En la diócesis de Terrassa,
sufragánea de Barcelona, se celebra hoy el festival que pueden ver anunciado en
la imagen.
Los organizadores lo definen como un “worship music festival”, como se puede ver en el poster; algo así como un “festival de música de alabanza”, en el que, por el módico precio de 28€ un adulto y entre 14€ y 19€ menores de edad, la delegación de juventud de dicha diócesis pretende “crear un espacio de encuentro y alabanza a través de la música cristiana”. Dice el portal dedicado a tal iniciativa que “buscamos que cada persona experimente una conexión profunda con Dios, similar a la vivencia que Santiago, Juan y Pedro experimentaron en el monte Tabor”.
Si observamos la imagen que
ilustra este texto, inmediatamente se aprecia algo que nos deja perplejos: la gravísima inclusión de la Misa y el
sacramento de la confesión como unas opciones entre otras de la oferta de
actividades del festival, junto con grupos musicales.
¿Nadie en esa diócesis ha pensado
que algo está muy mal en la concepción misma de ese cartel? No se trata de
atacar a las personas, sino de denunciar errores, con caridad, para que puedan
corregirse. La primera obra de misericordia espiritual es enseñar al que no
sabe. Lo realmente sorprendente es que un cartel así, con lo que implica en
cuanto a errores de comprensión de la fe católica, haya pasado todos los
filtros, si es que los hay, de una estructura diocesana.
Por un lado, ¿alguien se ha
parado a pensar qué significa “worship” y la diferencia que existe entre
evangélicos y católicos al respecto, aunque en inglés se utilice el mismo
término? Porque el concepto evangélico del mismo significa simplemente “alabanza”,
cantarle a Dios. Ellos no tienen sacramentos. Pero en algún momento y en algún
lugar, a un iluminado católico se le ocurrió que era muy fácil “catolicizar” el
worship: es decir, ponerse a cantar cancioncitas de ritmo pop y letras
sentimentalonas exponiendo el Santísimo. Aunque hay que mencionar que en la
versión católica existe también la simple versión “copia y pega”, sin el Santísimo.
Y desde hace unos años han aparecido como setas en este tiempo infinidad de
bandas musicales, no sólo en los Estados Unidos, sino también en nuestro país,
que componen sus propias canciones de worship.
Además del hecho de tratarse de
un ejemplo más de la deriva de protestantización de la Iglesia Católica, con el
beneplácito de los obispos, hay otro aspecto gravísimo de este asunto: la visión consumista de la religión. Veamos
los principales rasgos de una actitud consumista y trasladémoslos después al
análisis del planteamiento de este festival. La Real Academia de la Lengua
Española define el “consumismo” como la “tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre
necesarios”. El papa San Juan Pablo II afirma en el número 38 de la encíclica
Redemptoris Missio que las actitudes consumistas
“manifiestan
la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de
aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración”. En Redemptor
Hominis, el papa polaco afirma que “el cuadro de la civilización consumística
(…) consiste en un cierto exceso de
bienes necesarios al hombre” (#16). En la encíclica Dives in misericordia, Juan
Pablo II vinculaba el consumismo con los hombres y las sociedades bien
acomodadas y saciadas, que viven en la abundancia (#11).
Podríamos pensar que, hijos de nuestro tiempo como somos,
abordamos nuestra vida de fe con una actitud consumista propia de este tiempo.
Pero, por una parte, ¿no debería ésta ser corregida por los pastores, en lugar
de ser incentivada por las actividades de iniciativa eclesial? Por otra parte, ¿por qué necesitan los jóvenes de hoy
aprender nuevas formas de oración? ¿Es que ya no son válidas las que la Iglesia
empleó y enseñó durante siglos?
