Es de sobras conocida, pero no por ello menos digna de ser reproducida de nuevo aquí, para situarnos en contexto, la leyenda de la triste anécdota de Pablo VI en la sacristía dispuesto a celebrar el lunes de la Octava de Pentecostés del año 1970. La historia se cuenta como sigue:
Lunes después de Pentecostés, 1970. La reforma litúrgica ha entrado en vigor hace pocos meses. Pablo VI se levantó temprano por la mañana para ir a su capilla privada a celebrar la Santa Misa. Con sorpresa, encuentra dispuestos para él en la sacristía los ornamentos verdes en vez de los rojos, que corresponden al Pentecostés y su octava. Interroga al Ceremoniero de ese día diciéndole: «¿Qué es esto? ¡Esta es la Octava de Pentecostés! ¿Dónde están los ornamentos rojos?» Éste le responde: «Pero Santità, ya es tempus per annum (Tiempo ordinario), el color es verde. La Octava de Pentecostés fue abolida». «¿Verde? ¿eso cómo va a ser? ¿Quién ha abolido la Octava?», pregunta intrigado el Papa. «Vuestra Santidad lo hizo». Y Pablo VI llora.
Pero, ¿por qué razón fue abolida la Octava de Pentecostés tras la reforma
litúrgica fruto del Concilio Vaticano II? Cada año me pregunto lo mismo
cuando comienza de manera abrupta un “tiempo ordinario” el lunes después del
domingo de Pentecostés. Así que he pensado que podía ser interesante compartir
lo que he leído al respecto. Comencemos refrescando lo que significan tanto “Pentecostés”
como una “Octava” en el tiempo litúrgico y tratemos de reflexionar a partir de
ello del significado y las implicaciones de tal abolición.
Pentecostés es una de las fiestas más importantes del año. Del griego Πεντηκοστή (ημέρα), Pentekosté (heméra) («el quincuagésimo día»), describe la fiesta del quincuagésimo día después de la Pascua, pone término al tiempo pascual y celebra el comienzo de la Iglesia. Pentecostés ocurre siempre 50 días después de la muerte y resurrección de Jesús, y diez días después de su ascensión al cielo. Dado que la Pascua es una fiesta móvil sin fecha fija, y Pentecostés depende del momento de la Pascua, Pentecostéspuede caer en cualquier lugar entre el 10 de mayo y el 13 de junio.
Ya los judíos, a los 50 días de la Pascua, celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34:22), que en sus orígenes tenía carácter agrícola. Se trataba de la festividad de la recolección, día de regocijo y de acción de gracias (Ex 23:16), en que se ofrecían las primicias de lo producido por la tierra. Más tarde, esta celebración se convertiría en recuerdo y conmemoración de la Alianza del Sinaí, realizada unos cincuenta días después de la salida de Egipto. Por lo tanto, en el día de Pentecostés también se celebra la entrega de la Ley (mandamientos) al pueblo de Israel.
No hay registros de la
celebración de esta fiesta en el siglo I con connotaciones cristianas. Las
primeras alusiones a su celebración se encuentran en escritos de san Ireneo,
Tertuliano y Orígenes, a fines del siglo II y principios del siglo III. Ya en
el siglo IV hay testimonios de que, en las grandes Iglesias de Constantinopla,
Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de
la cincuentena pascual.
En Pentecostés, la
Iglesia celebra la venida
del Espíritu Santo y el inicio de las actividades de la Iglesia. Por ello también se
le conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la
Pascua y la Navidad. En la tradición cristiana, Pentecostés es la
celebración de la llegada del Espíritu Santo a los Apóstoles, María y los
primeros seguidores de Jesús, reunidos en el Cenáculo. Un viento «fuerte y
arrebatador» llenó la sala donde estaban reunidos, y lenguas de fuego se
posaron sobre sus cabezas, permitiéndoles hablar en diferentes idiomas para
poder entenderse. Fue un fenómeno tan extraño que algunas personas pensaron que
los cristianos estaban simplemente borrachos, pero Pedro señaló que sólo era la
mañana, y dijo que el fenómeno era causado por el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo también dio a los apóstoles los demás dones y frutos necesarios para
cumplir la gran comisión: ir a predicar el Evangelio a todas las naciones. Se
cumple la promesa del Nuevo Testamento de Cristo (Lucas 24:46-49): que los
Apóstoles serían «revestidos de poder» antes de ser enviados a difundir el
Evangelio.
