El pasado 19 de agosto, el portal Germinans Germinabit se hacía eco de unas delirantes palabras del rector del seminario de Barcelona, el sacerdote Salvador Bacardit, sobre sus propios seminaristas en sendas entrevistas a Religión Digital y al diario generalista El Punt Avui, afirmando que han detectado un giro a la derecha entre los seminaristas.
Al leer esa afirmación, mi
primera reacción fue una carcajada ante lo despistado y confundido que va este
hombre, nombrado para el cargo tras la experiencia fallida del rector anterior,
y que toda su vida ha sido el típico cura barcelonés de su generación, progre e
independentista.
Al continuar leyendo, sin
embargo, se veía lo serio que es el tema, cuando el rector seguía afirmando que
“nos llega la gente que nos llega y tampoco podemos decir ´no´ a los jóvenes más reaccionarios”.
Se entiende, vistos los medios en
que el rector lanzaba estas palabras, que hablase sin filtros, pues se
encontraba en su salsa entre panfletos ideológicos: progre uno y catalanista el
otro. Además de quedar claro que la generación de sacerdotes que cambiaron las
sotanas y clergymen por las camisas de cuadros no se han enterado, a pesar del
hundimiento de sus parroquias, del fracaso absoluto del experimento eclesial
que llevó a cabo el “espíritu del Concilio”, se observa también la total
rendición al mundo de estos lobos vestidos de oveja, que se mueven solamente
por ideologías, y no por fe ni por fidelidad a la Iglesia.
Si seguimos leyendo las palabras
de Bacardit, vemos perlas tales como que “(el giro a la derecha) que hemos detectado también se detecta, según varios
estudios, en los adolescentes y jóvenes actuales fuera del ámbito de la
Iglesia. Las nuevas generaciones, en
momentos de crisis como los de ahora, han buscado una seguridad, y se la
han dado estos estilos, estas tendencias más integristas, más conservadoras".
Esta afirmación concreta sobre
personas que buscan seguridad en la rigidez de posturas más conservadoras es el
recurso típico del progresismo ante el desconcierto que les produce que las
vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa no sean como ellos. No sólo son
incapaces de hacer auto-crítica, sino que, aún peor, han adoptado unas
categorías conceptuales de la peor escuela, que ha sustituido la fe y las
categorías clásicas eclesiales. Me explico: días después de leer estas
entrevistas, estuve escuchando una conversación en el canal de Youtube Tekton entre el sacerdote Gabriel Calvo
Zarraute y Christian Rodrigo Iturralde sobre las ideologías anticristianasde la nueva izquierda,
en que se trataba sobre la llamada Escuela de Frankfurt: sus componentes y las
perversas ideas que lanzaron allá en los años 1930 y que ahora han contaminado
el pensamiento no sólo del mundo, sino de la Iglesia. A este respecto, en un
momento determinado de la conversación, el P. Gabriel Calvo afirma que esta
tesis de la búsqueda de seguridad en estructuras rígidas y conservadoras está
nada menos que en una obra de Sigmund Freud, Totem y Tabú, del año 1927. Es decir, se trata de una penetración
en la Iglesia y de su admisión como propia de la explicación psico-analítica de
un judío degenerado anticristiano. Y afirmo que se ha admitido esta ideología
como propia porque no es la primera vez que escucho este mismo argumento; ya lo
escuché en una conversación con unas religiosas vedrunas – ya saben, esas
religiosas todas ancianas, sin hábito, que pueden encontrarse en cualquier
manifestación a favor de la independencia de Cataluña-; al cuestionarles cómo
era posible que congregaciones dedicadas a la enseñanza como Pureza de María
tuvieran vocaciones y ellas no, la respuesta fue exactamente la misma, la
búsqueda de seguridad, aderezada con unos toques de rancio feminismo de los
años 1970s.
Siguiendo con la
entrevista al rector del seminario, la cosa no hace más que agravarse. Afirma
este señor lo siguiente: "Nos llega la gente que nos
llega y tampoco podemos decir que no a los jóvenes más reaccionarios”. Advierte
que, tanto el papa Francisco como los
obispos "están preocupados por esta realidad" e intentan "reorientarla":
“una vez dentro del seminario nos preocupamos de que tengan una mirada más
amplia, con un tono dialogante y una mentalidad más abierta a tanta diversidad
de gente que existe en nuestra sociedad actual”.
