Lo que más me conmovió la primera vez que pude asistir a una Misa privada celebrada por el vetus ordo fue ver al sacerdote vuelto hacia Dios, o lo que se nos ha vendido como “de espaldas al pueblo”. Esta orientación del sacerdote, junto a los silencios por las muchas oraciones dirigidas a Dios en voz muy baja, inaudible para nosotros, además de transmitir la preciosa intimidad del ministro con el Señor, representa cómo el sacerdote nos lleva hacia Dios.
Desde aquel momento, puedo soportar cada vez menos ver al sacerdote celebrando de cara al pueblo en el novus ordo, por la pérdida de sentido que ello supone y por cuánto nos despista tanto a nosotros como él. Hace tiempo que en las celebraciones por el novus ordo cierro los ojos durante la “liturgia de la Eucaristía”; tanto para no ver al sacerdote mirándonos y no enterarme de sus acciones creativas, como para imaginar lo que debiera en realidad ser un acto íntimo con su Señor, pero que ha perdido esa intimidad, dicho en voz alta y mirando a las personas presentes.
Ésta no es una cuestión de gustos litúrgicos personales; lo que está en juego es algo mucho más importante. Los cambios en la liturgia después del Concilio, que venían ensayándose en países centroeuropeos desde los años 1920, produjeron una teoría y una práctica litúrgica nuevas, en ruptura con la tradición. El quid de la cuestión es que en lo que respecta a la orientación del sacerdote no se trata de mirar al pueblo o de darle la espalda, sino de adorar a Dios mirando al Oriente, que ha sido una ininterrumpida tradición apostólica hasta el siglo XX. El historiador de la liturgia Klaus Gamber afirmó en los años 1970 que es posible probar con toda certeza que jamás ha existido, ni en la Iglesia de Oriente ni en la de Occidente, una celebración ´versus populum´, sino que únicamente todos (el sacerdote y los fieles) se volvían hacia el Oriente para orar”. Según Gamber, fue Martín Lutero el primero que pidió que el sacerdote en el altar se volviese al pueblo; Lutero, quien negó el carácter sacrificial de la Misa y que no veía en ella más que la proclamación de la Palabra de Dios seguida por la celebración de la Cena. En la Iglesia de Oriente, por otra parte, la costumbre de celebrar “versus populum” no ha existido jamás.No se trata de una cuestión secundaria
porque, además, van unidos la orientación del sacerdote y del pueblo, el
significado del altar y la importancia (mayor o menor) de la centralidad de
Cristo en la celebración de la Misa. En la tradición bimilenaria de la Iglesia
el sacerdote ofrece el sacrificio mirando hacia el Oriente; y por eso, porque
es un sacrificio, el sacerdote está ante un altar, y no ante una mesa
cualquiera. De hecho, el equívoco provocado por los reformistas litúrgicos
entre el altar y la mesa se debe a la intención de fabricar un rito que pueda
ser aceptable a los protestantes. Resulta duro admitir que no se trata de un
cambio realizado desde la ignorancia de quienes realizaron la reforma
litúrgica, sino que la meta de los reformadores, afirma Klaus Gamber, “no era
obtener la mayor participación activa de los fieles, sino fabricar un rito que
interpretara su nueva teología”. Así, con el sacerdote vuelto hacia el pueblo
se ha producido, en palabras de Monseñor Athanasius Schneider, “una auténtica
ruptura con la práctica litúrgica constante y milenaria”, que desenfatiza el
carácter sacrificial y subraya la noción de banquete. En este sentido, W.
Siebel piensa que el sacerdote vuelto hacia el pueblo puede considerarse como
´el más perfecto símbolo del nuevo espíritu de la liturgia´. Puesto que la
costumbre hacía aparecer al sacerdote como el jefe y representante de la
comunidad, que habla a Dios en representación de ella, mientras que el cambio
de orientación del sacerdote implica que éste aparezca ahora apenas como el
representante de la comunidad y más bien como un actor. El P. John Zuhlsdorf
afirmaba que “el dar la vuelta a los altares del Vaticano II es, quizá, el cambio
individual más dañino para la identidad católica que se ha impuesto a la fuerza
a la Iglesia”.
