Hace unos años compré un CD con la Grosse Messe en C Menor deMozart. Cuando lo escucho, imagino a los coros celestiales cantando ante el trono de la Majestad de Dios. Qué profundidad y gravedad. Cuánta belleza. Recientemente me hice con otro CD con la Misa de Requiem, también de Mozart, y últimamente escucho en bucle la secuencia del Dies Irae.
¿Conocen el Dies Irae? En la web de la RAE se dice que la expresión latina “dies irae” se traduce como “el día de la ira”, y son las primeras palabras de una secuencia que se recitaba en las misas de difuntos. Sí, se recitaba (y se rezaba), porque, ¿alguno de ustedes la ha escuchado en alguna Misa de exequias celebrada según el Misal de Pablo VI? Yo sólo lo he escuchado una vez, precisamente en una Misa de Requiem celebrada por el rito tradicional, cantado en gregoriano a varias voces por el coro entre el tracto y el Evangelio.
Veamos qué dice el texto de esta secuencia, su
historia, cuándo se recitaba y por qué ya no se canta donde se solía, y si ha
sobrevivido a la reforma litúrgica postconciliar de alguna manera.
Vale
la pena reproducir el texto completo, por su belleza y contundencia:
¡Será un día de ira, aquel
día en que el mundo se reduzca a cenizas, como predijeron David y la Sibila!
¡Cuánto terror habrá en el
futuro cuando el Juez haya de venir para hacer estrictas cuentas!
La trompeta resonará
terrible por todo el reino de los muertos, para reunir a todos ante el trono.
La muerte y la naturaleza
quedarán espantadas, cuando todo lo creado resucite para responder ante su
Juez.
Se abrirá el libro escrito
que todo lo contiene y por el que el mundo será juzgado.
Entonces, el Juez tomará
asiento, todo lo oculto se mostrará y nada quedará impune.
¿Qué alegaré entonces,
pobre de mí? ¿De qué protector invocaré ayuda, si ni siquiera el justo se
sentirá seguro?
Rey de tremenda majestad,
Tú que salvas sólo por tu gracia, sálvame, fuente de piedad.
Acuérdate, piadoso Jesús,
de lo que has hecho y sufrido por mí; no me condenes en ese día.
Por buscarme, te sentaste
agotado; por redimirme, sufriste en la cruz, ¡que tanto esfuerzo no sea en vano!
Justo Juez de los castigos,
concédeme el regalo del perdón antes del día del juicio.
Sollozo, porque soy
culpable; la culpa sonroja mi rostro; perdona, oh Dios, a este suplicante.
Tú, que perdonaste a María
y escuchaste la súplica del ladrón, dame a mí también esperanza.
Mis plegarias no son
dignas, pero Tú, que actúas con bondad, no permitas que arda en el fuego
eterno.
Colócame entre tu rebaño, y
sepárame de los impíos, situándome a tu derecha.
Confundidos los malditos,
arrojados a las llamas terribles, llámame entre los justos.
Te ruego, compungido y de
rodillas, con el corazón contrito y deshecho como la ceniza, que cuides de mí
en el final.
Será de lágrimas aquel día,
en que del polvo resurja el hombre culpable, para ser juzgado.
Perdónanos, entonces, oh
Dios: Piadoso Señor Jesús, concédeles el descanso. Amén.
Anteriormente a la reforma litúrgica fruto del Concilio Vaticano II, la Misa de Difuntos, también denominada Réquiem (término que en latín
significa descanso, por la primera palabra de su introito: «Requiem aeternam
dona eis Domine»), formó parte de la liturgia desde los primeros momentos.
Existen evidencias de su celebración ya en el siglo II, aunque bien pudiera ser
incluso anterior. Los textos y sus diferentes partes podían variar de una
diócesis o, incluso, de una iglesia a otra. En el Concilio de Trento se fijaron
sus partes y textos: el misal del papa Pío V prescribía así las secciones del
ordinario y del propio: - Introito: Requiem aeternam - Kyrie: Propio de la misa
de difuntos - Gradual: Requiem aeternam - Tracto: Absolve Domine - Secuencia:
Dies irae - Ofertorio: Domine Iesu Christe - Sanctus: Propio de la misa de
difuntos - Agnus Dei: Propio de la misa de difuntos - Comunión: Lux aeterna.
Con anterioridad, por lo menos hasta el siglo IX, se incluyó el Alleluia; en
cambio, la secuencia Dies irae no
formó parte de la misa hasta el siglo XIV: su composición es atribuida al fraile menor de la primera mitad del siglo XIII
Tomás de Celano, que fue también uno de los primeros biógrafos de san Francisco
de Asís.
Pero la
reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II eliminó la secuencia Dies irae y la trasladó al fin del año litúrgico como himno para la
semana que antecede al primer domingo de Adviento. La reforma también
introdujo, de nuevo, el Alleluia y sustituyó, en el Agnus Dei, la frase
«dona eis requiem» por «miserere nobis» y «dona eis requiem sempiternam» por«dona nobis pacem». Estamos
(¡sorpresa!) ante un nuevo caso de que pérdida de un elemento plurisecular de
la Misa con la reforma litúrgica que supuso el Concilio Vaticano II.
El infame Annibale Bugnini, secretario de la comisión
que trabajó en la reforma de la liturgia que siguió al Concilio Vaticano II y auténtico artífice de la misma, explicó en su
obra “La reforma de la liturgia” el razonamiento de los reformadores de la
siguiente manera: "Se deshicieron de textos que olían a una espiritualidad
negativa heredada de la Edad Media. Así eliminaron textos tan familiares e
incluso amados como el Libera me, Domine, el Dies irae y otros que enfatizaban
demasiado el juicio, el miedo y la desesperación. Estos los reemplazaron con
textos que instan a la esperanza cristiana y dan una expresión más efectiva a
la fe en la resurrección".
