Pues bien, si el Sumo Pontífice es un padre espiritual para los bautizados, esperaríamos que nos ame, en el sentido de velar por la salvación de nuestras almas mediante la transmisión de la doctrina perenne de la Iglesia, la fidelidad a las Sagradas Escrituras, el Magisterio anterior a él y la Tradición. Tal vez Francisco tenga una manera un tanto particular de amarnos a los católicos; tan particular que parece que no nos ame, porque desde el inicio de su pontificado se ha dedicado a insultar a quienes intentan vivir la fe y los mandamientos de Dios y de la Iglesia de manera coherente. Sin ánimo de ser exhaustiva, le hemos oído llamar conejas a las madres de familia abiertas a la vida; llama rígidos obsesivamente a cualquiera que intenta vivir su fe de acuerdo al Credo; le hemos visto abofetear rabiosamente la mano de una fiel asiática y retirar su mano con expresión de asco a quienes pretendían besar el anillo del pescador. Por no hablar de la continua mirada torva. Parece tener además particular inquina contra los sacerdotes. Comparemos solamente la imagen de Benedicto XVI con los seminaristas en Estados Unidos con el Papa Francisco despotricando despectiva y continuamente de la rigidez de los sacerdotes jóvenes, de sus supuestos desequilibrios psicológicos (gravísima acusación), de las puntillas de la abuela, reírse de los sombreros saturno, explicar cómo le pone enfermo ver a sacerdotes jóvenes en sastrerías en Roma haciéndose sotanas a medida…
También vemos que es larguísima la lista de obispos misericordiados por no ser fieles “a la Iglesia”. Han aparecido estos años numerosos estudios psicológicos sobre el Papa Francisco que destacan su narcisismo, patología que, entre sus rasgos, contiene el de observarlo todo desde la perspectiva de estar a favor o en contra de él mismo, de su persona. Así, confunde no ser partícipe de las rupturas que promueve en la Iglesia y la voluntad de permanecer fiel a la misma con “atentar contra la unidad de la Iglesia”, no ser fiel… Un caso sonado reciente es el del obispo Joseph Strickland de Tyler, en Texas, pero la lista es infinita. Me comentaba un sacerdote con contactos en la curia vaticana que existe un ambiente de verdadero terror en casa Santa Marta. De los ataques de ira del Papa, de su lenguaje soez y de la caza de brujas: sólo hay que dirigirse al Papa con esos chismorreos que en apariencia odia para que las personas acusadas, sin pruebas y sin ser escuchadas, sean misericordiadas. Terrible palabra acuñada con razón durante este pontificado. Porque, efectivamente, si parece amarnos poco a los bautizados en general y a los sacerdotes en particular, con los obispos y cardenales fieles a la tradición de la Iglesia es irrespetuoso, vengativo y rencoroso. Lo ha demostrado con el cardenal Burke (haciendo burla pública de él por estar a punto de morir de covid por no haberse vacunado y posteriormente retirándole la vivienda vaticana y sueldo); con el cardenal Müller, apartado de la CDF en cuanto cumplió su periodo de cinco años, práctica poco habitual; y, muy recientemente, la pasada semana, despachándose inmisericordemente contra el cardenal Sarah (“un pobre hombre no apto para el cargo de Prefecto de Culto divino”) y con el obispo Georg Gansweïn, secretario de Benedicto XVI, a quien ha llegado a tachar de tener hacia él una “conducta inhumana”. Pareciera que Francisco se sienta enfermo y pretenda vanamente dejar todo “atado y bien atado”, escribiendo la historia a su modo. De ahí la cantidad ingente de libros sobre él que se están publicando, escritos con su colaboración. Pero eso es como pretender tapar el sol con un dedo. De Dios no se ríe nadie y el Juez nos pondrá en nuestro sitio el día de nuestra muerte. A él, también. Y a quien mucho se le dio, mucho se le pedirá. También la Iglesia pondrá a cada pontífice, con el paso del tiempo, en el lugar que le corresponde.