A ver si lo entiendo: en la Iglesia cabemos “todos,
todos, todos”; pero a los reaccionarios, conservadores e integristas hay que
hacerles un lavado de cerebro para que “amplíen su mirada, tengan un tono
dialogante y una mirada más abierta a la diversidad”. Ya. O sea, que no cometan
los pecados del proselitismo ni del rechazo de la invasión de varones inmigrantes
ilegales musulmanes en edad militar; que animen a las personas bautizadas a
seguir por sendas de pecado como pueden ser las relaciones entre personas del
mismo sexo y las uniones de personas divorciadas formando parejas con personas
que nos son sus esposas / maridos; que lo perdonen todo en los confesionarios
(así, sin más); y que se alegren de la riqueza que supone la convivencia de
religiones distintas, todas del mismo valor, y de las costumbres culturales
tales como el uso de machetes de medio metro, los robos con violencia y las
agresiones sexuales a las mujeres.
Ironías aparte, esta perspectiva
de no tolerar la existencia de
personas de corte “conservador” en la Iglesia (que los seminaristas quieran ser
sacerdotes como siempre fueron los sacerdotes, y no coaches o líderes
parroquiales), de querer evitar a toda costa que, una vez ordenados,
lleguen a sus parroquias y digan lo que siempre dijo la Iglesia, implica, como
indicaba muy certeramente el P. Gabriel Calvo en el citado vídeo, la aplicación
del concepto de tolerancia negativa o
represiva en la Iglesia. Un concepto también ideado por un pensador
asociado a la Escuela de Frankfurt (aunque posterior), Herbert Marcusse. En
palabras de Christian Rodrigo Iturralde,
Marcusse dice textualmente que “debemos permitir la tolerancia o favorecer todo
aquello que sea de izquierdas; y tenemos que reprimir, y tenemos todo el
derecho de reprimir, todo pensamiento que pueda asociarse con el
consevadurismo, el cristianismo, la derecha, etc”. Su justificación es que la
sociedad está alienada, manipulada por un sistema capitalista y por la Iglesia
Católica; y por estar manipulados, no puede dejárseles opinar, porque su
opinión no sería propia ni crítica, sino producto de un proceso de lavado de
cerebro de la sociedad capitalista occidental cristiana”. Así, está abogando por censurar completamente todo lo
que no sea de izquierda. Ésa es la tolerancia de los marxistas: la
intolerancia de lo diferente. Y lo que promulga Marcusse en ese libro, que es
del año 1965, es lo que se aplica hoy en día en nuestra sociedad y se aplica también
en la Iglesia, como explica el P. Gabriel Calvo (les recomiendo ver el vídeo
completo).
Por eso no es
nueva (del rector Bacardit, de los obispos actuales y del Papa Francisco) esta
manera represora de actuar en la Iglesia en favor de ideologías mundanas y en
detrimento de la fe, la moral y el pensamiento católico de siempre. Hace años
que los sacerdotes fieles dejaron de ser elegidos para la “carrera eclesial” y
son marginados, enviados a pueblos remotos, sin acceso a cargos diocesanos.
Además, circulan desde hace años historias de cómo, en tiempos del sacerdote
Joan Antón Arenas, en el seminario menor de Barcelona, los seminaristas rezaban
el rosario a escondidas; y cómo, a la marcha de Joan-Enric Vives como rector
del Seminario Conciliar de Barcelona, tuvieron que ir a buscar a la buhardilla,
donde estaba olvidada, la custodia para poder exponer el Santísimo Sacramento.
Y, a todo esto, ¿no
son acaso cada vez menos los seminaristas diocesanos? Y no sólo es que sean
pocos, sino que además son conservadores, integristas, rígidos y demás. El
número de seminaristas que vienen del nacional-progresismo es cero desde hace
bastantes años. Ante este panorama, cada vez son más los llamados a la vocación
sacerdotal que realizan el inmenso sacrificio de dejar su diócesis e incluso su
país para marchar a un seminario internacional de un instituto o fraternidad
sacerdotal tradicional. Porque, ¿quién va a ingresar al seminario de Barcelona
leyendo estas palabras del rector? Además, su relato se desmonta solo. Me decía
un seminarista que está planteándose abandonar el seminario diocesano - aun
estando ya en tercer curso - que una persona que busque seguridad busca
naturalmente la aceptación de su entorno, tanto en la Iglesia como en la
sociedad. Y vivir la fe de una manera que los progresistas consideran
“conservadora” (pero que en muchos casos es directamente tradicional) es ir
contracorriente, quedar señalado, ser rechazado EN LA IGLESIA. La persona así
que ingresa al seminario o a ciertas comunidades religiosas, aunque
inicialmente pueda no saberlo, experimentará en su camino de formación marginación
continua, intentos de lavado de cerebro como el reconocido por el rector
Bacardit e incluso su expulsión del seminario o de la vida religiosa.
Así pues, ser
coherente con la fe, la moral y la enseñanza de siempre en la Iglesia es en el
siglo XXI todo lo contrario a la búsqueda de seguridad.
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