Sobre el texto de esta católica(ex)perpleja del 21 de septiembre, un lector protestaba diciendo que “aquí se ataca la Misa que celebran millones de católicos en todo el mundo, y yo diría que la mayoría de los lectores de este portal (…). Me parece infantil la actitud del que sigue participando en la Misa “novus ordo” y después la ataca públicamente”.
Este comentarista
está en lo correcto con respecto a la participación de los fieles en uno u otro
rito: al parecer, las estadísticas indican que tan sólo un 5% de los bautizados
asisten a la Misa tradicional. Así pues, el 95% asisten al Novus Ordo Missae.
Según esto, no deberíamos ser un peligro para nadie, pero al parecer sí lo
somos, porque sembramos división en la Iglesia (Franciscus dixit). Sobre la
segunda apreciación, la mayoría de quienes seguimos participando en la Misa
novus ordo es porque no tenemos más remedio si queremos cumplir el precepto de
oír Misa los domingos y fiestas de guardar, en las ocasiones en que no podemos
desplazarnos a los poquísimos y pequeños templos en que se celebra la Misa
Tradicional. Me gustaría añadir que los argumentos que suelo exponer en estas
columnas, que no son míos, sino de autores que saben más, no pretenden ser un
“ataque” a la Misa nueva, sino que pretenden describir mi proceso personal de
descubrimiento de la Tradición de la Iglesia, con el objetivo de que pueda ayudar
a otras personas a vivir más profundamente su fe, como me ha ocurrido a mí, y
podamos ser más fieles a Cristo y a su Iglesia y dar mejor gloria a Dios.
La “celebración
de la Misa según el Misal de Pablo VI” es una expresión que necesita también
ser explicada, puesto que si hay algo
que caracteriza a la gran mayoría de Misas novus ordo a las que asiste el 95%
de los bautizados es que no se celebran según las rúbricas del Misal. Además de ser un rito mutilado, racionalista,
horizontal y antropocéntrico, objetivamente inferior para dar gloria a Dios, resulta
que el “novus ordo” ni siquiera se celebra según el Misal. Precisamente “La
herejía de lo amorfo” (o de lo informe, o de lo que no tiene forma) es el
título de una obra del escritor alemán Martin Mosebach sobre la que me gustaría
hablar hoy, entre otras cuestiones porque su subtítulo es “la liturgia y su enemigo”. ¿Se entiende la conexión? “Amorfa” es
una adecuada definición de la Misa a la que asisten la mayoría de los
bautizados, con sus sacerdotes que, por mucho que pueda parecer que celebran
“bien”, no están en realidad celebrando
según las rúbricas del Misal de Pablo VI. Y esto entraña peligros enormes
para el alma.
Martin Mosebach nació en 31 de julio de
1951 en Frankfurt. Es decir, a día de hoy tiene 73 años. Se licenció en
estudios de derecho en 1979, pero a partir de 1980 comenzó a ejercer de
escritor freelance, escribiendo
novelas, relatos, guiones, poemarios, libretos de ópera y producciones de radio
y teatro (también ejerció de negro literario, escribiendo discursos políticos). En 1983 escribió su
primera novela, Das Bett (La cama).
También ha cultivado el ensayo, muestra del cual es la obra de la que deseo
hablar, que consiste en un compendio de ellos, en los que aboga por el regreso a las formas litúrgicas tradicionales anteriores
al Concilio Vaticano II.
En 2019 se publicó su libro: “The 21: A
Journey to the land of Coptic Martyrs”, que relata el brutal asesinato de 21
cristianos coptos a manos del ISIS en Libia, una obra en la que arroja luz
sobre una subcultura fascinante: el cristianismo copto es una religión
intrigante pero poco comprendida en el centro del conflicto de Oriente Medio.
Mosebach es autor también de “Subversive
Catholicism: papacy, liturgy, Church” (Catolicismo subversivo: papado,
liturgia, Iglesia), también una colección de ensayos en que el autor confronta
al lector con los correctivos del catolicismo al regionalismo y a la tiranía de
la moda. Nos muestra cómo la gran
maravilla y belleza de la forma tradicional de la Misa nos lleva a apreciar
y recuperar nuestra fe infantil en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía.
Los ensayos de Mosebach dan testimonio de la
naturaleza perennemente «subversiva» del catolicismo de pura cepa, que desafía
las suposiciones no sólo de los que están fuera del redil, sino quizás aún más,
de los que están dentro de él y cambian su derecho de nacimiento de
misterios santos y celestiales por un revoltijo de potaje moderno. A pesar de
los pecados y escapadas de sus miembros, la Iglesia sigue haciendo presente
entre nosotros una “incesante repetición de la Encarnación”.
De todo esto se desprenden diversas
cuestiones sobre Martin Mosebach que son dignas de mención: no es un teólogo ni
un liturgista. Es un escritor. Un novelista y ensayista, una persona, diría,
después de haberle leído, con un enorme amor, asombro y fascinación por la
belleza, reflejo de la Belleza, que es uno de los atributos de Dios, y que
encuentra reflejada en la liturgia tradicional de la Iglesia, especialmente en
la Santa Misa. Mosebach vivió el Concilio Vaticano II y el Postconcilio en
plena adolescencia, y no hace más que relatar su experiencia, a la que añade la
erudición de quien ha tenido el interés de profundizar en su fe, del
desmoronamiento de la Iglesia y de la liturgia tras las reformas que siguieron
al Concilio.
