sábado, 3 de febrero de 2024

Más Pascendi y menos Fiducia


No me digan que la actual situación en la cima de la jerarquía eclesiástica católica no es para estar perplejos. Un prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que es una auténtica vergüenza; y el responsable de haberle nombrado para el cargo – por desconocimiento del individuo o por cualesquiera otras razones – no sólo le mantiene en el mismo, sino que le confirma, añadiéndole cargos. Al final, en una estructura jerárquica, y la Iglesia lo es, la responsabilidad última no es la de la persona no adecuada para el cargo al cual ha sido nombrada, sino su superior. Además de que de los ministros de la Iglesia se espera ejemplaridad moral y rectitud doctrinal.

La situación es también de total confusión a todos los niveles de la organización y la vida eclesial. Lo es desde principios del siglo XX, pero hasta tiempos muy recientes, los papas comprendían que eran custodios de la tradición que habían recibido, encargados por el mismo Cristo de confirmar en la fe a sus hermanos. Así, el Pontífice, aunque tal vez sobredimensionado el papado desde el siglo XIX, servía de dique de contención a la creciente violencia de las aguas modernistas que golpeaban contra los muros de San Pedro y contra los corazones de todos los fieles.

 

Entre otros grandes documentos, San Pío X escribió en 1907 la Encíclica Pascendi Dominici Gregis, contra la herejía del modernismo. En cambio, hoy tenemos documentos emitidos desde la Santa Sede que afirman que puede haber situaciones de pecado objetivo agradables a Dios, y se exige a sacerdotes que bendigan uniones que objetivamente conducirán a las personas a la condenación, de acuerdo a la Revelación, la Tradición y todo el Magisterio eclesial previo. Con sofismo incluido: “no bendecimos las uniones, sino a personas que vienen a pedir que las bendigamos juntas”, decía el Papa hace unos días a miembros de la CDF.

Leo la información sobre la Iglesia en portales católicos cada mañana, pero hace tiempo que intento ignorar todo lo que sale de Roma. Es doloroso y confunde a los pequeños. No leo ni escucho lo que dice el Santo Padre, sino la interpretación de personas que considero tienen buen criterio eclesial. Muchos obispos parecen no tener problema en girarse los pectorales al son de las ocurrencias vaticanas, pero para un gran número de fieles la situación genera gran desconcierto y dolor. Profeso obediencia y amor filial a la cátedra de Pedro, porque “ubi Petrus, ibi Ecclesia”. Pero también esto, a mí como a tantos de ustedes, me está creando muchos problemas de conciencia y la necesidad de orar mucho y obtener luz formándome en lo que a la correcta obediencia se refiere. Porque, ¿qué ocurre cuando quien ocupa la cátedra se aparta de Pedro? Escribía con total claridad recientemente el sacerdote Rodrigo Menéndez Piñar en InfoCatólica: “es claro que cualquier católico que no sienta en sus afectos ─su sensibilidad, sus emociones, sus sentimientos─ una contrariedad en situaciones semejantes tiene un problema grave. Dicho a la inversa, el sentimiento de desafección será un signo de salud espiritual en el fiel católico, que, por supuesto, deberá procurar que lo conduzca a la oración, a la penitencia y a la búsqueda de una formación más profunda y sólida y no a la simple descalificación de tal Fulano. La conclusión es clara: Si Fulano se aparta de Pedro, entonces, Ubi Petrus, non ubi Fulanus, Ibi Ecclesia. En tal situación, vivimos más tranquilos creyendo lo que siempre ha creído la Iglesia y haciendo como los medievales, que raramente recibían noticias de las ocurrencias de los papas reinantes. Y teniendo la confianza de que, aunque no lo veamos en carne mortal, la Iglesia tendrá la capacidad en el futuro de corregir los errores de cualquier época pasada, como ocurrió con el papa Honorio cincuenta años después de su muerte. Sólo para que no quede duda: reconozco a Francisco como Sumo Pontífice de la Santa Iglesia Católica. Le reconozco, pero, como nos enseñó san Pablo, resisto sus errores allí donde puedo reconocerlos. A decir de Taylor Marshall, “la posición de ´reconocer y resistir´ es la única solución que se ajusta a la Escritura, la Tradición y responde a nuestra crisis contemporánea. La Iglesia Católica ha sido infiltrada hasta lo más alto. Tenemos un papa válido y unos cardenales legítimos, pero hemos recibido el manto de san Atanasio y santa Catalina de Siena para invitar, respetuosa y reverentemente, a algunos padres espirituales a que vuelvan a Cristo y la pureza de la fe apostólica".