¿Dónde está eso en la Biblia? El
acontecimiento principal de Pentecostés (el fuerte viento impulsor y las
lenguas de fuego) tiene lugar en Hechos 2, 13, aunque los acontecimientos
inmediatamente posteriores (la homilía de Pedro, el bautismo de miles de
personas) continúan hasta el versículo 41: Pedro, inspirado por el Espíritu
Santo, predicó a los judíos y otros no creyentes, en la que abrió las escrituras
del Antiguo Testamento, mostrando cómo el profeta Joel profetizó los
acontecimientos y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. También dijo a
la gente que el Jesús que crucificaron es el Señor y que resucitó de entre los
muertos, lo que les «cortó el corazón». Cuando le preguntaron qué debían hacer,
Pedro les exhortó a arrepentirse de sus pecados y a bautizarse. Según el relato
de los Hechos, unas 3.000 personas se bautizaron tras el sermón de Pedro.
La liturgia incluye la
secuencia medieval Veni, Sancte Spiritus. El color de las vestimentas
litúrgicas es rojo, que simboliza el amor del Espíritu Santo o de las lenguas
de fuego.
En Italia era costumbre
esparcir pétalos de rosas desde el techo de las iglesias para recordar el
milagro de las lenguas de fuego; el nombre italiano Pascha rossa proviene de
los colores rojos de las vestimentas usadas en Pentecostés. En Francia era
costumbre el toque de trompetas durante el servicio divino, con el objeto de
recordar el sonido del poderoso viento que acompañó el descenso del Espíritu
Santo.
El calendario de estas fiestas es también el
origen del concepto de la Novena -nueve días de oración- porque en Hechos 1,
María y los Apóstoles rezaron juntos «continuamente» durante nueve días después
de la Ascensión hasta llegar a Pentecostés.
Por eso, Pentecostés
se considera el “cumpleaños” de la Iglesia: Pedro, el primer Papa, predica
por primera vez y convierte a miles de nuevos creyentes. Los apóstoles y los
creyentes, por primera vez, estaban unidos por una lengua común, y por un celo
y un propósito comunes de ir a predicar el Evangelio.
Una vez visto qué es Pentecostés, veamos qué es una
Octava. En el calendario litúrgico del Misal de Pablo VI existen dos Octavas: la
Octava de Pascua y la de Navidad. Sin embargo, en el calendario previo a la
reforma de 1969 existía una tercera Octava, la de Pentecostés. ¿Qué es una Octava? La liturgia llama
“Octava” a la celebración continuada durante ocho días de una festividad
solemne. Leemos en este enlace que “la simbología del número 8 es muy elocuente. Para
la cultura helenística representa la perfección definitiva. Para nosotros
adquiere una connotación semejante si pensamos que la semana tiene siete días.
El día octavo, es a la vez el primero, el que está más allá de todo día,
símbolo y anticipo de la eternidad. Es más, el día octavo es símbolo del mismo
Cristo, Lucero de la mañana, verdadero Día sin ocaso. Ya la liturgia judía
conocía esta celebración prolongada de una gran fiesta durante ocho días
(Pascua, Ázimos, Tabernáculos), de los cuales el octavo se celebraba con gran
solemnidad, pues recapitulaba, por decirlo así, la festividad del primero y de
los subsiguientes. En el siglo IV se asignan sendas octavas a Pascua y
Pentecostés. Algunos sostienen que esta costumbre se arraigó en el “retiro”
gozoso y agradecido en el que permanecían los neófitos luego de estas grandes
Fiestas, como "paladeando" la excelencia de los dones que habían
recibido. También se asigna octava a la Navidad. Desde entonces comenzaron a
proliferar las octavas, pues se quiso dotar de ellas a las otras fiestas
solemnes, incluidas, a partir del siglo VII, las de los santos. A este último
respecto, cabe mencionar la influencia franciscana. En realidad, hasta el siglo
VI el concepto de octava se centraba más en la relación del primer día, el de
la gran solemnidad, con el octavo, también muy solemne, en el que se repetía el
oficio del día principal, como si constituyeran un único día de fiesta. Esta
perspectiva se ha conservado hasta nuestros días, pero dando realce también a
los días intermedios (llamados de la infraoctava en el calendario previo a la
reforma), lo que no ocurría en un principio. En la liturgia medieval abundaban
las octavas y se diferenciaban entre ellas de acuerdo con sus características. En
la liturgia inmediatamente previa al Concilio Vaticano II, suprimidas las
demás, solamente contaban con “octava” las tres más grandes solemnidades del
año: Pascua, Navidad y Pentecostés”.
