sábado, 28 de septiembre de 2024

¿La hora de los laicos? La obra católica de Martin Mosebach


 Sobre el texto de esta católica(ex)perpleja del 21 de septiembre, un lector protestaba diciendo que “aquí se ataca la Misa que celebran millones de católicos en todo el mundo, y yo diría que la mayoría de los lectores de este portal (…). Me parece infantil la actitud del que sigue participando en la Misa “novus ordo” y después la ataca públicamente”.

Este comentarista está en lo correcto con respecto a la participación de los fieles en uno u otro rito: al parecer, las estadísticas indican que tan sólo un 5% de los bautizados asisten a la Misa tradicional. Así pues, el 95% asisten al Novus Ordo Missae. Según esto, no deberíamos ser un peligro para nadie, pero al parecer sí lo somos, porque sembramos división en la Iglesia (Franciscus dixit). Sobre la segunda apreciación, la mayoría de quienes seguimos participando en la Misa novus ordo es porque no tenemos más remedio si queremos cumplir el precepto de oír Misa los domingos y fiestas de guardar, en las ocasiones en que no podemos desplazarnos a los poquísimos y pequeños templos en que se celebra la Misa Tradicional. Me gustaría añadir que los argumentos que suelo exponer en estas columnas, que no son míos, sino de autores que saben más, no pretenden ser un “ataque” a la Misa nueva, sino que pretenden describir mi proceso personal de descubrimiento de la Tradición de la Iglesia, con el objetivo de que pueda ayudar a otras personas a vivir más profundamente su fe, como me ha ocurrido a mí, y podamos ser más fieles a Cristo y a su Iglesia y dar mejor gloria a Dios.

La “celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI” es una expresión que necesita también ser explicada, puesto que si hay algo que caracteriza a la gran mayoría de Misas novus ordo a las que asiste el 95% de los bautizados es que no se celebran según las rúbricas del Misal.  Además de ser un rito mutilado, racionalista, horizontal y antropocéntrico, objetivamente inferior para dar gloria a Dios, resulta que el “novus ordo” ni siquiera se celebra según el Misal. Precisamente “La herejía de lo amorfo” (o de lo informe, o de lo que no tiene forma) es el título de una obra del escritor alemán Martin Mosebach sobre la que me gustaría hablar hoy, entre otras cuestiones porque su subtítulo es “la liturgia y su enemigo”. ¿Se entiende la conexión? “Amorfa” es una adecuada definición de la Misa a la que asisten la mayoría de los bautizados, con sus sacerdotes que, por mucho que pueda parecer que celebran “bien”, no están en realidad celebrando según las rúbricas del Misal de Pablo VI. Y esto entraña peligros enormes para el alma.

Martin Mosebach nació en 31 de julio de 1951 en Frankfurt. Es decir, a día de hoy tiene 73 años. Se licenció en estudios de derecho en 1979, pero a partir de 1980 comenzó a ejercer de escritor freelance, escribiendo novelas, relatos, guiones, poemarios, libretos de ópera y producciones de radio y teatro (también ejerció de negro literario, escribiendo discursos políticos). En 1983 escribió su primera novela, Das Bett (La cama). También ha cultivado el ensayo, muestra del cual es la obra de la que deseo hablar, que consiste en un compendio de ellos, en los que aboga por el regreso a las formas litúrgicas tradicionales anteriores al Concilio Vaticano II.

En 2019 se publicó su libro: “The 21: A Journey to the land of Coptic Martyrs”, que relata el brutal asesinato de 21 cristianos coptos a manos del ISIS en Libia, una obra en la que arroja luz sobre una subcultura fascinante: el cristianismo copto es una religión intrigante pero poco comprendida en el centro del conflicto de Oriente Medio.

Mosebach es autor también de “Subversive Catholicism: papacy, liturgy, Church” (Catolicismo subversivo: papado, liturgia, Iglesia), también una colección de ensayos en que el autor confronta al lector con los correctivos del catolicismo al regionalismo y a la tiranía de la moda. Nos muestra cómo la gran maravilla y belleza de la forma tradicional de la Misa nos lleva a apreciar y recuperar nuestra fe infantil en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. Los ensayos de Mosebach dan testimonio de la naturaleza perennemente «subversiva» del catolicismo de pura cepa, que desafía las suposiciones no sólo de los que están fuera del redil, sino quizás aún más, de los que están dentro de él y cambian su derecho de nacimiento de misterios santos y celestiales por un revoltijo de potaje moderno. A pesar de los pecados y escapadas de sus miembros, la Iglesia sigue haciendo presente entre nosotros una “incesante repetición de la Encarnación”.

