viernes, 29 de marzo de 2024

¿Reforma, innovación o deformación? La liturgia de la Semana Santa (II)


 Siguiendo el hilo de las reflexiones que compartíamos ayer sobre la reforma de la Semana Santa en 1955-56, es importante comentar que en el año 2018 se sucedieron las celebraciones de la Semana Santa según el rito romano tradicional -es decir, previo a estas reformas de Pío XII- a lo largo de todo el mundo. Como comentaba magníficamente el bloggero Wanderer en una entrega de ese mismo año, el hecho de que en una fecha tan reciente se retomara la celebración previa a 1955 nos lleva a preguntarnos si se trata de una cuestión menor o si vale la pena detenerse en ella y planteársela a fondo. Como estoy convencida de lo segundo, y de que tal como rezamos, así creemos, vamos a seguir donde lo dejamos ayer.

Para la liturgia del Viernes Santo se ideó el nombre «Solemne Acción Litúrgica», eliminando así los muy antiguos nombres “misa de los Presantificados” y “Feria Sexta en Parasceve”.
La terminología de «Presantificados» subrayaba el hecho de que las especies sagradas habían sido consagradas en una ceremonia anterior y mostraba la conexión con el retorno de la Eucaristía, una parte importante y antigua del rito. Sin embargo, la Comisión decidió reformar el nombre junto con el rito mismo: «[Necesitamos] recortar las extravagancias medievales, poco señaladas, de la llamada misa de los Presantificados a las líneas severas y originales de un gran servicio de comunión general». El uso «en Parasceve» [es decir, viernes «en la preparación»] ya no estaba a favor, a pesar de que sus connotaciones hebreas indican su gran antigüedad.
La terminología de «Presantificados» subrayaba el hecho de que las especies sagradas habían sido consagradas en una ceremonia anterior y mostraba la conexión con el retorno de la Eucaristía, una parte importante y antigua del rito. Sin embargo, la Comisión decidió reformar el nombre junto con el rito mismo: «[Necesitamos] recortar las extravagancias medievales, poco señaladas, de la llamada misa de los Presantificados a las líneas severas y originales de un gran servicio de comunión general». El uso «en Parasceve» [es decir, viernes «en la preparación»] ya no estaba a favor, a pesar de que sus connotaciones hebreas indican su gran antigüedad.
La cruz, en especial la que está en el altar, había sido velada desde el primer domingo de la Pasión, para permanecer donde naturalmente debía estar, en el centro del altar, para ser después solemne y públicamente desvelada el Viernes Santo, el día del triunfo de la Pasión redentora. Los autores de la reforma decidieron que esta cruz del altar fuese retirada a la sacristía en la tarde del Jueves Santo, y no de una manera solemne, sino en los contenedores utilizados para llevarse los paños del altar después de desnudar los altares, o tal vez durante la noche, de alguna manera desconocida, sobre lo que las rúbricas para el Jueves Santo están en silencio. En el mismo día de la mayor importancia para la Cruz, cuando debería elevarse sobre el altar, aunque esté velada al comienzo de la ceremonia, está ausente. El hecho de que se mantuvo presente durante casi quince días en el altar, aunque públicamente velada, hacía lógica su develación pública correspondiente, en lugar de un retorno a-litúrgico de la cruz de la sacristía como si alguien la hubiera escondido allí en un armario durante la noche.

En el Viernes Santo reformado, además y de nuevo, la lectura del Evangelio ya no es distinta de la lectura de la Pasión. Al pasaje entero se le dio ahora un título más narrativo, “La historia de la Pasión”.  El motivo de este cambio no está claro, dado que la Comisión parecía oponerse a un cambio tal en el caso análogo del Domingo de Ramos. Tal vez la intención era, como en todas partes, eliminar todo lo que hiciera referencia a la Misa, como la lectura del Evangelio, y por consiguiente justificar la supresión del nombre «Misa de Presantificados». En el Misal de 1952, el Evangelio se cantaba de una manera distinta del canto de la Pasión, pero en este día de duelo, sin incienso o antorchas. Se decidió también que el sacerdote no llevase la casulla desde el principio, sino sólo el alba y la estola. El hecho de que, previamente a esta reforma de 1955-56, el celebrante llevase la casulla incluso para un rito que no es la misa, en sentido estricto, testifica la antigüedad extrema de estas ceremonias, que los miembros de la Comisión reconocieron también. Por un lado, sostuvieron que las ceremonias del Viernes Santo se componían de «elementos que (desde la antigüedad) se mantuvieron prácticamente sin tocar» pero, por otro lado, deseaban introducir un cambio que separase la liturgia eucarística de la «primera parte de la liturgia, la liturgia de la palabra». Esta distinción, en forma embrionaria en el momento, iba a ser marcada – según el padre Braga – por el hecho de que el celebrante llevaba la estola y no la casulla: «Para la liturgia de la palabra [el celebrante] se quedaba solamente la estola». En el misal de 1952, el sacerdote lleva la casulla negra, se postra ante el altar, mientras que los servidores, por su parte, extienden un solo paño en el altar desnudo.

También se minimizó la importancia de la procesión eucarística. La reforma decidió rebajar la procesión de retorno con el Cuerpo de Cristo a una forma casi privada en una inversión inexplicable de la perspectiva. El Santísimo Sacramento se llevó el día antes de una manera solemne al altar del Sepulcro (Carusi utiliza aquí deliberadamente el nombre de «Sepulcro» porque toda la tradición cristiana así lo llama, incluyendo el Memoriale Rituum y la Congregación de Ritos, incluso si los miembros de la Comisión apenas toleraban este término). Parecería lógico y «litúrgico» que para una procesión solemne como la del Jueves Santo debería ser un retorno igual de digno en el Viernes Santo; sin embargo, con esta innovación se redujeron los honores que se deben al Santísimo, y, en el caso de la misa solemne [de los Presantificados], es el diácono el que se instruye ir al altar del Sepulcro para traer de vuelta el Sacramento, mientras el sacerdote se sienta tranquilamente descansando en la sedilia. En el Misal de 1952, el Santísimo Sacramento regresa en procesión con la misma solemnidad a la del día anterior. Es el celebrante que va a traerlo de vuelta, como es natural. Dado que uno está tratando con Nuestro Señor mismo, presente en la Hostia, y no se envía un subordinado para traerlo al altar, como estableció la reforma. Otra innovación fue la introducción de las personas que recitaban el Padrenuestro, basada en el archiconocido y manipulado concepto de la “participación consciente y activa por parte de la comunidad cristiana”. Queda por demostrarse si estas aspiraciones pertenecían a los fieles o a un grupo de liturgistas de vanguardia, así como cuál era esta “nueva espiritualidad» y sus «aspiraciones». En el Misal de 1952, el Padrenuestro es recitado por el sacerdote.

El cambio de los tiempos para el servicio, que fue una de las razones aducidas para justificar la reforma, sin mencionar todas las demás, de mucho más calado teológico, se podría haber logrado en armonía con las costumbres populares, pero acabó creando problemas pastorales y litúrgicos notables. En el pasado, las costumbres y las prácticas de piedad se habían desarrollado de una manera que estaba en consonancia con la liturgia. De acuerdo con los reformadores, durante las horas de la tarde se había creado un «vacío litúrgico», y se había buscado remediarlo mediante la introducción de elementos paralitúrgicos, como el Tre Ore, el Camino de la Cruz, y la Madre Dolorosa». La Comisión decidió “remediar” este escándalo usando el peor «método» pastoral, cancelando las costumbres populares, sin prestarles atención.

Stefano Carusi afirma que “no es agradable notar que estas afirmaciones están impregnadas de un pseudo-racionalismo con un sello positivista, del tipo que estaba de moda durante los años cincuenta. A menudo confiaba en el resumen y menos en estudios científicos con el fin de demoler esas deplorables «tradiciones medievales» e introducir «evoluciones» útiles”. Triste, pero cierto: se adaptó la forma de expresión – y, con ella también, el contenido, aunque no queramos asumirlo – de la fe a la mentalidad de un momento concreto, quedando así constreñida a ese momento y envejeciendo enseguida, olvidando que una verdad perenne está abierta a la comprensión por todos los hombres, en todos los lugares y todos los tiempos. Por eso hay prácticas “nuevas” en la Misa que se ven ya desfasadas, mientras las formas tradicionales no envejecen.
 

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