Pues bien, el contraste entre “mi” parroquia, de la que les hablaba la
pasada semana, y la parroquia del pueblo de mi amiga, que no llega a los dos
mil habitantes, no podía ser más grande. Sociológicamente, nos hacemos cargo de
que la realidad es muy distinta; es parte de la España vaciada: pocas personas
y mayoritariamente ancianas. Mucha presencia de inmigración del norte y el
oeste de África (también de Europa del este e Iberoamérica). Y esta composición
demográfica, no hace falta decirlo, se traslada en la Iglesia en templos
cerrados todo el día, abiertos sólo a la hora de la Misa (en los que hay Misa
diaria, que son los menos) y una asistencia reducida a su mínima expresión:
cuatro ancianas, cuando alcanza, por encima de los 80 años. En el pueblo de mi
amiga no se celebra la Misa cada día. Ni tan sólo todos los domingos. Para
asistir a Misa a diario es necesario desplazarse en vehículo privado (imposible
depender del transporte público en esta zona) 20 km. No hay sacerdote residente
en este pueblo. El párroco tiene varios otros pueblos y parroquias a su cargo,
y celebra en este pueblo la Misa un domingo al mes. No hay horario de despacho
parroquial ni confesiones. La mayoría de domingos se celebra una liturgia de la Palabra, a cargo de un
diácono permanente o unas religiosas jubiladas. No es algo extraordinario. Hace
años que funciona así de manera permanente.
No deja de sorprenderme y entristecerme cada vez que paso unos días allí,
porque el paso del tiempo no hace más que constatar que es una situación que
empeora: no hay reemplazo para los sacerdotes. Cuando fallece uno, la única
alternativa para el culto en las parroquias que tenía a su cargo son los
diáconos permanentes, las religiosas y los laicos. Y se da una cuestión muy
grave, me parece, en esto: por una parte, muchos fieles no ven la diferencia y
hablan de “la Misa de las monjas”. Por otra, desde el obispado, la única
preocupación parece ser mantener la ficción del culto dominical; no con una
Misa, sino con una liturgia de la Palabra. Entonces, los fieles no cumplen el
precepto de oír Misa, pero sí comulgan. ¡Pero el precepto no es comulgar, sino
oír la Misa, aun sin comulgar, si no se está en gracia de Dios! Y ¿cómo se va a
estar si no hay confesiones en la parroquia? La cuestión es que, además de no
haber relevo para los sacerdotes, tampoco la hay para los fieles. ¿Qué ocurrirá
cuando no queden las cuatro ancianas que van a Misa? No da la sensación de que
los bautizados tengan conciencia de su obligación de asistir a Misa los domingos.
No cogen el coche para ir a Misa. Se quedan en casa, un domingo tras otro, sin
Misa. Los menos, las “padrinas” que le llaman en el pueblo (las abuelas),
asisten a las liturgias de la Palabra y/o, sobre todo, ven la Misa por TV.
¿Cuánto tiempo le queda a esta Iglesia rural? Una o dos generaciones, a no ser
que el Señor realice un milagro. De momento, y para mantener las formas, lo que
parece es que la apuesta de la jerarquía sea preparar una Iglesia sin
sacerdotes, con muchísimas más liturgias
de la Palabra que Misas.
La situación terminal es obvia aquí y en muchas zonas rurales en toda
España, como señalaba el P. González Guadalix en el citado artículo, pero no
sucede únicamente en el mundo rural. Lo que ocurre es que en los entornos
urbanos queda mucho más “disimulada”. Pero la disminución del número de
seminaristas es generalizada en toda España. Tanto, que ya no se presentan los
números de ingresos y seminaristas en cada diócesis, sino de manera global. En
el seminario de Barcelona, si no estoy equivocada, este curso ha ingresado un
seminarista. Y el cardenal ha expresado en repetidas ocasiones su preocupación
al respecto. A nivel diocesano, no hay relevo en los seminarios para hacerse
cargo de la estructura existente de parroquias. Por eso el cardenal, en el caso
de Barcelona, lleva unos años procediendo a reestructurar y agrupar. Pero, aún
así, la pregunta es obvia: ¿están los obispos realmente preocupados por la disminución de vocaciones al sacerdocio?