Con el sacerdote vuelto hacia el
pueblo, la celebración se convierte en un círculo cerrado en el que la asamblea
se celebra a sí misma; se pierde de vista que la Misa está absolutamente
centrada en Dios. Cuando Cristo está presente en medio de nosotros, lo correcto
es adorarlo a Él. Por eso, la celebración de la Misa coram populo ha tenido graves consecuencias, muchas de ellas
negativas. La debilitación de la fe en que la Misa es principalmente un
sacrificio, tanto entre los fieles como entre muchos sacerdotes, es la primera
de ellas. El uso de la lengua vernácula y el estar el sacerdote de frente al
pueblo, incluso en el momento del divino sacrificio, ha fortalecido la
impresión de que lo que tiene lugar es algo directo y simple; ha contribuido en
gran medida a la evidente pérdida de sacralidad, a la horizontalidad. En 1974, Klaus
Gamber afirmaba ver las consecuencias desastrosas de todo ello, y vaticinaba
que en 50 años se revelarían plenamente. No se equivocó. Ya pudimos observar
durante el confinamiento de 2020 de manera dramática la falta de comprensión de
la Misa por parte de muchos sacerdotes y fieles. Más grave, si cabe, cuando se
trata de los sacerdotes. Como en la imagen que ilustra este texto, muchos
sacerdotes mostraron no comprender que el centro de la Misa es Dios, al que se
ofrece el Sacrificio, actualizando el sacrificio de Cristo en la Cruz. Se
encontraron totalmente desorientados ante el hecho de celebrar sin pueblo,
haciendo patente también que no comprendían que la asistencia de pueblo no es
condición necesaria para la celebración.
Si la posición del sacerdote mirando al pueblo contribuye a la pérdida
de sentido de lo más sagrado, que afecta la fe de los bautizados y se traduce
en una falta de comprensión de la Misa y en una cada vez mayor deserción del
cumplimiento del precepto dominical, ¿qué se podría hacer? Como mínimo, liberar
de nuevo la celebración por el vetus ordo
que, en realidad, no puede prohibirse: en él se halla toda la riqueza doctrinal
de siglos de la Iglesia, con su evolución orgánica. Pero, además, ¡sorpresa! La celebración
´ad orientem´ es una forma habitual de celebrar prevista en el
misal de san Pablo VI, en el novus ordo
Missae. Con la reforma litúrgica no se prescribió que el sacerdote
celebrase la Misa de cara al pueblo, sino que, de forma cautelosa, se mandaba
solamente que el altar en todas partes hiciese posible la celebración de cara al pueblo. Es decir, que la
celebración coram populo no se exige
como algo necesario en el novus ordo.
No es obligatorio el altar vuelto hacia el pueblo. Así lo hace notar el P.
Louis Bouyer, «Nada está más en contra no sólo de la auténtica tradición
cristiana, sino también del “nuevo Misal”, si es que se toman tiempo para leer
sus rúbricas. ¿No se prescribe que el sacerdote “se vuelva a los fieles” cada vez que se dirija a
ellos y no a Dios en la plegaria común?
Que la desorientación es total y
literal, aún con el Misal de Pablo VI enfatizando esta cuestión, es evidente
también en el hecho de que en la construcción de nuevos templos católicos ya no
se tiene en cuenta hacia dónde debería orientarse el sacerdote en la
actualización del Santo Sacrificio.
Para quienes puedan estar interesados
en ampliar conocimientos sobre esta importantísima cuestión, les dejo unas referencias
bibliográficas básicas: Klaus Gamber, Vueltos
hacia el Señor; Joseph Ratzinger, El
espíritu de la liturgia; Peter Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro.
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