El caso es que esta semana asistí a una Misa de exequias por la abuela de una buena amiga desde la infancia. Una mujer entrañable, fallecida a los 96 años. Su imagen, una cálida y acogedora sonrisa, siempre. Viuda desde muy joven, tenía una única hija, la madre de mi amiga. La hija, una mujer que ronda los sesenta años y perteneciente desde su juventud a una asociación católica de base; de aquellas en que los miembros han mantenido una duradera amistad, pero hace tiempo que dejaron de ir a Misa los domingos.
El funeral se celebró cerca de mediodía en una de las capillas del tanatorio de Les Corts, en Barcelona. Llegué al lugar, me encontré con mi amiga, rezamos ante el cuerpo de su abuela y avisaron a la familia de que la retiraban y la llevaban hacia la capilla para la Misa. No había estado antes en ese tanatorio y me han dicho que hay capillas bastante dignas. Lamentablemente, no era el caso de aquélla en la que se celebraron las exequias. Una gran sala cuadrada muy blanca, con filas de bancos blancos iguales a las que uno se encuentra en una sala de espera de hospital. Sin reclinatorios, claro. Una especie de sala polivalente, con televisor incluido, y un altar. Es la de la imagen de la izquierda que ilustra el texto.
Entre los horrores, además del lugar, la misma celebración: aún podía apreciarse la estructura de la Misa novus ordo (he asistido a otros funerales en que ni siquiera ocurre eso); pero celebró un sacerdote sin casulla (con la estola morada sobre el alba), dos músicos fueron entonando melodías nada litúrgicas ni católicas a lo largo de la celebración (el típico Hallelujah de Leonard Cohen, del que es imposible escapar en una misa modernista); las preces fueron leídas por una de estas personas pertenecientes a la comunidad católica de base (supongo que también habían sido escritas por él; repletas de temas que debieron ser actuales en los años 1970, mucha paz y buenismo); la comunión, bajo las dos especies, dispuesta sobre el altar para que los asistentes procedieran al self-service.
Es una verdadera lástima, además de ser indignante e indigno de nuestro Señor y de una persona creyente celebrar una Misa de exequias de estas maneras. En primer lugar, porque una Misa exequial bien celebrada es preciosa y presenta en toda su grandeza la esperanza cristiana en la vida eterna. Un santo y sabio sacerdote de ciudad de provincias de la Cataluña rural me explicó una vez que había calculado que el año anterior había celebrado 94 funerales. Es decir, casi dos por semana. Y que era con diferencia la Misa a la que acudían más personas. Así, ponía todo el esmero en una solemne y pausada celebración y una homilía sobre la tristeza que es humano sentir tras la pérdida de un ser querido y la esperanza cristiana en la resurrección y la vida bienaventurada en Dios. Y él celebra la Misa por el Novus Ordo, donde el rito ya ha sido mutilado y modificado respecto al Vetus Ordo. He de decir que, por mi experiencia, creo que, incluso para las personas que no conocen la liturgia antigua, una Misa exequial celebrada según las rúbricas del Misal de Pablo VI transmite belleza y esperanza, a pesar de la gravedad extrema de que, como todo tras el post-Concilio, haya desplazado el eje de Dios al hombre. Pero el problema se agrava cuando prácticamente ningún sacerdote – ninguno que yo haya visto por lo menos, a excepción del que he comentado – celebra la Misa exequial según las rúbricas del Misal. La Misa exequial se convierte entonces en una celebración de la vida del difunto, con los elogios presentes teniendo lugar en la iglesia. Considerando entonces que la liturgia en nuestra vida cristiana es fundamental, puesto que “según rezamos, así creemos y así vivimos”, cómo se celebra la Misa determina – positiva o negativamente – nuestra fe y nuestra vida. La conocida frase “lex orandi lex credendi”, de Próspero de Aquitania en el s. V, precisamente se refería a que, si se quiere saber lo que las personas creen, miremos cómo se expresan en la oración. ¿Qué dicen de nuestra fe estas celebraciones? ¿Qué dicen del sacerdote? No podemos conocer el fuero interno, pero el Señor sí nos habla de conocer por los frutos. Wanderer lo expresó en un post de manera muy cruda: “¿podemos, en buena fe, reconocer como católica esa liturgia? Ése no es el culto al Dios vivo y verdadero. Ése es el culto al hombre”.
Y ya si comparamos los dos ritos aún podemos apreciar con mayor claridad la belleza y grandeza de la liturgia católica y su significado, que en el Novus Ordo ha sido mutilado y falsificado. A este respecto, leí recientemente un artículo de una persona en los Estados Unidos que había asistido a dos funerales por dos amigos suyos en días muy seguidos; uno por el novus ordo y, el otro, una misa de requiem en el rito antiguo. La persona que escribía el artículo decía haber quedado muy impactada por el contraste en la liturgia entre estas dos misas: en la primera – donde las oraciones eran muy breves – se hacía énfasis en la misericordia de Dios, mientras que en la segunda se ponía el énfasis en su justicia; “severo y solemne, el rito antiguo nos prepara incesantemente, llamando constantemente a la congregación a contemplar la temible naturaleza de la muerte, su completa otredad y su temible misterio”, afirma. El rito antiguo no teme abordar el tema del Infierno. El Dies Irae completo, la Secuencia, como conocen quienes asisten a misa en latín, es hermosa, pero está también prevista para inducir el temor de Dios”. La conclusión del articulista era que “la liturgia del rito antiguo es un instrumento deliberado de enseñanza para quienes asisten a un Requiem, así como una ocasión litúrgica solemne. Nos señala a Dios en vez de a nuestra fraternidad terrenal, a la vida después de la muerte en vez de antes de ésta, a la eternidad en vez del confort humano.
Lamentablemente, nos encontramos ante un terrible proceso de auto-demolición de la Iglesia Católica que presenciamos desde hace décadas. Y no podemos culpar a la “sociedad secularizada” como si no tuviera nada que ver con lo que ocurre en la Iglesia. Por una parte, son los sacerdotes, intoxicados de modernismo, sentimentalismo e inmanentismo, pero por otra, los bautizados que viven como si no lo fueran, que ya no aceptan las enseñanzas de la Iglesia (¿se han fijado en cómo se indignan si en un sermón se habla del infierno?), como dice san Pablo (2Tm 4, 3).
Pero resulta que el problema es la Misa tradicional y los fieles que asisten a ella. En fin, que Dios se apiade de nosotros.
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