sábado, 23 de marzo de 2024

¿Una Misa "válida"?


 Un domingo cualquiera. Misa de doce. Una parroquia de cuyo nombre no quiero acordarme, a la que no había acudido nunca ni pienso volver. Para un domingo que fui y era la Misa para los niños. Si el novus ordo es ya por sí mismo un rito simplificado, cuando se intenta celebrar “para niños” se abre una peligrosa puerta a la creatividad. Guitarra, melodías pastelosas, sermón sin sustancia de un sacerdote que se pasó toda la Misa intentando hacerse el simpático. Llegó el momento del ofertorio. Una mujer adulta y dos niños entregaron las ofrendas del pan y el vino al sacerdote. La mujer y el niño volvieron a sus bancos; la niña se quedó en el presbiterio, junto al altar, mientras el sacerdote consagraba. Aquello no presagiaba nada bueno. ¿Por qué continuaba allí esa niña? Finalmente, aconteció el horror: la niña, colocada junto al sacerdote tras el altar, elevó el cáliz mientras el presbítero, elevando la patena con el Cuerpo de Cristo, apoyaba la mano sobre su hombro y recitaba la doxología final.

Acabada la Misa, permanecí un buen rato sentada en el banco, perpleja, triste, indignada. Ante la desazón, me asaltó en primer lugar la pregunta de si habría sido una Misa “válida”. El P. Lucas Prados escribió en 2016 un artículo muy interesante a este respecto, que en estos años me ha servido de referencia, en el que explicaba que “para que una Misa sea tal, ha de realizarse en ella la consagración del pan y del vino (…); para que la consagración sea válida (y como consecuencia la Misa también) hacen falta los siguientes requisitos: que el sacerdote esté válidamente ordenado; que éste pronuncie la fórmula de la consagración tal como aparece en los libros litúrgicos aprobados por la Santa Sede y por la Conferencia Episcopal de cada país; que el sacerdote celebrante tenga la intención de consagrar el pan y el vino, para que así se transformen en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; y que para la confección del sacramento se use la materia prescrita para el mismo: pan ácimo de trigo y vino de vid”.

Pensaba en todo esto cuando vi salir al sacerdote de la sacristía y dudé si debía acercarme a hablar con él de lo sucedido. No le conocía de nada y no tenía ganas de discutir con ese hombre. Y, mientras me preguntaba si debía escribir una carta a su obispo para explicárselo, me acordé de las numerosas veces que Natalia Sanmartín Fenollera se lamenta de que, en la celebración de la Misa, nos conformemos resolviendo si es “válida”; que se haya reducido el culto a Dios a una cuestión de mínimo imprescindible, haya abuso o no, y no nos preguntemos por la dignidad del culto que Dios merece. Esto amplía y profundiza enormemente la reflexión sobre la celebración de la Misa y, por eso, me gustaría dedicar a Natalia estas breves reflexiones, en las que recurriré a palabras más autorizadas que las mías para expresar bien este tema tan delicado. Porque, claro que es importante que la Misa sea válida; es fundamental. Pero, al mismo tiempo, ¿es lo único importante? ¿Observan la diferencia y la “trampa” que contiene la pregunta? ¿No es reducir el culto a si es “válido” un escándalo para el Señor y lo que merece?

Para poder desenmarañar esta cuestión, es importante comenzar por lo que es la Misa misma. Cuestión que la mayoría de bautizados ya no somos capaces de responder, y tal vez por eso nos conformamos con cualquier cosa. Porque, como me explicó un sacerdote recientemente, la Misa es la actualización del sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz. Por tanto, es sacrificio, y en la celebración del sacrificio está el sacramento, porque durante la celebración de la actualización del sacrificio se produce la consagración, que comporta la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, presencia real en cuerpo, alma y divinidad en el sacramento eucarístico. Esto es importante, porque muestra claramente que Misa y sacramento de la Eucaristía no son sinónimos, como ahora se emplean, contribuyendo a la confusión; sino que el sacramento de la Eucaristía se realiza en la celebración del sacrificio de la Misa. Además, la Misa es el culto público de la Iglesia a Dios. El sacerdote la celebra primero para Dios, para dar gloria a Dios. Así pues, la Misa y el sacramento de la Eucaristía no son lo mismo. Es importante tenerlo claro para comprender lo que sigue.

El Dr. Taylor Marshall tiene en su perfil de X (Twitter) del pasado siete de marzo una conversación con Kennedy Hall en la que éste condensa brillantemente en un minuto la cuestión de la “validez”, que, afirma, no es suficiente. Transcribo aquí lo más destacado de su intervención: “La validez no es suficiente. Es un listón bajo. La gente dice: ´Cristo está realmente presente´. Pero eso es reduccionismo. Si un sacerdote dice las palabras de la consagración sobre cualquier cesta de pan, asumiendo que tiene los ingredientes correctos, en la parte trasera de una furgoneta con música heavy metal, ¿es “válida”? Podría ser. Pero no es digna. Es ofensiva. Y el hecho de que sea válida es, de alguna manera, una tragedia, porque estás haciendo descender a Cristo al altar y le estás sujetando a algo que no es digno de su divina majestad. Por eso, es necesario que la gente se quite de la cabeza esta comprensión reduccionista de la liturgia. No se trata solamente de la consagración; como en el Antiguo Testamento no iban simplemente al templo y decían ´matemos unos cuantos corderos y ya estamos´. Sino que cantaban salmos durante doce horas con mil hombres presentes cantando a coro y, cuando estaban suficientemente dispuestos para ofrecer el sacrificio dignamente, siguiendo los mandamientos dados por Dios a Moisés, entonces se llevaba a cabo el sacrificio de una manera que pudiera ser aceptada por Dios. Y esto es algo que se ha perdido completamente en el nuevo rito de la Misa y la cuestión de la validez básica”. Vemos cómo Kennedy Hall se está lamentando de que la única respuesta para justificar el novus ordo se base en la “validez”. Eso es lo que Hall considera situar el listón demasiado bajo, apelando a la dignidad del culto que Dios merece. El Señor merece más que una “validez”; porque, si lo reducimos a la “validez”, tanto el novus ordo como el vetus ordo son válidos. Pero, ¿es la “validez” un argumento suficiente para elegir, siempre que se pueda elegir, asistir a una Misa novus ordo antes que a una Misa vetus ordo?

Martin Mosebach, autor alemán también de nuestros días, ofrece una importante aportación en su obra “La herejía de lo informe”, al afirmar que “la Misa no es un acto legal, algo que se vuelve 'válido' si cumple unos requisitos mínimos. Imagínese a un canonista tratando de explicar a un recién llegado confuso a una celebración novus ordo que lo que ha tenido lugar contiene los elementos imprescindibles ('primero, segundo, tercero') y, por tanto, es una misa 'válida'. No: la misa no es un rito mínimo al que se pueden agregar varios ornamentos, según la oportunidad, para aumentar la conciencia de los participantes. Los ritos, como enseñó Trento, 'no contienen nada innecesario o superfluo'. No hay nada en ellos que, bajo una intensa contemplación, no demuestre estar absolutamente henchido de poder espiritual. Reto a cualquiera a que estudie y reflexione sobre el significado de cualquier elemento del rito, en particular aquellas partes que la reforma del Papa Pablo VI consideró innecesarias y superfluas”. Está afirmando que existe una liturgia que es superior a otra para dar culto a Dios, y que el concepto “válido” no puede ser suficiente para “defender” el novus ordo, porque la Misa es algo más que “válida”. El novus ordo es en general más bajo en rúbricas, porque el rito ha sido “podado”, por decirlo asépticamente; y en su horizontalidad y simplificación, en muchas ocasiones, lo único que ofrece es que es “válido”.

Natalia Sanmartín afirma en el prólogo a “El nacimiento de la culturacristiana”, de Rubén Peretó, que “no basta con que el culto sea válido; la labor de la Iglesia va mucho más allá de garantizar un certificado mínimo de calidad (…). (Los hombres que nos precedieron) sabían que desde los días antiguos en que la tierra era joven, cuando Caín y Abel presentaban ofrendas muy distintas a su Creador, la gran pregunta que debe hacerse todo hombre es si el culto que ofrece es agradable o no a Dios”.

Por eso, Benedicto XVI decía que la crisis de fe en la segunda mitad del siglo XX y este primer tercio del XXI es consecuencia de la crisis de la liturgia, y no al revés. Es decir, el empobrecimiento en el rito, por bien que se celebre, la horizontalidad, la pérdida de sacralidad, la informalidad, por no hablar del ensombrecimiento del significado de sacrificio, lleva a un empobrecimiento y debilitamiento de nuestra fe.

 

 

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