Al texto de esta católica (ex)perpleja del 22 de junio una lectora comentaba lo siguiente:
Con esta entrada de católica perpleja y con alguna otra he tenido la sensación de que Infovaticana se está posicionando en contra del Concilio V-II. Y tal vez, intentando dirigir la opinión de los lectores hacia esa línea. Craso error me parece a mí eso y espero que mi percepción sea equivocada porque promoviendo la renuncia a un tiempo de la vida de la Iglesia se estaría encaminando a los fieles al cisma o incluso a la apostasía profetizada para el fin de los tiempos. No sólo quienes se desvinculan de la Iglesia por falta de fe en ella formarían parte, creo yo, de la gran apostasía sino también aquellos que rechazaran parte de la vida de la Iglesia como algo que ha degenerado por lo cual dejan de reconocerla como Cuerpo Santo de Cristo y de creer en ella. Tal vez sea sólo una sensación, quien sabe, pero si así fuera infovaticana podría tener algo de responsabilidad en este final terrible.
Esta acusación, por
bienintencionada que pueda ser, de oposición al Concilio Vaticano II a
cualquier persona o razonamiento que cuestione algún aspecto del mismo es
cansina, falaz y, desgraciadamente, refleja una manera de pensar intoxicada muy
extendida en la Iglesia hoy. Así que, al hilo de este comentario, me gustaría
lanzar una reflexión.
Comencemos por el
hecho de que el Concilio Vaticano II se definió a sí mismo como “pastoral” y no
“dogmático”. Pero pareciera que parte de la Iglesia que camina en la tierra
tras este evento eclesial lo ha convertido en una especie de dogma, en cuanto que se considera
incuestionable. Sin embargo, alguien tan poco sospechoso de “posicionarse en
contra” del Concilio Vaticano II como Joseph Ratzinger afirmó literalmente que
“quien piense que no todo en la reforma del Concilio Vaticano II ha salido bien
y considere que muchas cosas (…) necesitan revisión, no es por ello un opositor
al Concilio”. Sobre la cuestión de que en la historia de la Iglesia Católica
abundan los Concilios fallidos, como Papa, Ratzinger afirmó que “es una
cuestión abierta si el Vaticano II será considerado como un concilio fallido de
la manera que lo fue el V Concilio de Letrán” (citado por Peter Kwasniewski). Y
eso que, como es de todos sabido, para Benedicto XVI el problema fue la abusiva
aplicación del Concilio Vaticano II, y no sus textos; y él mismo se esforzó
sobremanera por realizar una hermenéutica
de la continuidad del este Concilio en la Tradición de la Iglesia.
Los términos “cisma”
y “apostasía” y las acusaciones a quienes “rechazan parte de la vida de la
Iglesia como algo que ha degenerado, por lo cual dejan de reconocerla como
Cuerpo Santo de Cristo y de creer en ella” son representativas de este
pensamiento intoxicado que convierte a
la unidad en un ídolo, al cual se
ofrece en sacrificio la Verdad. Nada tiene que ver con esta “unidad”
idolátrica la oración de Jesús al Padre, “que todos sean uno, para que el mundo
crea” (Jn 17, 21). La unidad que pide Jesús sólo puede ser en la Verdad. De
este tema trató el sermón de la Misa en la solemnidad del Nacimiento de san
Juan Bautista; el sacerdote predicó precisamente sobre lo incómoda que fue la
figura del Bautista para el poder, para el mundo, y cómo decir la verdad le
costó la vida. Y cómo puede estar ocurriendo hoy en la Iglesia que en pos de la
“unidad” se sacrifique la Verdad. Y ahí hay que entender el peligro real de
esta idolatría de la unidad en la Iglesia hoy.
Después de la Misa, el
sacerdote comentó con tristeza algo que me parece de suma importancia en esta
cuestión: cómo habría sido percibida la actitud de san Juan hoy desde gran
parte de la Iglesia, tanto entre la jerarquía, como sacerdotes y muchos fieles,
como de casi ridícula, rígida e intolerante; “quién soy yo para juzgar” y
“quién sabe si la situación de pecado objetivo en la que vivían Herodes y
Herodías no era agradable a Dios”, dirían algunos hoy a partir del capítulo
VIII de Amoris Laetitia. Pero, ¿es
esto lo que siempre dijo la Iglesia? Lo que a mí me enseñó la Iglesia es que
Dios ama al pecador, pero odia el pecado. Jesús dijo aquello de “yo tampoco te
condeno; ve y no peques más” (Jn 8, 10-12). ¿Qué manera de amar al prójimo es
una que le lleva como de la mano a hacia la condenación, confirmándole en el
pecado?
Por otra parte, es un
hecho objetivo que puede comprobar cualquiera que lea los textos del Concilio
Vaticano II y los compare con la doctrina anterior de la Iglesia, que existen
en los mismos textos conciliares doctrinas condenadas por papas y concilios
anteriores. ¿Quién no está reconociendo entonces, no sólo una parte de la
Historia de la Iglesia, sino toda la anterior al acontecimiento del Vaticano II?
Porque lo que vemos actualmente confirma, en contra de lo que intentó afirmar
Benedicto XVI, la apuesta de la actual jerarquía y de un gran número de fieles por
una hermenéutica de la ruptura, como si la Iglesia hubiera comenzado con el
Concilio Vaticano II. Se nos ha repetido hasta la saciedad que como predicaba
la Iglesia en forma y contenido anteriormente a este concilio no es ya
aceptable para el hombre de hoy. Y la falacia ha calado desde hace décadas
entre la mayoría de los bautizados; por confusión, desorientación, ignorancia,
en la mayoría de los casos.
La confirmación a
esto la ofrece otro documento emitido por el Sumo Pontífice Francisco,
Traditiones Custodes, al afirmar que la única lex orandi de la Iglesia Católica es el novus ordo Missae. Tal vez
esté equivocada, pero aquí veo el mayor rechazo posible no ya a una parte de la
historia de la Iglesia, sino a su más preciado tesoro, no sólo multisecular,
sino de institución divina: la Santa Misa tradicional, con su evolución
orgánica de más de quince siglos. Sólo la pérdida absoluta de la comprensión
del culto a Dios explica este desolador panorama.
Providencialmente, el
día que escribo estas líneas, el Evangelio del calendario litúrgico del novus
ordo es Mt 7,15-20, que
dice así:
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se
acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus
frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos
de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan
frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar
frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es
decir, que por sus frutos los conoceréis.»
“El que oye, oiga; y el que no quiera oír, no oiga” (Ex 3, 27).
No hay comentarios:
Publicar un comentario