miércoles, 11 de septiembre de 2024

¿Hacia una Iglesia sin sacerdotes?


 Hace unos días, el sacerdote madrileño don Jorge González Guadalix publicaba una de sus memorables entradas en su blog en Infocatólica sobre “el negro futuro de la pastoral rural”. Yo resido en el pueblo en el que nací, un pueblo grande, con decenas de miles de habitantes, perteneciente a la diócesis de Barcelona y situado muy cerca de la ciudad. Es un ambiente quasi urbano, aunque a los que somos de allí de siempre nos gusta considerarnos “de pueblo”. Pero visito un pueblito perteneciente a una diócesis rural de la provincia de Lérida con bastante asiduidad, y hay que reconocer que es como llegar a otro mundo, eclesialmente hablando. En los años de universidad entablé una gran amistad con una chica de ese pueblo que estudiaba en Barcelona y que, al terminar los estudios, volvió a su pueblo y se casó con su novio de la adolescencia. Desde entonces, y gracias a las facilidades para desplazarse que ofrece el teletrabajo, les visito con frecuencia. Y soy de Misa diaria, siempre que es posible.

Pues bien, el contraste entre “mi” parroquia, de la que les hablaba la pasada semana, y la parroquia del pueblo de mi amiga, que no llega a los dos mil habitantes, no podía ser más grande. Sociológicamente, nos hacemos cargo de que la realidad es muy distinta; es parte de la España vaciada: pocas personas y mayoritariamente ancianas. Mucha presencia de inmigración del norte y el oeste de África (también de Europa del este e Iberoamérica). Y esta composición demográfica, no hace falta decirlo, se traslada en la Iglesia en templos cerrados todo el día, abiertos sólo a la hora de la Misa (en los que hay Misa diaria, que son los menos) y una asistencia reducida a su mínima expresión: cuatro ancianas, cuando alcanza, por encima de los 80 años. En el pueblo de mi amiga no se celebra la Misa cada día. Ni tan sólo todos los domingos. Para asistir a Misa a diario es necesario desplazarse en vehículo privado (imposible depender del transporte público en esta zona) 20 km. No hay sacerdote residente en este pueblo. El párroco tiene varios otros pueblos y parroquias a su cargo, y celebra en este pueblo la Misa un domingo al mes. No hay horario de despacho parroquial ni confesiones. La mayoría de domingos se celebra una liturgia de la Palabra, a cargo de un diácono permanente o unas religiosas jubiladas. No es algo extraordinario. Hace años que funciona así de manera permanente.

No deja de sorprenderme y entristecerme cada vez que paso unos días allí, porque el paso del tiempo no hace más que constatar que es una situación que empeora: no hay reemplazo para los sacerdotes. Cuando fallece uno, la única alternativa para el culto en las parroquias que tenía a su cargo son los diáconos permanentes, las religiosas y los laicos. Y se da una cuestión muy grave, me parece, en esto: por una parte, muchos fieles no ven la diferencia y hablan de “la Misa de las monjas”. Por otra, desde el obispado, la única preocupación parece ser mantener la ficción del culto dominical; no con una Misa, sino con una liturgia de la Palabra. Entonces, los fieles no cumplen el precepto de oír Misa, pero sí comulgan. ¡Pero el precepto no es comulgar, sino oír la Misa, aun sin comulgar, si no se está en gracia de Dios! Y ¿cómo se va a estar si no hay confesiones en la parroquia? La cuestión es que, además de no haber relevo para los sacerdotes, tampoco la hay para los fieles. ¿Qué ocurrirá cuando no queden las cuatro ancianas que van a Misa? No da la sensación de que los bautizados tengan conciencia de su obligación de asistir a Misa los domingos. No cogen el coche para ir a Misa. Se quedan en casa, un domingo tras otro, sin Misa. Los menos, las “padrinas” que le llaman en el pueblo (las abuelas), asisten a las liturgias de la Palabra y/o, sobre todo, ven la Misa por TV. ¿Cuánto tiempo le queda a esta Iglesia rural? Una o dos generaciones, a no ser que el Señor realice un milagro. De momento, y para mantener las formas, lo que parece es que la apuesta de la jerarquía sea preparar una Iglesia sin sacerdotes, con muchísimas más liturgias de la Palabra que Misas.

La situación terminal es obvia aquí y en muchas zonas rurales en toda España, como señalaba el P. González Guadalix en el citado artículo, pero no sucede únicamente en el mundo rural. Lo que ocurre es que en los entornos urbanos queda mucho más “disimulada”. Pero la disminución del número de seminaristas es generalizada en toda España. Tanto, que ya no se presentan los números de ingresos y seminaristas en cada diócesis, sino de manera global. En el seminario de Barcelona, si no estoy equivocada, este curso ha ingresado un seminarista. Y el cardenal ha expresado en repetidas ocasiones su preocupación al respecto. A nivel diocesano, no hay relevo en los seminarios para hacerse cargo de la estructura existente de parroquias. Por eso el cardenal, en el caso de Barcelona, lleva unos años procediendo a reestructurar y agrupar. Pero, aún así, la pregunta es obvia: ¿están los obispos realmente preocupados por la disminución de vocaciones al sacerdocio? Porque muchos obispos persiguen a los sacerdotes de sana doctrina y les marginan, enviándoles a los lugares más remotos y vetándolos en las facultades de teología. Y a muchos fieles también les disgustan los sacerdotes con alzacuellos (o, peor aún, con sotana), que cuidan la liturgia, que hablan de Dios y no de la ecología y de los pobres en su lugar. En el caso de la Iglesia en Cataluña, añadan el factor de la idolatría nacionalista, que lleva décadas matando el catolicismo. Lo importante en Cataluña es que el sacerdote sea catalán o, por lo menos, hable y celebre en catalán. Eso parece más importante que el hecho en sí de que haya un sacerdote que pueda celebrar los sacramentos. En la Iglesia en Cataluña abundan los sacerdotes iberoamericanos y africanos, pero lo fundamental es que hablen catalán y que la Misa, por muy irreverente que sea, se celebre en catalán. Y si colgamos banderas separatistas de los campanarios y en las homilías se habla de la nació, aún mejor. Los sacerdotes que hacen estas cosas y que celebran de la manera más deformada posible la Misa no sufren ningún tipo de represalia. Pero esto no es un problema exclusivo de Cataluña: no hay más que pensar en La Sacristía de la Vendée. Triste e indignante.

Pero vamos ahora a poner un poquito el dedo en la llaga: la realidad no es que no haya seminaristas ni vocaciones a la vida religiosa, sino que la tendencia de ingresos en seminarios diocesanos y órdenes religiosas antiguas es alarmantemente decreciente, mientras que hay un creciente número de seminaristas y vocaciones religiosas que ingresan en fraternidades, congregaciones y órdenes tradicionales, en las que se transmite la enseñanza perenne de la Iglesia y se celebra la liturgia según el Misal previo al de Pablo VI. Y no me refiero a la FSSPX, sino a la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, por ejemplo - como la imagen de su seminario que ilustra el texto, y a órdenes religiosas, especialmente benedictinos, rebosantes de vocaciones en los Estados Unidos y Francia, principalmente, pero también enotros lugares.

¿No debería esto hacer pensar a la jerarquía católica? Porque, por numerosos que sean movimientos como el Opus Dei y el Camino Neocatecumenal, y por mucha vida que tengan algunas parroquias, que son, de nuevo en términos numéricos, las menos, ¿qué vida católica hay fuera de estos, en la mayoría de parroquias, y cómo de intoxicada está la vida católica, en general, de relativismo y de herejías varias?  Lo paradójico y extremadamente doloroso, insisto, es la persecución que sufren los sacerdotes y las comunidades y congregaciones tradicionales por parte de la jerarquía. En lugar de dar lugar a la autocrítica, sufren persecución. Si la Iglesia Católica fuera una empresa, todos estos altos cargos con poder de decisión estarían despedidos hace tiempo, por no cumplir objetivos; en este caso, por fracasar estrepitosamente en su misión de enseñar y transmitir la doctrina inalterada de la Iglesia y atraer a ella a las personas para salvar sus almas. En lugar de eso, se vacían los templos, no hay bodas, no hay bautizos, los funerales no son ya en su mayoría católicos - aunque celebre las exequias un sacerdote - y la jerarquía, aprobando las bendiciones a parejas en situación objetiva de pecado, permitiendo toda suerte de abusos litúrgicos y mirando hacia otro lado – o, peor aún, dando cancha – a los sacerdotes y religiosas más heterodoxos. Coca Cola cambió su producto tradicional por uno nuevo; fracasó estrepitosamente y aprendió la lección, rectificando y volviendo a la fórmula original; ¿por qué no hace lo mismo la jerarquía católica, cuando lo que tiene entre manos es lo único verdaderamente importante y sagrado y lo que de hecho nunca ha tenido la autoridad para cambiar al gusto de las modas y los tiempos?

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