Uno de los rasgos más evidentes de los documentos que emanan de la Santa Sede durante este pontificado es la auto-referencialidad, porque está claro que no puede hallarse en toda la tradición de la Iglesia, ni en la Sagrada Escritura ni en el Magisterio el respaldo a sus afirmaciones y posturas rupturistas. Juan Pablo II intentó consolidar las reformas conciliares desde una perspectiva conservadora, mientras que Benedicto XVI pretendió “abrir” a la Iglesia post-conciliar a la gran Tradición eclesial. Por su parte, la impresión que da Francisco es la de un católico que acabe de despertar de una larga hibernación comenzada en 1969. Todo hoy ha de estar “en línea con el Concilio”; pero no con sus textos y ni siquiera con el Misal de 1969 de Pablo VI, sino con el funesto espíritu (modernista) del Concilio Vaticano II, en cuyo nombre todos los anteriores concilios pareciera que deben ser ignorados o negados.

A este respecto, decía Peter Kwasniewski que “Francisco es la encarnación de la peor pesadilla de San Pío X”. Dice el profesor Kwasniewski que “San Pío X había definido el modernismo como ´la síntesis de todas las herejías´. Para muchos líderes actuales de la Iglesia y laicos, sin embargo, es la ortodoxia la que es ´la síntesis de todas las herejías´ y el modernismo el que es la fe católica pura y simple”. El camino hasta aquí ha sido largo y data de varios siglos atrás, habiendo supuesto que nada de la vida católica quedó sin tocar después del Vaticano II (https://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=32280). Ya no construimos sobre roca, sino sobre arenas movedizas. Parece que, en la Iglesia, a imitación del mundo, cuanto más nuevo es algo, mejor, más auténtico, más real. Entre esto y el arqueologismo con la excusa de volver a la “simplicidad y pureza” de la fe “primitiva”, nos cargamos 2000 años de historia y tradición, con su desarrollo orgánico.

Y esta cuestión del desarrollo orgánico es clave para comprender adecuadamente los cambios en la Iglesia con el paso del tiempo. A este respecto, permítanme recomendar una preciosa encíclica del mismo Pío X que desconocía, la “Editae Saepens” (disponible en inglés, italiano y latín en la página web del Vaticano), sobre san Carlos Borromeo y la verdadera reforma en la Iglesia. Porque en ningún momento estamos considerando que un organismo vivo pueda estar inmóvil durante 2000 años. Una de las definiciones que encontramos en la RAE de la palabra “reforma”, es “volver a formar, rehacer, restituir”, e incluso, “modificar algo con la intención de mejorarlo”. En la Editae Saepens, la noción de “reforma” en la Iglesia que expone San Pío X es la primera, en su sentido de restauración, opuesto a una reforma considerada como innovación, que era la pretendida por los modernistas. Las palabras del Papa Sarto sobre San Carlos Borromeo, la “reforma protestante” y el Concilio de Trento suenan totalmente actuales a la vista de los acontecimientos en la Iglesia desde mediados del siglo XX. Plinio Corrêa de Oliveira afirmaba en los años del Concilio Vaticano II que se estaba produciendo una revolución cultural en la Iglesia. Y en 1990, el entonces Cardenal Ratzinger advertía en el encuentro anual organizado por Comunión y Liberación en Rimini que “cuanto más se extiende en la Iglesia el ámbito de las cosas decididas y hechas por ella misma, más estrecho se vuelve para todos nosotros. En él, la gran dimensión liberadora no está constituida por lo que hacemos nosotros mismos, sino por lo que se nos da a todos. Lo que no surge de nuestra voluntad e invención, sino que es una precedencia nuestra, un llegar a nosotros de lo inimaginable, de lo que "es más grande que nuestro corazón". La reformatio, necesaria en todo momento, no consiste en que siempre podamos remodelar "nuestra" Iglesia como queramos, que podamos inventarla, sino en que siempre apartemos de nuevo nuestras propias construcciones de apoyo en favor de la pura luz que viene de arriba y que es al mismo tiempo irrupción de la pura libertad".

Parece que quieran convencernos de que la Iglesia comenzó en los años 1960, al mismo tiempo que insisten en la “hermenéutica de la continuidad”; tal como yo lo veo, son afirmaciones totalmente incompatibles. Es importante distinguir muy bien entre los conceptos de desarrollo orgánico, reforma, revolución e innovación para comprender lo que ocurre en la Iglesia. A este respecto, el Cardenal Robert Sarah afirmaba en 2021 que “está en juego la credibilidad de la Iglesia: ¿en qué nombre puede la Iglesia atreverse a dirigirse al mundo si acepta una ruptura y cambio de orientación? La única legitimidad de la Iglesia es su consistencia en su continuidad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario