El P. Francisco José Delgado pedía el miércoles a los seguidores del canal
que les hiciesen saber lo que ha supuesto el programa para ellos; para
nosotros. Todos recordamos cuando estalló en 2020 una emergencia sanitaria como
nunca antes habíamos vivido, con centenares de muertos diarios, cundiendo el
total desconcierto y pánico entre la población. En esa situación, los obispos
en España decidieron, contra toda lógica auténticamente cristiana, cerrar los
templos, dejando abandonados a los fieles, sin el asidero espiritual de
poder entrar en una iglesia durante meses, sin confesiones ni Eucaristía;
cuando bien podían haber alegado que se trataba de un bien de primera necesidad
(además de que nadie les pidió cerrar las iglesias, sino que fue iniciativa de
los propios obispos). Una situación en la que infinidad de sacerdotes cerraron
los templos y hasta se marcharon de sus parroquias. Éramos ovejas sin pastor. Y
en ese contexto apareció el programa La Sacristía de la Vendée
en Youtube; como explicaba el P. Francisco José Delgado en el comunicado
emitido el pasado miércoles, el canal comenzó “sin ninguna ambición,
pretendiendo crear algo más o menos nuevo en el mundo católico hispano de
Internet: un grupo de sacerdotes católicos hablando con libertad de
distintos temas, política, historia, arte, literatura e Iglesia. Tratando de
dar una opinión desde una perspectiva siempre católica y además contrarrevolucionaria”. Fue una fuente de
alegría y un faro para un número creciente de seguidores en medio de la
oscuridad: unos pocos curas jóvenes, sin medios económicos, aprovechando su
tiempo libre para ayudarnos a conocer la fe, a analizar las situaciones del
mundo en que vivimos; a pastorearnos, en definitiva, cuando la mayoría de
nuestros pastores nos habían abandonado.
Pasó la pandemia e intentamos todos rápidamente volver a la normalidad de nuestras vidas. A nuestras
inercias eclesiales, a la aceptación más o menos resignada de imposiciones /
invitaciones como la de comulgar en la mano. A nuestra vida, en muchos casos,
de un catolicismo rebajado con agua, deformado y hasta falsificado. La
parroquia de mi pueblo, en la que asisto a Misa diaria, está abierta varias
horas durante el día, hay varios sacerdotes, confesiones y Misa celebrada más o
menos dignamente. Es una parroquia de pueblo grande del área metropolitana de
Barcelona, con un ambiente de progresismo de bajo tono. De bajo tono, pero progresismo al fin y al cabo. Un
progresismo (llámenlo también modernismo, neo-modernismo o como más les
convenza) que es un haberse vendido al mundo
y ser ya incapaz de distinguir lo que es católico de lo que no lo es. Un
ambiente eclesial en el que puede verse y oírse, en una homilía cualquiera o en
una conversación entre catequistas, una rebaja e, incluso, una renuncia a la fe
para hacerla aceptable por el mundo;
no ya para quedar bien en apariencia con el mundo,
sino porque el mundo se nos ha metido
hasta el tuétano y nos hemos creído que tiene razón. Estamos totalmente
confundidos. Nos hemos acostumbrado a lo políticamente correcto en la Iglesia,
a leer en las hojas dominicales diocesanas sobre ecología y temas que nada
tienen que ver con la fe, sobre todo en la postura desde la que se los enfoca,
a que los obispos y los sacerdotes hayan dejado de predicar la sana doctrina y
a que, en general, los católicos vivamos como si no ocurriera nada cuando la
barca de Pedro hace aguas por todas partes.
Mientras tanto, jueves tras jueves durante estos años, durante la pandemia
y después, hemos sido muchos miles de bautizados los que hemos gozado
recibiendo la perenne enseñanza de la Iglesia Católica por parte de los
sacerdotes de La sacristía de la Vendée.
Sus exposiciones nos han reafirmado en la fe y en la Verdad de Jesucristo y su
Iglesia. Nos consta a todos, y a ellos los primeros, que ha sido también fuente
de conversiones a la fe, expuesta por ellos en toda su belleza y verdad, en
claro contraste con la actitud mayoritaria de los pastores y la jerarquía
eclesial. Para mí, las Misas por el vetus
ordo a las que asisto en Barcelona todos los domingos que puedo y la
lectura de autores que exponen la enseñanza perenne de la Iglesia se han
convertido en el único catolicismo no contaminado de modernismo que soy capaz
de encontrar; a ello ha contribuido enormemente el programa de La Sacristía de la Vendée. Estoy
convencida de que la Tradición es el único futuro para la Iglesia y, aunque en
estos momentos siento gran tristeza e indignación por la situación que están
viviendo estos santos sacerdotes, me agarro a la confianza de que la Santa
Iglesia Católica Apostólica participa de la victoria de Cristo, y que las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
En el encabezamiento de cada programa de La Sacristía podía leerse de manera bien explícita cómo “los
participantes del programa se someten en todo al juicio de la autoridad
eclesiástica (CIC 823, 1). Al mismo tiempo, manifiestan su adhesión total a las
enseñanzas de la Iglesia Católica”. Más de tres años después, hemos podido ver
con tristeza cómo de nada sirven estas declaraciones cuando quienes se han
vendido al mundo y al demonio han decidido aprovechar un comentario para
encender una gran hoguera, ventilarla a los medios de comunicación civiles,
lincharlos y cancelarlos. Es decir, eliminarlos, porque no pueden tolerar la
sana doctrina que exponen. Y, ante a la cobardía de sus obispos, que no les han
apoyado cuando han sido vilmente atacados por lo peor del progresismo eclesial,
que ya no es ni católico, estos santos varones han decidido suspender la
emisión de futuros programas para no acabar de romper una cuerda ya muy tensada,
hasta que pase – esperemos que pronto – este delicado momento. Y así, de paso, nos
han dejado un valioso testimonio de humildad, amor filial y adhesión a la
Iglesia de la que adolecen sus perseguidores y los lobos y mercenarios que
ocupan puestos que por definición deberían ser de vigilancia del bien del
rebaño que tienen a su cargo; pues eso significa “obispo”: “vigilante”.
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