El Dies Irae, como el resto de los cantos de la tradicional Misa
de Difuntos, incluyen algunos de los más antiguos, solemnes y conmovedores de
la Iglesia. Expresan la seriedad, la gravedad de la muerte y buscan la
misericordia de Dios para los que han muerto. Para muchos fue impactante que el
Dies Irae y otros cánticos fueran
eliminados de la Misa de Difuntos en la reforma litúrgica que siguió al
Concilio Vaticano Segundo. Entre ellos, y como triste anécdota (cito la fuente para quienes piensen que se trata de
leyendas urbanas como la del ceremoniero de Pablo VI), explica el reputado
vaticanista Sandro Magister cómo el 3 de junio de 1971, después
de la misa de conmemoración de la muerte de Juan XXIII, dicho
papa comentó: "¿Cómo es posible que en la liturgia de los
difuntos ya no se hable de pecado y expiación? Falta totalmente la imploración
a la misericordia del Señor. También esta mañana, para la misa celebrada en las
Grutas [vaticanas], aun teniendo textos hermosísimos, faltaba en ellos el
sentido del pecado y el sentido de la misericordia. ¡Pero tenemos necesidad de
esto! Y cuando llegue mi última hora, ¡pedid misericordia para mí al Señor,
porque la necesito!". Y en 1975, después de otra misa en memoria de Juan XXIII: "Ciertamente, en esta
liturgia faltan los grandes temas de la muerte, del juicio…".
Afirma Magister también que, sin ser explícita la referencia, “Pablo
VI se lamentaba, entre otras cosas, de la exclusión de la liturgia de los difuntos de la grandiosa
secuencia Dies
irae que, efectivamente, en la actualidad no se recita ni
se canta en las misas, sobreviviendo sólo en los conciertos, con música
de Mozart, Verdi y otros compositores.
La presencia del Dies Irae en la Misa de réquiem no es una cuestión del
pasado o del presente, sino de la doctrina católica sobre las postrimerías.
Tampoco se trata de una cuestión estética, de la magnificencia del canto
polifónico o de estilos de música barroca, clásica o romántica. Ateniéndonos al
texto, no puede decirse que le falten apelaciones a la misericordia de Dios;
pero sí es muy cierto que hace referencias al juicio final, a la terrible
majestad de Dios y la rendición de cuentas. Temas que brillan por su ausencia en
las nuevas Misas de exequias, pero que son el momento adecuado para recordar a
los asistentes a un funeral que habrá un juicio; uno personal y uno final, y
que todos tendremos que rendir cuentas ante Jesucristo. Aquí, habrá quien
piense que ya se “habla” de esto en todas las misas de domingo y solemnidades,
al rezar el Credo, cuando decimos que Jesucristo ha de venir a juzgar a vivos y
muertos. Y es cierto. Pero por algo, digo yo, la Iglesia establecía que se
cantase también el Dies Irae en las Misas de Requiem, recordando que
existe para todos un destino eterno, sea de salvación o de condenación.
Cierto que no todas las Misas de
exequias según el Misal de Pablo VI son iguales (ése es uno de los grandes
problemas de este Misal); en la Misa novus ordo, el tono y la
predicación de cada Misa de exequias depende del sacerdote y de los fieles
asistentes. El sacerdote puede optar por enviar al finado al cielo directamente
o hablar del purgatorio y la esperanza cristiana en la vida eterna (como si
siempre fuera bienaventurada); y los fieles, si tienen una formación católica
conservadora, pueden escuchar la enseñanza católica sobre el purgatorio o
pueden, si están en ambientes progresistas o rurales de esos que conocemos
todos, rechazarla y escandalizarse de que se hable no solamente sobre el
infierno, sino incluso sobre el purgatorio. Pongamos los pies en la tierra: ¿pueden
imaginar este texto recitado o cantado en sus parroquias, con los fieles
entendiendo su significado? ¿Qué dirían de “el fuego eterno” y “las llamas terribles”?
¿Qué pensarían de tenerse que arrodillar “compungido y con el corazón contrito”
ante Jesucristo que es Juez, cuando la opinión personal del mismísimo santo
Padre es que el infierno está vacío y cuando la jerarquía católica sólo habla
de la misericordia de Dios, pero no de su Justicia?
Para el Dr. Kwasniewski, el rito latino tradicional y el rito
según el Misal de Pablo VI representan dos ofrendas radicalmente diferentes por
los muertos: una, que tomaba la muerte con mortal seriedad, que se preocupaba
por el destino del alma del difunto y nos permitía sufrir; otro, el novus ordo,
que dejó de lado la muerte con tópicos y promesas vacías. El contraste entre
las vestimentas negras del viernes, el Dies irae y los sufragios susurrados y
la casulla blanca coronada por una estola del sábado y los sentimientos
amplificados de buena voluntad universal parecían personificar el abismo que
separa la fe de los santos del modernismo prematuramente envejecido. La
reflexión final de Kwasniewski al respecto es
digna de mención: “Me encontré pensando: el
milagro más grande de nuestros tiempos es que la fe católica ha sobrevivido a
la reforma litúrgica”. A lo que yo añadiría que es también un milagro que
la liturgia tradicional haya sobrevivido a tantos intentos por prohibirla, por
destruirla.
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