La colección de ensayos “The heresy of formlessness” de Mosebach fue
publicada originalmente en 2003, pero desde entonces ha visto repetidas
ediciones y modificaciones. El ejemplar que yo he leído es una edición de
Angelico Press de 2018. Esta obra es un retrato impresionante de la belleza, la poesía y el misterio de la
Forma Extraordinaria de la misa. No sólo profundiza en las raíces de la
liturgia romana, sino también en sus frutos en la civilización occidental. Mi
admirado Peter K (el Dr. PeterKwasniewski), se ha referido en diversas ocasiones a Martin Mosebach, figura ineludible para quien desee descubrir la fuerza
y la belleza del culto público de la Iglesia Católica. En el año 2013,
decía Kwasniewski, citando a Zuhlsdorf, que “la liturgia es la ´punta de la lanza´ en la batalla contra el
modernismo y el secularismo. En ella se forja y profundiza nuestra identidad
católica. Si queremos llegar a ser todo lo que estamos llamados a ser como
católicos, lo primero que debemos perseguir es el culto a Dios «en espíritu y
en verdad», y eso significa no sólo con humildad personal y verdad doctrinal,
sino también con la humildad institucional para mantener la continuidad
con la herencia que se nos ha transmitido, y para recuperarla donde y cuando se
haya perdido (…). El Papa Benedicto XVI nos ha pedido, con sus palabras y con
su ejemplo, que recuperemos la continuidad con la Tradición. Pero la
hermenéutica de la discontinuidad está presente en el corazón mismo de la Forma
Ordinaria, una forma inherentemente discontinua con la tradición ininterrumpida
y orgánica, como han argumentado muchos teólogos litúrgicos, incluido el entonces
cardenal Ratzinger. Se trata de una ruptura de una magnitud sin precedentes en
la historia de la Iglesia. Nunca ha ocurrido ni volverá a ocurrir nada
parecido. Marca el punto en el que la Iglesia, por alguna misteriosa razón sólo
conocida por la Divina Providencia, sufrió amnesia de su propio pasado y se
separó de gran parte de su patrimonio sagrado. Este es el enorme
obstáculo para la restauración: cuando la propia Iglesia parece
consagrar, canonizar, inculcar la ruptura, ¿cómo se supone que la recuperación
va a tener lugar sana y pacíficamente?”.
“Como Martin
Mosebach observó una vez, nadie que entienda de teología litúrgica y de
historia puede estar contento con el experimento del Novus Ordo. Nadie sabe
exactamente cuándo un amor casto por la reforma se convirtió en una pasión
desenfrenada por la ruptura. Algunos piensan que la culpa es de Pío X, con sus
importantes modificaciones del Breviario Romano. Otros culparían a Pío XII por
confiar reformas litúrgicas clave a modernistas blandos, o a Juan XXIII por su
temeraria, aunque en retrospectiva minúscula, modificación del Canon Romano. La
mayoría culparía directamente a Pablo VI. ¿No vemos siempre una predilección
papal por extralimitarse, por dar rienda suelta a un poder monárquico petrino
de modificar la liturgia cuando deberían ser sus principales preservadores?
¿No deberían los papas, por encima de todo, verse a sí mismos como servidores
de lo que ha sido transmitido, en lugar de jueces de sus supuestos defectos? Pablo
VI pensó que podía abolir la Misa tradicional de un plumazo. El tiempo ha
demostrado la vanidad de su intención. En todo el mundo, en todos los rincones,
la Misa de las Edades resurge. Y lo irónico es que Internet se ha convertido en
una herramienta fundamental para el éxito de este movimiento de restauración: la restauración de una tradición litúrgica
que es muy anterior a la tecnología de la imprenta, por no hablar de cualquier
maquinaria eléctrica o electrónica. En esta convergencia de lo muy antiguo y lo
muy nuevo hay tanto patetismo como humor. Lo
divino, lo sagrado, lo santo, no puede enterrarse, no puede desterrarse, no
puede trocarse. La voz de la Iglesia en oración no puede silenciarse. A su
debido tiempo, resurgirá, estallará de nuevo, allí donde haya sido suprimida.
Apenas estamos empezando a ver el renacimiento católico (…). Cualesquiera
que hayan sido los errores cometidos, cualesquiera que sean los errores
colosales y los errores garrafales, nosotros
mismos, que amamos a la Iglesia y su Tradición, debemos «mantener la calma y
continuar», apreciando, defendiendo y promoviendo la preciosa herencia que
nosotros, todos indignos, hemos recibido”.