De todo esto se desprenden diversas cuestiones sobre Martin Mosebach que son dignas de mención: no es un teólogo ni un liturgista. Es un escritor. Un novelista y ensayista, una persona, diría, después de haberle leído, con un enorme amor, asombro y fascinación por la belleza, reflejo de la Belleza, que es uno de los atributos de Dios, y que encuentra reflejada en la liturgia tradicional de la Iglesia, especialmente en la Santa Misa. Mosebach vivió el Concilio Vaticano II y el Postconcilio en plena adolescencia, y no hace más que relatar su experiencia, a la que añade la erudición de quien ha tenido el interés de profundizar en su fe, del desmoronamiento de la Iglesia y de la liturgia tras las reformas que siguieron al Concilio.

La colección de ensayos “The heresy of formlessness” de Mosebach fue publicada originalmente en 2003, pero desde entonces ha visto repetidas ediciones y modificaciones. El ejemplar que yo he leído es una edición de Angelico Press de 2018.  Esta obra es un retrato impresionante de la belleza, la poesía y el misterio de la Forma Extraordinaria de la misa. No sólo profundiza en las raíces de la liturgia romana, sino también en sus frutos en la civilización occidental. Mi admirado Peter K (el Dr. PeterKwasniewski), se ha referido en diversas ocasiones a Martin Mosebach, figura ineludible para quien desee descubrir la fuerza y la belleza del culto público de la Iglesia Católica. En el año 2013, decía Kwasniewski, citando a Zuhlsdorf, que “la liturgia es la ´punta de la lanza´ en la batalla contra el modernismo y el secularismo. En ella se forja y profundiza nuestra identidad católica. Si queremos llegar a ser todo lo que estamos llamados a ser como católicos, lo primero que debemos perseguir es el culto a Dios «en espíritu y en verdad», y eso significa no sólo con humildad personal y verdad doctrinal, sino también con la humildad institucional para mantener la continuidad con la herencia que se nos ha transmitido, y para recuperarla donde y cuando se haya perdido (…). El Papa Benedicto XVI nos ha pedido, con sus palabras y con su ejemplo, que recuperemos la continuidad con la Tradición. Pero la hermenéutica de la discontinuidad está presente en el corazón mismo de la Forma Ordinaria, una forma inherentemente discontinua con la tradición ininterrumpida y orgánica, como han argumentado muchos teólogos litúrgicos, incluido el entonces cardenal Ratzinger. Se trata de una ruptura de una magnitud sin precedentes en la historia de la Iglesia. Nunca ha ocurrido ni volverá a ocurrir nada parecido. Marca el punto en el que la Iglesia, por alguna misteriosa razón sólo conocida por la Divina Providencia, sufrió amnesia de su propio pasado y se separó de gran parte de su patrimonio sagrado. Este es el enorme obstáculo para la restauración: cuando la propia Iglesia parece consagrar, canonizar, inculcar la ruptura, ¿cómo se supone que la recuperación va a tener lugar sana y pacíficamente?”.

“Como Martin Mosebach observó una vez, nadie que entienda de teología litúrgica y de historia puede estar contento con el experimento del Novus Ordo. Nadie sabe exactamente cuándo un amor casto por la reforma se convirtió en una pasión desenfrenada por la ruptura. Algunos piensan que la culpa es de Pío X, con sus importantes modificaciones del Breviario Romano. Otros culparían a Pío XII por confiar reformas litúrgicas clave a modernistas blandos, o a Juan XXIII por su temeraria, aunque en retrospectiva minúscula, modificación del Canon Romano. La mayoría culparía directamente a Pablo VI. ¿No vemos siempre una predilección papal por extralimitarse, por dar rienda suelta a un poder monárquico petrino de modificar la liturgia cuando deberían ser sus principales preservadores? ¿No deberían los papas, por encima de todo, verse a sí mismos como servidores de lo que ha sido transmitido, en lugar de jueces de sus supuestos defectos? Pablo VI pensó que podía abolir la Misa tradicional de un plumazo. El tiempo ha demostrado la vanidad de su intención. En todo el mundo, en todos los rincones, la Misa de las Edades resurge. Y lo irónico es que Internet se ha convertido en una herramienta fundamental para el éxito de este movimiento de restauración: la restauración de una tradición litúrgica que es muy anterior a la tecnología de la imprenta, por no hablar de cualquier maquinaria eléctrica o electrónica. En esta convergencia de lo muy antiguo y lo muy nuevo hay tanto patetismo como humor. Lo divino, lo sagrado, lo santo, no puede enterrarse, no puede desterrarse, no puede trocarse. La voz de la Iglesia en oración no puede silenciarse. A su debido tiempo, resurgirá, estallará de nuevo, allí donde haya sido suprimida. Apenas estamos empezando a ver el renacimiento católico (…). Cualesquiera que hayan sido los errores cometidos, cualesquiera que sean los errores colosales y los errores garrafales, nosotros mismos, que amamos a la Iglesia y su Tradición, debemos «mantener la calma y continuar», apreciando, defendiendo y promoviendo la preciosa herencia que nosotros, todos indignos, hemos recibido”.

