Estando hace un par de años en la ciudad de
Balaguer por razones laborales, asistí el día de la Candelaria a la Misa de 9
am en la basílica del Santo Cristo de Balaguer, anexo al convento de Santa
Clara, convento de clarisas desde el siglo XIII en el que desde hace poco más de
una década habita una comunidad bastante sui generis.
No había estado allí antes, pero sí las sigo
en redes sociales y lo que veo es a una anciana abadesa española y a unas 8 ó 10 muchachas
jóvenes centroamericanas que parecen funcionar a manera de colmena, con su
abeja reina y las obreras.
La puesta en escena era ya bastante extraña. Éramos pocos fieles; no creo que más de quince. La comunidad religiosa, en lugar de estar durante la Misa en lo que parece ser un coro lateral con una magnífica reja, estaban sentadas en el presbiterio, a ambos lados del altar, en sillas plegables, formando dos coros, con sus libros de cantos puestos a los pies de las sillas (me recordó a mis años universitarios, con todos los libros por el suelo alrededor de aquellas incómodas sillas con una plataforma para escribir).
La Misa se desarrollaba de manera “normal”. Nada llamativo. La abadesa tocaba un órgano y algunas monjas cantaban ante un micrófono, todas impecables en sus bellos hábitos. Pero entonces sucedió algo extraño: cuando llegó el momento de la consagración, el sacerdote consagró dos cálices, y una de las hermanas se dirigió hacia el sagrario con un pedazo de ropa en la mano, abrió el tabernáculo y extrajo un copón, que depositó sobre el altar. En el momento de comulgar, el sacerdote colocó uno de los cálices en el extremo derecho del altar y, mientras él se dirigía a dar la comunión a los pocos fieles que estábamos en los bancos, las monjas, en fila, tomaban con la mano la hostia consagrada, la introducían en el cáliz y comulgaban en una ceremonia de self-service bajo las dos especies. Hasta donde yo sé, esa manera de comulgar no está permitida por la Iglesia. Tampoco el número de fieles justificaba consagrar dos cálices y que las religiosas comulgaran de aquella manera.
Lo poco que restaba a la Misa continuó hasta
que, sin que el sacerdote dijera “podéis ir en paz”, éste, revestido, se sentó en una sede colocada en el lado izquierdo del
altar, mientras que las monjas entraban al coro y volvían a salir DISFRAZADAS,
como pueden ver en las imágenes, con tules y túnicas sobre sus hábitos, para
representar lo que posteriormente vi en su cuenta de Instagram que era el “auto” de la presentación del Niño Jesús en
el templo.
Llegados a este punto de horror y sonrisas de
embarazo entre los fieles, me gustaría comentar algunos aspectos de este “auto”.
En primer lugar, el nombre: auto. En una
enciclopedia católica online he podido leer que los términos autos y misterios
se utilizan para designar el drama (en su acepción de representación teatral)
religioso que se desarrolló entre las naciones cristianas a fines de la Edad Media. En la misma
enciclopedia católica puede leerse que los autos son “autos sacramentales”, que
se explican como “una forma de literatura dramática peculiar en España (…) que
se puede definir como una representación dramática del misterio de la
Eucaristía”.
En otras fuentes se puede leer que un auto
sacramental sería una obra de teatro religiosa, una clase de drama litúrgico,
de estructura alegórica, representado en el día del Corpus Christi durante los
siglos XVI y XVII, hasta que el género fue prohibido por la Iglesia en 1765. Al
parecer, el auto sacramental usaba un gran aparato escenográfico y las
representaciones comprendían en general episodios bíblicos. En España, grandes
autores como Pedro Calderón de la Barca, Tirso de Molina y Lope de Vega
compusieron autos litúrgicos. Las clarisas de Balaguer, al parecer, componen
los suyos propios, puesto que exhiben un amplio repertorio de “autos” y “coreografías”
en diferentes tiempos del año litúrgico, tal como ellas mismas muestran en su
cuenta de Instagram y su canal de Youtube (del que han sido tomadas estas
imágenes).
En segundo lugar, teniendo en cuenta esta
definición de auto y el hecho de que se represente después de la Comunión y
antes de finalizar la Misa, podemos preguntarnos si estamos ante una especie de
“danza litúrgica”. Porque podemos leer en abundantes fuentes que “el baile o danza dentro de la liturgia no
está permitido, excepto en algunos casos de tierras de misión en África o
Asia, y no cualquier clase de baile o danza”. En el documento sobre “Danza en
la Liturgia” de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y la Alabanza
divina (Notitiae, 1975, pps. 202-205), la citada Congregación establece
específicamente que la danza litúrgica
no es apropiada en países occidentales. Al respecto, el cardenal Francis
Arinze indica claramente que “el baile no es conocido en el rito latino de la
Misa”. Por tanto, “si se ha de dar la bienvenida a la danza religiosa en
Occidente, se tiene que tomar cuidado de que tome lugar fuera de la liturgia”.
El mismo Joseph Ratzinger había escrito en su obra “El espíritu de la Liturgia”
que “bailar no es una forma de expresión
en la liturgia cristiana (..). Es totalmente absurdo tratar de hacer una
liturgia ´atractiva´ introduciéndole pantomimas danzarinas”.
En tercer y último lugar, me gustaría describir la secuencia del auto de las clarisas de Balaguer. Comienza con dos monjas, como pueden ver en la imagen, sosteniendo palmas. Aparecen entonces dos hermanas disfrazadas de María y José, una sosteniendo al Niño y la otra, con la ofrenda de dos tórtolas. En el presbiterio, la abadesa, vestida con una túnica roja, las espera realizando movimientos rítmicos, acompañados por música de fondo grabada, y haciendo a veces que toca una especie de cuerno. Las monjas que hacen las veces de la Virgen y San José ascienden al presbiterio y la abadesa toma en sus manos al Niño y lo alza (a la manera del anciano Simeón, imagino). Entonces, el Niño pasa de mano en mano de todas las religiosas en círculo en el presbiterio, hasta que es colocado en el pesebre. A continuación, otra hermana sube al presbiterio mostrando el Leccionario con los brazos alzados - a la manera como el diácono podría dirigirse con el Evangeliario para proclamar la Palabra de Dios en la Misa – y coloca el libro como expuesto en un nivel superior al del Niño Dios, delante del altar. Entonces, varias hermanas, a ambos lados del altar, se arrodillan sosteniendo en alto velones encendidos, mientras la Madre Abadesa ELEVA UN CÁLIZ Y UNA PATENA situada tras el altar, como el presbítero en la Misa novus ordo.
En la imagen superior se observa a la abadesa tras el altar, con el leccionario colocado en vertical y ella alzando cáliz y patena.Pueden ver ustedes mismos más danzas de estas monjas en su canal de Youtube.
Qué pereza, ciertamente, este tipo de
personajes y acciones en la Iglesia. Porque, mientras el cardenal de Barcelona
prohibió que el P. Javier Olivera Ravasi pudiera dar una charla sobre noviazgo
católico en su diócesis, el arzobispo de Urgel permite – siendo buen conocedor
de ello – estos “autos” y “coreografías” totalmente heterodoxos, además de
estéticamente discutibles, de las monjas clarisas de Balaguer. Qué varas de
medir tan distintas tienen nuestros episcopoi,
aunque se observa un denominador común: su odio a la tradición, que está
alcanzando unos niveles de censura y cancelación nunca vistos.
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