Llegado el Concilio
Vaticano II, la reforma litúrgica se ocupó de la revisión del calendario general y dio
normas para la confección de los calendarios particulares de acuerdo con el
siguiente principio: "Para que las fiestas de los santos no prevalezcan
sobre los misterios de la salvación, déjese la celebración de muchas de ellas a las iglesias
particulares, naciones o familias
religiosas, extendiendo a toda la
iglesia aquellas que recuerden a
santos de importancia realmente
universal" (Sacrosanctum
Concilium 111). A los
reformadores se les hizo inevitable una
reforma a fondo del calendario, sobre
todo si se querían llevar a la
práctica los principios señalados
por el Vaticano II referentes al
año litúrgico en general y a la primacía
del misterio de Cristo en las
celebraciones de la iglesia (cf. SC 102-111). La estructura del año
litúrgico fue así profundamente reformada, incluida la supresión de la
pre-cuaresma (tiempo de septuagésima) y de la octava de Pentecostés. El papa aprobó el calendario revisado y anunció su publicación juntamente con el nuevo Ordo Missae el 28 de abril de 1969. La
promulgación del Calendarium Romanum Generale tuvo lugar
por medio del motu proprio Mysterü paschalis, que lleva
fecha del 14 de febrero del mismo
año. La presentación de todo el
volumen ocurrió el 9 de mayo. El
calendario, litúrgico todavía sufrió algunos retoques antes de aparecer definitivamente en la edición típica del Missale Romanum de
1970. Se considera la celebración de
la obra de la salvación estructurada
en torno a tres grandes tiempos:
las celebraciones que se mueven alrededor de la solemnidad
de la pascua, la celebración de la
manifestación del Señor y los
tiempos que no celebran algún aspecto
particular de la salvación y forman
el tiempo ordinario. Para dar “unidad y sencillez a todo el período” (cf SC 34), se suprimieron el tiempo de septuagésima y la octava de Pentecostés, así como el denominado tiempo de pasión. La
cincuentena pascual pasó a apoyarse en los domingos elevados de categoría litúrgica. El "tiempo después de Pentecostés" desapareció, junto con el “tiempo después de Epifanía”,
para convertirse en una serie
única y ordenada de domingos per annum, con un total de treinta y cuatro semanas. La característica de este tiempo es no celebrar un aspecto particular del misterio de salvación; y dentro de este período se inscriben algunas solemnidades del Señor que no cambian de puesto, a excepción de la solemnidad de Cristo Rey, asignada al último domingo de la serie. Las otras solemnidades son la Santísima Trinidad, el Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús.
Pero, si las Octavas estaban
situadas en el Misal hasta el de 1962 en las tres más
grandes solemnidades del año: Pascua, Navidad y Pentecostés, ¿por qué a la considerada tradicionalmente como la
tercera solemnidad más importante del año se le abolió la Octava? ¿No quedó así
reducida su importancia litúrgica y espiritual, su significado?
Pero esto no es todo. Por si fuera poco, buscando
información encontré este artículo de Wanderer sobre la Vigilia de Pentecostés, abolida en los años 1950. A este
respecto, dice Wanderer: “los católicos nos hemos quedado privados de una de
las ceremonias litúrgicas más importantes del calendario y que hundía sus
raíces en las celebraciones de los primeros siglos cristianos. En 1955 el Papa
Pío XII (sí, Pío XII) suprimió la vigilia de Pentecostés. Y aunque
todavía se celebra en algunas parroquias inglesas, la enorme mayoría de fieles
no podemos esperar al Paráclito, prometido por el Hijo y
enviado por el Padre, como lo hacían quienes nos precedieron en la fe”.
No acierto a comprender estas
aboliciones; este restar importancia, relevancia, a la tercera Persona de la
Santísima Trinidad y al nacimiento de la Iglesia.
No he
encontrado más información sobre la supresión de la Octava, pero respecto a la
abolición de la Vigilia, reproduzco aquí el texto de Wanderer con una breve
descripción de la perdida ceremonia:
“Su estructura es comparable a la del
Sábado Santo, a excepción de la bendición del fuego y del cirio pascual.
Comienza a la misma hora de la vigilia pascual con la lectura de seis
profecías, tres de las cuales son seguidas por un tracto, y cada
una de ellas con una oración del celebrante. Luego hay una procesión al
Baptisterio para la bendición del agua, acompañada por el canto de un tracto compuesto
con los versos del salmo 41 (Sicut cervus ad fontes aquarum). Después de
una oración, el celebrante dice la oración para la bendición del agua, como en
la Vigilia Pascual. La procesión regresa al altar cantando la letanía de los
santos, mientras que el celebrante y los ministros van a la sacristía para
vestirse para la misa.
El color de los ornamentos utilizado
en la vigilia es el violeta. Las rúbricas especifican que el sacerdote usa una
capa para la procesión a la pila bautismal. El diácono y el subdiácono visten
casullas plegadas. El rojo, el color de Pentecostés, se usa para la misa.
Cuando se terminan laS letanías, se encienden las velas, los ministros van al
altar y mientras el coro canta el Kyrie, recitan las oraciones al
pie del altar. Luego, el sacerdote realiza la incensación e inicia el Gloria,
durante la cual suenan las campanas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario