Hace ocho años, en 2016, apareció la versión española del libro escrito por un sacerdote canadiense, P. James Mallon, “Una renovación divina”, que se convirtió en un auténtico fenómeno entre obispos y párrocos, que encontraron en los modelos que él había aplicado en su parroquia ideas para renovar las mortecinas parroquias españolas.
En la contraportada de la edición de la BAC, podemos
leer sobre el libro que “en lugar simplemente de mantener sus edificios y
satisfacer las necesidades de sus feligreses, las parroquias están llamadas a
ir más allá y abrazar su misión, que es hacer discípulos. ´Una renovación
divina´ ofrece un modelo para hacer precisamente eso. Inspirándose en la
enseñanza de la Iglesia y cargado de ideas prácticas probadas, el libro
proporciona inspiración y orientación tanto para pastores como para parroquias.
Es hora de empezar a hacer discípulos. El futuro de la Iglesia depende de
ello”.
El P. Mallon realiza afirmaciones muy certeras, tales
como el hecho de que las parroquias se han convertido en “dispensadoras de
sacramentos” y que se dedican simplemente al “mantenimiento”, cuando están en
realidad llamadas a hacer discípulos. Ya hemos mencionado en otras ocasiones
las acertadas palabras de Mallon sobre un cuerpo sano y un cuerpo enfermo: un
cuerpo sano crece, mientras que un cuerpo enfermo, débil, decrece. Y eso es lo
que ocurre en la Iglesia en Occidente: que se derrumban las cifras de
asistencia a Misa dominical, los bautizos, los matrimonios, etc.
Estoy muy de acuerdo con todos estos planteamientos,
pero no con las soluciones que propone el P. Mallon. Explico por qué. Recuerdo
cómo, en mi parroquia, el párroco se entusiasmó absolutamente por este libro y
compró ejemplares para los miembros del consejo parroquial y los catequistas,
entre quienes en aquellos momentos me contaba. Comenzaron a realizarse cursos
Alpha, se instituyeron grupos para dar la bienvenida a los feligreses antes de
Misa, se instaló una pantalla a un lado del presbiterio para reproducir las
letras de los cantos y las ideas principales de la homilía y se ofreció un
servicio de guardería durante la Misa. A día de hoy, pocos años después, no
queda nada de aquello. Y puede decirse que no cambió sustancialmente la
parroquia; aunque es justo reconocer que hubo algunas personas que volvieron a
la fe y a la Iglesia. Pero prácticamente todo aquello no dejó huella. Y creo
que es porque ésas no son las soluciones reales; no van a la raíz de los
problemas que sufrimos.
Recuerdo muchas cosas de aquel intenso momento de
entusiasmo por la renovación parroquial. Una especialmente significativa fue
cuando, al recibir el encargo de mi párroco de ir a una céntrica librería
católica en Barcelona para recoger ejemplares de ´Una renovación divina´ que
tenía encargados, el Hermano que me atendió, y con quien siempre tenía muy
entretenidas conversaciones, expresó, con gran sentido común: “ya me gustaría a
mí ver a Mallon en la Cataluña rural”. Porque, efectivamente, el P. James Mallon
estaba hablando de una parroquia por la que pasaban en un mismo fin de semana
por las diferentes Misas unas 2.500 personas. Nuestra situación es muy
distinta. En el mundo rural, ni hablemos; pero incluso en el mundo urbano,
donde se han realizado y se siguen realizando multitud de cursos Alpha e
iniciativas similares de primer anuncio y evangelización, los resultados son
desiguales.
El P. Mallon habla sobre el dolor con que los fieles
vivimos la situación de la Iglesia en Occidente ante el colapso de las
estructuras parroquiales de muchas diócesis; la clausura de parroquias,
fusiones, unidades pastorales y amalgamamientos de todo tipo como consecuencia
del descenso de la asistencia de feligreses y del número de sacerdotes.
A este respecto, me comentaba mi amiga Natalia
Sanmartín Fenollera que sufre mucho por las personas muy buenas que hay en la
Iglesia y que viven con dolor y desorientación la situación actual, y no
encuentran respuestas en sus pastores. Personas que son conservadoras porque
quieren hacer las cosas bien; servir fielmente a Dios y a su Iglesia. Viven
confusos, porque en los sectores conservadores en la Iglesia hay grupos que
están virando hacia celebraciones de Misa y enseñanzas cada vez más repletas de
sentimentalismo y menos formación en lo que siempre ha enseñado la Iglesia, y
que no puede dejar de enseñar. Sufren porque ven que hay algo que no funciona,
pero no saben qué es o a qué se debe. Con Natalia, estoy convencida de que, si
muchas de estas personas conocieran la Tradición, comenzando por la Misa
tradicional, abrirían los ojos a la verdadera solución a los problemas, que es
la Misa de siempre y la enseñanza de siempre.
Creo que los conservadores, con toda la buena fe de
querer ser fieles a la Iglesia en la mayoría de los casos, no comprenden el
giro sufrido en los últimos sesenta años. Para mí fue clave la explicación del
P. Gabriel Calvo Zarraute sobre cómo Benedicto XVI consideró que la continuidad
se encontraba en el sujeto Iglesia, y no en el contenido de la enseñanza ni en
la liturgia. Por eso, Benedicto pudo hablar de “hermenéutica de la continuidad”
aunque existan contradicciones entre lo que los pastores de la Iglesia enseñan
desde el Concilio Vaticano II y lo que la Iglesia enseñó siempre. La idea del
papa Ratzinger era que en la Iglesia, por ser la Iglesia, está la continuidad.
Pero eso no resuelve el problema de las rupturas y contradicciones en las
enseñanzas en cuestiones tales como la libertad religiosa, sobre la cual la
Iglesia decía una cosa antes del Concilio Vaticano II y la contraria después.
Es precisamente eso lo que crea confusión en los fieles, que se ha eliminado el
principio de no contradicción. Que no se está custodiando y transmitiendo la
verdad perenne, con su propio desarrollo orgánico. Sino que se innova: muchos
pastores creen en una especie de “evolución” que implica cambios en la
enseñanza y la liturgia según cambian los tiempos y modas del mundo. Por eso
hay dolor y confusión entre los fieles.
Por mi parte, no tengo duda de que la solución pasa
por la Misa. Por la restauración de la Misa tradicional. Desde que asisto a
Misa tradicional hace algo más de un año, comprendo visual y profundamente lo
que ocurre, con sólo comparar lo que veo. En las pequeñas capillas en que se
celebra Misa tradicional públicamente, se acostumbra a rezar el rosario antes
de la Misa; los fieles acostumbran a saber cantar, siempre hay alguien que toca
el armónium, personas que saben acolitar y, en definitiva, siempre se intenta
que la Misa sea lo más solemne posible, que dé la máxima gloria a Dios, sin
pensar en la duración de la Misa. En comparación, en cualquier parroquia al
uso, muchas personas llegan justo antes del comienzo de la Misa, se canta
generalmente poco y el sacerdote dice la plegaria eucarística 2; todo con el
objetivo de que la celebración sea más breve. Se canta poco y lo que se canta
suele tener melodías ligeras mundanas y letras muy superficiales; por supuesto,
el párroco no canta nada, sino que lo recita todo. Hay prisas, poca unción,
poco recogimiento.
Y la desacralización y la horizontalidad del rito se
contagian a las actitudes de los sacerdotes y los fieles. Es decir, el rito
adolece de limitaciones intrínsecas en su capacidad de dar gloria a Dios que se
expanden y contagian las actitudes de sacerdotes y fieles; la unción, el
recogimiento. Y de ahí, se extiende a la vida de piedad y fe de todos y a toda
la vida de la Iglesia, que se mundaniza. Todo se deriva de cómo el novus ordo
Missae de Pablo VI opaca el Misterio; lo oscurece, lo oculta. Y pone el foco en
el hombre, y no en Dios, creando un círculo cerrado entre el sacerdote y la
“asamblea” donde, en palabras de Joseph Ratzinger, parece que ya no importe si
Dios está o no está. Por eso, cuando colapsa la Misa, colapsa toda la vida de
la Iglesia, como afirmaba Benedicto XVI.
Aunque muchos católicos tradicionales consideren a
Benedicto XVI un modernista, yo doy muchas gracias a Dios por su pontificado.
Ya sabemos que Dios escribe recto con renglones torcidos. Y el mismo Joseph
Ratzinger, que no fue un católico tradicional y vivió una muy evidente
evolución (o conversión) desde el progresismo hacia posturas conservadoras,
siempre supo que la clave de todo era la
Misa. Y nos abrió el camino a muchos hacia la fe, la Misa tradicional y la
Tradición de la Iglesia. Hacia una vida consciente de fidelidad a Dios y a su
Iglesia.
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