Reflexionando sobre la promulgación de Traditiones Custodes (https://www.firstthings.com/web-exclusives/2021/07/mass-and-memory) el 16 de julio de 2021, Mosebach afirmaba que “la vehemencia del lenguaje del motu proprio sugiere que esta directiva ha llegado demasiado tarde. En efecto, los círculos que se adhieren a la tradición litúrgica han cambiado drásticamente en las últimas décadas. A la Misa tridentina ya no acuden sólo quienes añoran la liturgia de su infancia, sino también personas que han descubierto de nuevo la liturgia y se sienten fascinadas por ella, incluidos muchos conversos, muchos de los cuales han estado alejados de la Iglesia durante mucho tiempo. Entre ellos hay muchas vocaciones sacerdotales. Estos jóvenes no sólo acuden a los seminarios mantenidos por las cofradías sacerdotales de la tradición. Muchos de ellos siguen la formación habitual para el sacerdocio y, sin embargo, están convencidos de que su vocación se refuerza precisamente con el conocimiento del rito tradicional. La curiosidad por la tradición católica suprimida ha crecido, a pesar de que muchos habían descrito esta tradición como obsoleta y poco sólida. Aldous Huxley ilustró este tipo de asombro en Un mundo feliz, en el que un joven de la élite moderna, sin sentido de la historia, descubre las desbordantes riquezas de la cultura premoderna y queda encantado con ellas”.

¿No ven en estas palabras de Mosebach que no se trata de “ataques” a la Misa nueva, sino de un intento de animar a más y más bautizados a descubrir el tesoro escondido de la Misa tradicional, que es capaz de avivar nuestra fe, profundizar en ella y afirmar nuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia?

Por ejemplo, cuando continúa diciendo sobre Traditiones Custodes: “El Papa Francisco prohíbe las misas en el rito antiguo en las iglesias parroquiales; exige a los sacerdotes que obtengan permiso para celebrar la misa antigua; incluso exige a los sacerdotes que aún no han celebrado en el rito antiguo que obtengan este permiso no de su obispo, sino del Vaticano; y exige un examen de conciencia de los participantes en la misa antigua. Pero el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto razona a un nivel totalmente distinto. El Papa Benedicto no «permitió» la «Misa antigua», y no concedió ningún privilegio para celebrarla. En una palabra, no tomó una medida disciplinaria de la que un sucesor pueda retractarse. Lo nuevo y sorprendente de Summorum Pontificum fue que declara que la celebración de la Misa antigua no necesita ningún permiso. Nunca se había prohibido porque nunca podía prohibirse.
Se podría concluir que aquí encontramos un límite fijo e insuperable a la autoridad de un papa. La tradición está por encima del Papa. La Misa antigua, arraigada profundamente en el primer milenio cristiano, está por principio más allá de la autoridad del Papa para prohibirla. Muchas disposiciones del motu proprio del Papa Benedicto pueden ser anuladas o modificadas, pero esta decisión magisterial no puede suprimirse tan fácilmente. El Papa Francisco no intenta hacerlo, la ignora. Sigue en pie después del 16 de julio de 2021, reconociendo la autoridad de la tradición de que todo sacerdote tiene el derecho moral de celebrar el antiguo rito nunca prohibido”.
Y continúa: “Quizá la misa no sea lo que más preocupa al Papa. Francisco parece simpatizar con la «hermenéutica de la ruptura», esa escuela teológica que afirma que con el Concilio Vaticano II la Iglesia rompió con su tradición. Si eso es cierto, entonces hay que impedir toda celebración de la liturgia tradicional. Porque mientras se celebre la antigua Misa en latín en cualquier garaje, no se habrá extinguido la memoria de los dos mil años anteriores. Esta memoria, sin embargo, no puede ser desarraigada por el contundente ejercicio del positivismo jurídico papal. Volverá una y otra vez, y será el criterio con el que la Iglesia del futuro tendrá que medirse”.

En “The heresy of formlessness”, Mosebach parte de una premisa que refleja un error fundamental en nuestra percepción de la realidad, intoxicada, a menudo inconscientemente, de modernismo: el pensar, como hicieron los innovadores litúrgicos en los años 1960s, que las formas son un envoltorio accidental del contenido, y que podían eliminarse para sacar a la luz la esencia de la liturgia. “Ahora, sin embargo –afirma Mosebach-, tras más de un siglo de destrucción de las formas en el arte, la literatura, la arquitectura, la política y también la religión, la gente empieza a darse cuenta en general de que la pérdida de la forma -casi siempre- implica la pérdida del contenido”. Pensemos en la Iglesia hoy: sacerdotes y religiosos sin ningún tipo de distintivo que les identifique como tales en medio del mundo; despachos y dependencias de cáritas sin ninguna cruz u otro signo católico; Misas sin más guión que la creatividad del celebrante. Y aquí está lo que Mosebach quiere decir: que la forma no es un accidente, sino que forma parte del contenido. En las más solemnes o más sencillas celebraciones de la Misa, nada es “ornamento”, o “inútil”, sino que todo tiene un significado simbólico que nos lleva, durante la Misa, a vivir el Cielo en la Tierra.

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