Porque muchos obispos persiguen a los sacerdotes de sana doctrina y les
marginan, enviándoles a los lugares más remotos y vetándolos en las facultades
de teología. Y a muchos fieles también les disgustan los sacerdotes con
alzacuellos (o, peor aún, con
sotana), que cuidan la liturgia, que hablan de Dios y no de la ecología y de
los pobres en su lugar. En el caso de la Iglesia en Cataluña, añadan el factor
de la idolatría nacionalista, que lleva décadas matando el catolicismo. Lo
importante en Cataluña es que el sacerdote sea catalán o, por lo menos, hable y
celebre en catalán. Eso parece más importante que el hecho en sí de que haya un
sacerdote que pueda celebrar los sacramentos. En la Iglesia en Cataluña abundan
los sacerdotes iberoamericanos y africanos, pero lo fundamental es que hablen
catalán y que la Misa, por muy irreverente que sea, se celebre en catalán. Y si
colgamos banderas separatistas de los campanarios y en las homilías se habla de
la nació, aún mejor. Los sacerdotes
que hacen estas cosas y que celebran de la manera más deformada posible la Misa
no sufren ningún tipo de represalia. Pero esto no es un problema exclusivo de
Cataluña: no hay más que pensar en La
Sacristía de la Vendée. Triste e indignante.
Pero vamos ahora a poner un poquito el dedo en la llaga: la realidad no es
que no haya seminaristas ni vocaciones a la vida religiosa, sino que la
tendencia de ingresos en seminarios diocesanos y órdenes religiosas antiguas es
alarmantemente decreciente, mientras que hay un creciente número de
seminaristas y vocaciones religiosas que ingresan en fraternidades, congregaciones
y órdenes tradicionales, en las que se transmite la enseñanza perenne de la
Iglesia y se celebra la liturgia según el Misal previo al de Pablo VI. Y no me
refiero a la FSSPX, sino a la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, por ejemplo -
como la imagen de su seminario que ilustra el texto, y a órdenes religiosas, especialmente benedictinos, rebosantes de
vocaciones en los Estados Unidos y Francia, principalmente, pero también enotros lugares.
¿No debería esto hacer pensar a la jerarquía católica? Porque, por
numerosos que sean movimientos como el Opus Dei y el Camino Neocatecumenal, y
por mucha vida que tengan algunas parroquias, que son, de nuevo en términos
numéricos, las menos, ¿qué vida católica hay fuera de estos, en la mayoría de
parroquias, y cómo de intoxicada está la vida católica, en general, de
relativismo y de herejías varias? Lo
paradójico y extremadamente doloroso, insisto, es la persecución que sufren los
sacerdotes y las comunidades y congregaciones tradicionales por parte de la
jerarquía. En lugar de dar lugar a la autocrítica, sufren persecución. Si la
Iglesia Católica fuera una empresa, todos estos altos cargos con poder de
decisión estarían despedidos hace tiempo, por no cumplir objetivos; en este
caso, por fracasar estrepitosamente en su misión de enseñar y transmitir la
doctrina inalterada de la Iglesia y atraer a ella a las personas para salvar
sus almas. En lugar de eso, se vacían los templos, no hay bodas, no hay
bautizos, los funerales no son ya en su mayoría católicos - aunque celebre las
exequias un sacerdote - y la jerarquía, aprobando las bendiciones a parejas en
situación objetiva de pecado, permitiendo toda suerte de abusos litúrgicos y
mirando hacia otro lado – o, peor aún, dando cancha – a los sacerdotes y
religiosas más heterodoxos. Coca Cola
cambió su producto tradicional por uno nuevo; fracasó estrepitosamente y
aprendió la lección, rectificando y volviendo a la fórmula original; ¿por qué no hace lo
mismo la jerarquía católica, cuando lo que tiene entre manos es lo único
verdaderamente importante y sagrado y lo que de hecho nunca ha tenido la
autoridad para cambiar al gusto de las modas y los tiempos?
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