Curiosamente, algo en lo que el Papa Francisco parece seguir a pies juntillas el mandato de nuestro Señor Jesucristo es en amar a nuestros enemigos; aunque tenga una peculiar manera de hacerlo, que es animándoles a perseverar en el mal, como hizo con la vicepresidenta comunista española, a la que ha recibido al menos en dos ocasiones, animándola a “seguir así”.
Afirmar estas cuestiones sobre el Papa suele ser un tema espinoso, que hiere muchas sensibilidades. No nos damos cuenta de que la figura del Papa está sobredimensionada como nunca antes en la historia, y que existe total confusión en cuanto a la obediencia que le debemos. Los medios de comunicación de masas exponen la figura del Sumo Pontífice sobremanera, y este Papa particular es muy dado a verter sus opiniones personales, en ocasiones bastante incompatibles con la fe de la Iglesia, generando mucha confusión en las almas sencillas. Creo que lo más sensato sería estar mejor formados en la fe de la Iglesia que en las ocurrencias personales del papa reinante, ya sean orales en cualquier vuelo o incluso plasmadas en documentos vaticanos con su firma. Sobre todo, cuando, insisto, parecen contradecir lo que dijo siempre la Iglesia. No olvidemos que la función del Papa es estar al servicio de la fe. Es el “siervo de los siervos de Dios”, vicario de Cristo. Me gustaría saber, por cierto, cómo se explica y qué implicaciones tiene el hecho de que Francisco retirase este título del anuario pontificio. ¿Qué es el Papa si no es el vicario de Cristo en la tierra? El Papa tiene la obligación de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22, 31-32). Un papa puede equivocarse cuando no habla ex catedra, puede caer en herejía y puede incluso perder el juicio, por la edad u otras causas. Tengamos todo esto en cuenta. No estamos aquí para seguir las ideas personales del Papa. Le debemos obediencia siempre que no contradiga la fe de la Iglesia o la Palabra revelada de Dios. Cuando eso ocurra, debemos obediencia primero a Dios (Hch 5, 29). Como ocurre, por ejemplo, de manera flagrante con Amoris Laetitia y la consideración de situaciones de pecado objetivo que pueden ser agradables a Dios (¿¿??) y Fiducia Suplicans y la bendición no sacramental de personas que van juntas a que las bendigan, pero no su unión contra natura. Que alguien demuestre que esto no es trilerismo verbal que contradice directamente la Palabra revelada de Dios. Tenemos también los casos de llamar a la Creación “casa común” y decir que la tierra “patalea porque la maltratamos”. ¿Qué es eso? ¿Panteísmo? Desde luego que fe católica no es.
En la mayor parte de los casos, el Papa Francisco parece un funcionario de la ONU, dedicado a implementar las medidas de la agenda 2030; cantando las bondades de la vacunación, el control poblacional (ojo a cómo ha desmantelado la Pontificia Academia para la Vida y la ha llenado de abortistas); parece estar a favor del “respeto” y “tolerancia” hacia todas las religiones indígenas, como si estuvieran al mismo nivel de verdad que la fe católica. Y basta ya de ejemplos, porque no acabaríamos. De hecho, el papa Francisco parece un producto resultante de lo peor de la época post-conciliar y la teología de la liberación. Soy consciente de que todas estas líneas no aportan nada nuevo. Que todo esto se ha dicho ya hasta la saciedad del Papa Francisco. Sin embargo, la mayoría de los fieles, incluyendo a los obispos y muchos sacerdotes, siguen ciegos, voluntaria o involuntariamente.
Acabemos bien. ¿Qué podríamos decir en positivo sobre este pontificado? Reconociendo que el papa es legítimo, diría que a muchos nos ha ayudado a que nos cayera la venda de los ojos sobre la revolución que se está llevando a cabo en la Iglesia Católica desde las primeras décadas del siglo XX con el objetivo de sustituir la fe verdadera por otra cosa, por algo no sólo protestantizado, sino mundano en el sentido de “mundo” que da el evangelista Juan: de todo aquello que es contrario a Dios.
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