Reflexionando sobre la promulgación de Traditiones Custodes (https://www.firstthings.com/web-exclusives/2021/07/mass-and-memory) el 16 de julio de 2021, Mosebach
afirmaba que “la vehemencia del lenguaje del motu proprio sugiere que esta
directiva ha llegado demasiado tarde. En efecto, los círculos que se adhieren a
la tradición litúrgica han cambiado drásticamente en las últimas décadas. A la
Misa tridentina ya no acuden sólo quienes añoran la liturgia de su infancia,
sino también personas que han descubierto de nuevo la liturgia y se sienten
fascinadas por ella, incluidos muchos conversos, muchos de los cuales han
estado alejados de la Iglesia durante mucho tiempo. Entre ellos hay muchas
vocaciones sacerdotales. Estos jóvenes no sólo acuden a los seminarios
mantenidos por las cofradías sacerdotales de la tradición. Muchos de ellos
siguen la formación habitual para el sacerdocio y, sin embargo, están
convencidos de que su vocación se refuerza precisamente con el conocimiento del
rito tradicional. La curiosidad por la tradición católica suprimida ha crecido,
a pesar de que muchos habían descrito esta tradición como obsoleta y poco
sólida. Aldous Huxley ilustró este tipo de asombro en Un mundo
feliz, en el que un joven de la élite moderna, sin sentido de la
historia, descubre las desbordantes riquezas de la cultura premoderna y queda
encantado con ellas”.
¿No ven en
estas palabras de Mosebach que no se trata de “ataques” a la Misa nueva, sino
de un intento de animar a más y más bautizados a descubrir el tesoro escondido
de la Misa tradicional, que es capaz de avivar nuestra fe, profundizar en ella
y afirmar nuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia?
Por ejemplo,
cuando continúa diciendo sobre Traditiones Custodes: “El Papa Francisco prohíbe
las misas en el rito antiguo en las iglesias parroquiales; exige a los
sacerdotes que obtengan permiso para celebrar la misa antigua; incluso exige a
los sacerdotes que aún no han celebrado en el rito antiguo que obtengan este
permiso no de su obispo, sino del Vaticano; y exige un examen de conciencia de los participantes en la misa antigua.
Pero el motu proprio Summorum
Pontificum de Benedicto
razona a un nivel totalmente distinto. El
Papa Benedicto no «permitió» la «Misa antigua», y no concedió ningún privilegio
para celebrarla. En una palabra, no tomó una medida disciplinaria de la que un
sucesor pueda retractarse. Lo nuevo y sorprendente de Summorum
Pontificum fue que declara
que la celebración de la Misa antigua no necesita ningún permiso. Nunca se
había prohibido porque nunca podía prohibirse.
Se podría concluir que aquí encontramos un límite fijo e insuperable a la
autoridad de un papa. La tradición está
por encima del Papa. La Misa antigua, arraigada profundamente en el primer
milenio cristiano, está por principio más allá de la autoridad del Papa para
prohibirla. Muchas disposiciones del motu proprio del Papa Benedicto pueden ser
anuladas o modificadas, pero esta decisión magisterial no puede suprimirse tan
fácilmente. El Papa Francisco no intenta hacerlo, la ignora. Sigue en pie después del 16 de julio de
2021, reconociendo la autoridad de la tradición de que todo sacerdote tiene el
derecho moral de celebrar el antiguo rito nunca prohibido”.
Y continúa: “Quizá la misa no sea lo que más preocupa al Papa. Francisco parece
simpatizar con la «hermenéutica de la ruptura», esa escuela teológica que
afirma que con el Concilio Vaticano II la Iglesia rompió con su tradición. Si
eso es cierto, entonces hay que impedir toda celebración de la liturgia
tradicional. Porque mientras se celebre la antigua Misa en latín en cualquier
garaje, no se habrá extinguido la memoria de los dos mil años anteriores. Esta
memoria, sin embargo, no puede ser desarraigada por el contundente ejercicio
del positivismo jurídico papal. Volverá una y otra vez, y será el criterio con
el que la Iglesia del futuro tendrá que medirse”.
En “The
heresy of formlessness”, Mosebach parte de una premisa que refleja un error fundamental
en nuestra percepción de la realidad, intoxicada, a menudo inconscientemente,
de modernismo: el pensar, como hicieron los innovadores litúrgicos en los años
1960s, que las formas son un envoltorio accidental del contenido, y que podían
eliminarse para sacar a la luz la esencia de la liturgia. “Ahora, sin embargo
–afirma Mosebach-, tras más de un siglo de destrucción de las formas en el
arte, la literatura, la arquitectura, la política y también la religión, la
gente empieza a darse cuenta en general de que la pérdida de la forma -casi siempre- implica la pérdida del contenido”.
Pensemos en la Iglesia hoy: sacerdotes y religiosos sin ningún tipo de
distintivo que les identifique como tales en medio del mundo; despachos y
dependencias de cáritas sin ninguna cruz u otro signo católico; Misas sin más
guión que la creatividad del celebrante. Y aquí está lo que Mosebach quiere
decir: que la forma no es un accidente, sino que forma parte del contenido. En
las más solemnes o más sencillas celebraciones de la Misa, nada es “ornamento”,
o “inútil”, sino que todo tiene un significado simbólico que nos lleva, durante
la Misa, a vivir el Cielo en la Tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario