Siguiendo el hilo de las reflexiones que compartíamos ayer sobre la reforma de la Semana Santa en 1955-56, es importante comentar que en el año 2018 se sucedieron las celebraciones de la Semana Santa según el rito romano tradicional -es decir, previo a estas reformas de Pío XII- a lo largo de todo el mundo. Como comentaba magníficamente el bloggero Wanderer en una entrega de ese mismo año, el hecho de que en una fecha tan reciente se retomara la celebración previa a 1955 nos lleva a preguntarnos si se trata de una cuestión menor o si vale la pena detenerse en ella y planteársela a fondo. Como estoy convencida de lo segundo, y de que tal como rezamos, así creemos, vamos a seguir donde lo dejamos ayer.
Para la
liturgia del Viernes Santo se ideó el nombre «Solemne Acción
Litúrgica», eliminando así los muy antiguos nombres “misa de los
Presantificados” y “Feria Sexta en Parasceve”.
La terminología de «Presantificados» subrayaba el hecho de que las especies sagradas habían sido consagradas en una ceremonia anterior y mostraba la conexión con el retorno de la Eucaristía, una parte importante y antigua del rito. Sin embargo, la Comisión decidió reformar el nombre junto con el rito mismo: «[Necesitamos] recortar las extravagancias medievales, poco señaladas, de la llamada misa de los Presantificados a las líneas severas y originales de un gran servicio de comunión general». El uso «en Parasceve» [es decir, viernes «en la preparación»] ya no estaba a favor, a pesar de que sus connotaciones hebreas indican su gran antigüedad.
La terminología de «Presantificados»
subrayaba el hecho de que las especies sagradas habían sido consagradas en una
ceremonia anterior y mostraba la conexión con el retorno de la Eucaristía, una
parte importante y antigua del rito. Sin embargo, la Comisión decidió reformar
el nombre junto con el rito mismo: «[Necesitamos] recortar las extravagancias
medievales, poco señaladas, de la llamada misa de los Presantificados a las
líneas severas y originales de un gran servicio de comunión general». El uso
«en Parasceve» [es decir, viernes «en la preparación»] ya no estaba a favor, a
pesar de que sus connotaciones hebreas indican su gran antigüedad.
La cruz, en especial la que está en el altar, había sido velada desde el primer domingo de la Pasión, para permanecer donde naturalmente debía estar, en el centro del altar, para ser después solemne y públicamente desvelada el Viernes Santo, el día del triunfo de la Pasión redentora. Los autores de la reforma decidieron que esta cruz del altar fuese retirada a la sacristía en la tarde del Jueves Santo, y no de una manera solemne, sino en los contenedores utilizados para llevarse los paños del altar después de desnudar los altares, o tal vez durante la noche, de alguna manera desconocida, sobre lo que las rúbricas para el Jueves Santo están en silencio. En el mismo día de la mayor importancia para la Cruz, cuando debería elevarse sobre el altar, aunque esté velada al comienzo de la ceremonia, está ausente. El hecho de que se mantuvo presente durante casi quince días en el altar, aunque públicamente velada, hacía lógica su develación pública correspondiente, en lugar de un retorno a-litúrgico de la cruz de la sacristía como si alguien la hubiera escondido allí en un armario durante la noche.
La terminología de «Presantificados» subrayaba el hecho de que las especies sagradas habían sido consagradas en una ceremonia anterior y mostraba la conexión con el retorno de la Eucaristía, una parte importante y antigua del rito. Sin embargo, la Comisión decidió reformar el nombre junto con el rito mismo: «[Necesitamos] recortar las extravagancias medievales, poco señaladas, de la llamada misa de los Presantificados a las líneas severas y originales de un gran servicio de comunión general». El uso «en Parasceve» [es decir, viernes «en la preparación»] ya no estaba a favor, a pesar de que sus connotaciones hebreas indican su gran antigüedad.
La cruz, en especial la que está en el altar, había sido velada desde el primer domingo de la Pasión, para permanecer donde naturalmente debía estar, en el centro del altar, para ser después solemne y públicamente desvelada el Viernes Santo, el día del triunfo de la Pasión redentora. Los autores de la reforma decidieron que esta cruz del altar fuese retirada a la sacristía en la tarde del Jueves Santo, y no de una manera solemne, sino en los contenedores utilizados para llevarse los paños del altar después de desnudar los altares, o tal vez durante la noche, de alguna manera desconocida, sobre lo que las rúbricas para el Jueves Santo están en silencio. En el mismo día de la mayor importancia para la Cruz, cuando debería elevarse sobre el altar, aunque esté velada al comienzo de la ceremonia, está ausente. El hecho de que se mantuvo presente durante casi quince días en el altar, aunque públicamente velada, hacía lógica su develación pública correspondiente, en lugar de un retorno a-litúrgico de la cruz de la sacristía como si alguien la hubiera escondido allí en un armario durante la noche.
En el Viernes Santo reformado, además y de nuevo, la lectura del Evangelio ya no es distinta de la lectura de la Pasión. Al pasaje entero se le dio ahora un título más narrativo, “La historia de la Pasión”. El motivo de este cambio no está claro, dado que la Comisión parecía oponerse a un cambio tal en el caso análogo del Domingo de Ramos. Tal vez la intención era, como en todas partes, eliminar todo lo que hiciera referencia a la Misa, como la lectura del Evangelio, y por consiguiente justificar la supresión del nombre «Misa de Presantificados». En el Misal de 1952, el Evangelio se cantaba de una manera distinta del canto de la Pasión, pero en este día de duelo, sin incienso o antorchas. Se decidió también que el sacerdote no llevase la casulla desde el principio, sino sólo el alba y la estola. El hecho de que, previamente a esta reforma de 1955-56, el celebrante llevase la casulla incluso para un rito que no es la misa, en sentido estricto, testifica la antigüedad extrema de estas ceremonias, que los miembros de la Comisión reconocieron también. Por un lado, sostuvieron que las ceremonias del Viernes Santo se componían de «elementos que (desde la antigüedad) se mantuvieron prácticamente sin tocar» pero, por otro lado, deseaban introducir un cambio que separase la liturgia eucarística de la «primera parte de la liturgia, la liturgia de la palabra». Esta distinción, en forma embrionaria en el momento, iba a ser marcada – según el padre Braga – por el hecho de que el celebrante llevaba la estola y no la casulla: «Para la liturgia de la palabra [el celebrante] se quedaba solamente la estola». En el misal de 1952, el sacerdote lleva la casulla negra, se postra ante el altar, mientras que los servidores, por su parte, extienden un solo paño en el altar desnudo.
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