalipsis, cuyos cuerpos están
completamente ocultos bajo sus alas. Hoy la patena que sostiene está vacía,
pero en el siglo I contenía una hostia consagrada en una misa anterior. Así, el
subdiácono se convertía en un tabernáculo viviente. La sentencia de San Pablo:
«Vosotros sois templos del Espíritu Santo» se convirtió en una imagen elocuente
en la figura inmóvil, perdida tras pesados pliegues, que exhibía al Cristo
eucarístico y al mismo tiempo lo ocultaba a la vista. Una reforma digna de tal
nombre podría simplemente haber restaurado este antiguo y muy significativo
oficio y función de subdiácono”.
Las citas de la preciosa obra de
Mosebach, que resaltan el profundo y rico simbolismo del que está impregnada la
Misa tradicional, desaparecido en el desnudo, racionalista y desacralizado
nuevo rito, junto con las explicaciones de Pablo Marini, muestran de manera muy
evidente lo que siempre afirmó Benedicto XVI: que la crisis que vive la Iglesia es consecuencia del colapso de la
liturgia. Porque, con intención, se ha escamoteado el significado de la
misma, lo cual ha llevado a un cambio de la fe. Si desean ampliar en esta
compleja cuestión, que tiene muchas ramificaciones, les recomiendo la serie “Noshan cambiado la fe” de Gonzalo J. Cabrera.
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