Con todo esto, me vienen dos cuestiones a la mente: la
primera, que tendemos a hablar de “jóvenes”, cuando en realidad la tendencia al
consumismo religioso se observa en todos los grupos de edad. La segunda, el trágico olvido de que la
Misa, como decía el mismo Concilio Vaticano II, es la “fuente y culmen” de la
vida cristiana, la primera adoración a Dios, como dijo san Agustín: “Nemo
autem illam carnem manducat nisi prius adoraverit” (“nadie come de esa carne a
no ser que la haya adorado antes”). Pues lo que vemos aquí es que la Santa Misa
ha perdido totalmente su centralidad en la vivencia de la fe católica según la
muestra gráfica que es el cartel de este festival. Es una más entre las
opciones (la última, además). La dimensión
penitencial de la santa Misa, que es la actualización del sacrificio del
Calvario y en que uno de los cuatro fines por los que se ofrece es la remisión
de los pecados, queda totalmente arrollada en la dinámica de un festival de
pura exaltación extro-vertida; paradoja grande cuando Juan Pablo II asociaba la
actitud consumista a la necesidad de interioridad. También el sacramento de la
reconciliación, necesario para la comunión sacramental, queda difuminado en la
oferta del festival.
¿Qué ha ocurrido en la Iglesia para que la
Misa haya perdido su lugar primordial? ¿De dónde surge la necesidad del consumo de
experiencias religiosas, vividas como – disculpen la expresión –“chutes”
emocionales, pasando sin pausa de uno a otro? Del concierto de worship (versión
Hakuna – la más fetén y multitudinaria - o cualquier otra) a la Hora Santa sin
silencio (a ser posible, con foco incorporado al Santísimo que, en manos del
sacerdote, va paseando a un palmo de los rostros de los fieles en pie y brazos
en alto); de aquí a la experiencia exaltada de Medjugorje (hablaremos de este
tema la próxima semana), a los retiros de Emaús y tantas otras realidades de
puro sentimentalismo que ofrecen las parroquias y movimientos en la Iglesia.
No
hemos llegado a esta situación súbitamente. Ha sido un proceso histórico, que Rubén
Peretó Rivas explica magníficamente en el capítulo “la liturgia y la cultura
cristiana” de su obra “El nacimiento de la cultura cristiana”. Vamos a citar textualmente algunas palabras muy
clarificadoras: “En la cultura de un buen cristiano contemporáneo la liturgia
no suele ser más que un episodio semanal. Los domingos concurre a Misa,
generalmente acompañado con su familia, y transcurre una hora de su tiempo
participando de una ceremonia más o menos sagrada, o más o menos sacrílega, en
la que escucha algunas lecturas bíblicas, varias oraciones de las que entiende
relativamente poco aunque sean rezadas en su propia lengua, y ocurrencias más o
menos devotas del sacerdote celebrante. A esto se reduce la vida litúrgica de
un cristiano medio, y es lógico entonces que la liturgia le resulte algo
completamente accidental en su vida religiosa. Lo central para él será la
oración personal y el servicio al prójimo, en el menor de los casos”. “Sin
embargo – continúa el Dr. Peretó – no fue así en la época del florecimiento de
la cultura cristiana. La historia de la conversión de la mitad de Europa por
los monjes es, desde cierto punto de vista, la historia de la acción social de
un coro litúrgico sobre los fieles, puesto que la liturgia es una forma potente
de apostolado, sobre todo como comunicadora de vida. Es, en ciertas
circunstancias, más eficaz y más efectiva sobre las almas que la predicación.
Su gran fuerza radica en que ella es una lección de “cosas”; de cosas que
enseñan (…). Convierte las almas”.
Para
comprender bien lo que está explicando Rubén Peretó, es necesario aclarar que,
en primer lugar, está hablando de tiempos de Cristiandad, “cuando la filosofía
del evangelio gobernaba los Estados”, en palabras de León XIII, y que se está
refiriendo a la Misa tradicional, dotada de una riqueza de signos y símbolos,
como decíamos la pasada semana, de los que la nueva misa adolece.
“Para los cristianos medievales, quienes edificaron la
cultura cristiana, la liturgia era central. Era ella la fuente de la cual
manaba la piedad y la devoción, y su vida cristiana danzaba en torno a la
liturgia, a sus ceremonias y a sus fiestas. Pero, además, era también la
liturgia la que nutría su piedad ´personal´”, que no tiene el significado
(subjetivista y emotivista) que le asignamos actualmente. Es muy interesante la
explicación que hace Peretó de la liturgia monástica, y el papel de los salmos
y la Sagrada Escritura en la misma; pero es que existía para los laicos, además,
desde tiempos antiguos (se han hallado ejemplares del siglo VIII), unos libros
de oraciones que se nutrían del espíritu monástico, con oraciones recomendadas
para los diferentes momentos del día – la santificación del día es exactamente
el objetivo de la vida monástica. Vivir con el corazón y la mente en Dios a lo
largo del día, recordándole y encomendándose en los diversos momentos y tareas.
Y de ello, que no es más que la expresión de la vida de cualquier bautizado, se
nutría la piedad “personal” de los laicos, con el tiempo razonablemente menor
de que disponían para la oración. Afirma el Dr. Peretó que “resulta muy difícil
para nosotros comprender el modo y la profundidad en que la liturgia estaba
imbricada en la vida diaria de los fieles, y por eso resulta importante
comprender el papel que jugaba en ellos la percepción del tiempo, pues las
celebraciones litúrgicas se tejen en torno al transcurso del tiempo. El año
entero estaba marcado para los medievales por su lugar en el tiempo cristiano:
la Pascua, la Navidad, la Cuaresma y otras grandes festividades, que no
solamente eran celebrados por la Iglesia, sino que para toda la sociedad eran
días feriados”.
¿Cómo hemos acabado
hablando de la Edad Media cuando estábamos hablando de un festival de música que
se celebra hoy? Muy
sencillo, aunque no lo parezca: porque cuando la liturgia, con su centro, la
Misa, alimentaba la piedad personal, ésta se basaba en la adoración objetiva de
Dios y en la oración de las palabras por Él reveladas (pasajes de la Escritura
y, sobre todo, los salmos). Fue una
desviación dentro del cristianismo lo que llevó a una vivencia cada vez más
individualista, interior, subjetiva y emotivista de la fe que comenzó tan
temprano como el siglo XIII, con los franciscanos llamados “espirituales”, evolucionando
en el nominalismo, la devotio moderna, el humanismo y la herejía protestante. Todo
ello formó una espiritualidad en la que la liturgia y su culmen, la Misa, no
era el principal alimento de la espiritualidad, el centro de la vida de los
católicos. Con el paso del tiempo, ello desembocó en la práctica de más y más
ejercicios piadosos subjetivistas y en la acumulación de la vivencia y consumo
de “experiencias espirituales”, y el número de cristianos que vivían así su fe
fue en aumento. Hasta hoy, que vivimos en un mundo secularizado, en el que la
Iglesia Católica se ha protestantizado. Sin embargo, los católicos no
deberíamos considerar la Cristiandad solamente una época pasada, sino el ideal
al que debe aspirar un catolicismo sano (un catolicismo no sano celebra la
separación entre Iglesia y Estado, como lamentaban los pontífices hasta casi
mediado el siglo XX).
Si vivimos tiempos de desviación y degeneración como
católicos, lo lógico sería que los pastores, cuya misión es custodiar y
transmitir intacta la fe de siempre, la corrigieran. En cambio, tristemente,
nos encontramos ante una jerarquía eclesial desnortada que promueve actividades
de corte protestantizante con el fin aparente de mostrar una Iglesia viva
basada en la cantidad, la actividad y la juventud. La manifestación más clara
de ello, que pudimos contemplar el año pasado, fue la competición entre
diócesis por llenar autobuses o aviones para asistir a la JMJ; pero también lo
son festivales de este tipo y otros similares, con la presencia de los
habituales influencers católicos, con el fin de atraer asistencia. Viendo las
redes sociales de algunas diócesis, que sólo destacan estas actividades, y el
contraste con la vida de la mayoría de las parroquias, me surge la pregunta de si
es que los obispos pretenden engañar a alguien (cuando Dios lo ve todo); o si
es que piensan, lo cual es igual de grave, que así evangelizan.
Como guinda del lamentable pastel
de este festival Har-Tabor, me encontré que en la cuenta de Instagram de Voces
del Verbo - laicos que viven la espiritualidad del Instituto del Verbo
Encarnado en España - animaban fervorosamente a la asistencia al festival
Har-Tabor, confirmando una vez más en los hechos la profética frase de Gilbert
K. Chesterton: “los conservadores no son más que los progresistas a cámara lenta; su función es impedir la restauración”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario