El pasado mes de mayo estuve unos días de retiro de oración en la hospedería de la abadía benedictina Nuestra Señora de la Anunciación en Le Barroux, al norte de Aviñón.
Dediqué un texto a la comparación
de estas monjas benedictinas con otras comunidades de distintos órdenes y
carismas que denominé “progres” y “neocons”; y otro, a la comparación con otra
comunidad benedictina con la que no guarda ningún parecido aparente.
Hoy me gustaría concluir este
tríptico sobre Barroux con el que considero el más bello y esperanzador de los
tres textos a nivel eclesial y de vivencia de la verdadera fe católica.
Llegué a la abadía femenina de
Nuestra Señora de la Anunciación en Le Barroux el día de la Virgen de Fátima a
mediodía. Las hermanas me habían informado por correo que ese día se celebraba
la dedicación de la iglesia abacial, y que sería recomendable asistir a la
Misa, en la que estarían presentes también los monjes. La Misa se celebraba a
las 11.00 horas, así que me resultó imposible llegar, puesto que habría
supuesto salir de Barcelona de madrugada. Aun así, llegué después del almuerzo
y me recibió la hermana hospedera, altísima, delgada y hablando un perfecto
español. Amabilísima y sonriente, me acompañó al alojamiento, una de las
casitas de piedra con porticones y tejados verde pastel que forman la
hospedería monástica, entre los viñedos de la comunidad. Mi casita tenía el
nombre de Betania, y constaba de un
salón, un pequeño comedor con cocina y un dormitorio con baño en el piso
superior.
A la hora del rezo de Vísperas
acudí a la iglesia abacial, donde pude presenciar y disfrutar de la liturgia
más bella que jamás haya contemplado: a la oración litúrgica de Vísperas acudió
también la comunidad masculina, cuya abadía se encuentra a tan sólo 10 minutos
en coche. Me es imposible describir la belleza de la oración; una suerte de
danza de alabanza, de dar gloria a Dios también con el cuerpo que despliega el
rito litúrgico tradicional. Sólo podía pensar que aquello era la antesala del
Cielo, la gloria y la dignidad del culto que Dios merece y que de buen seguro
le son agradables. Qué dulces son las lágrimas provocadas por la contemplación
de la belleza.
Estuve allí cinco días, uno de
los cuales pude también asistir a Misa conventual en la abadía masculina,
precedida por la oración de la hora menor de Tercia. La oración intemporal, no
asociada a ninguna moda del mundo y que no puede, por tanto, pasar de moda, se
desplegaba con toda belleza, armonía y precisión ante los ojos de los fieles,
inundando nuestros corazones y nuestras mentes. Existe una profunda
espiritualidad en el canto gregoriano: “su melodía es sencilla, sin
grandes saltos de una nota a otra; no admite grandes diferencias de volumen,
carece de rito y no busca frases altisonantes o dramáticas. Y, sin
embargo, no resulta monótono, es claro, bien articulado, expresivo y dotado
de gran capacidad para llegar al alma. En el canto gregoriano entendemos
una profunda expresión de espiritualidad, sabiamente conseguida.
En la visita a la abadía
masculina llevaba además la petición de mi amiga Natalia Sanmartín Fenollera de
saludar de su parte a un monje. Al finalizar la Misa, pregunté por él en la
portería, con mi precario francés, y al preguntar el hermano portero quién
debía decir al monje que preguntaba por él, el nombre de Natalia hizo
resplandecer en su rostro una enorme sonrisa. Una tónica que se repetía por
doquier con cada monje y monja con quien tuve ocasión de hablar (pocos, porque
son de clausura; hospederos, torneros, este hermano concreto y la Madre
Abadesa). El encuentro con el monje al que Natalia me había pedido visitar fue
una auténtica delicia: en una improvisada mezcla de español y francés, el
Hermano, lleno de entusiasmo, me explicó lo que había significado para él leer El despertar de la Señorita Prim y el
fenómeno que había representado para estas dos comunidades, fundadas con la
voluntad de “hacer experiencia de la Tradición de la Iglesia”, en palabras de
Dom Gérard, su fundador; por la importancia respecto a la vivencia de la fe y
la Tradición de la Iglesia que tiene su lectura para toda alma que se sumerja
en ella.
El monje me explicó también la
maravillosa realidad del progresivo establecimiento a lo largo de los años de
familias católicas tradicionales en el pueblo de Barroux, alrededor de la
Abadía y del papel fundamental de Dom Gérard en la iniciativa de la peregrinación
tradicional de Chartres, que se celebraba ese fin de semana (culminando el
domingo de Pentecostés). En la portería pude además recoger un tríptico de la
escuela Santa Ana, establecida hace más de 25 años en Barroux, y su “pedagogía
clásica”, así como pasar por delante de la verja del instituto San José
mientras volvía hacia la abadía femenina; instituto, como indica el tríptico de
la escuela Santa Ana, en continuidad con su método pedagógico clásico.
Para el camino de regreso hacia
Nuestra Señora de la Anunciación elegí atravesar la localidad de Barroux. En el
camino de ida había paseado entre extensiones de viñedos, y preferí para el
regreso ascender por la colina que culmina en un imponente castillo medieval
rodeado de casitas de piedra y hermosas flores, en plena primavera. Atravesando
muy despacio el pueblo desde el coche, admirando el castillo, al volver la
cabeza me di cuenta súbitamente del maravilloso
vínculo que existe entre Barroux y San Ireneo de Arnois, el pueblo en que
se desarrolla la acción de El despertar
de la Señorita Prim. Barroux es una plasmación real, arquitectónica y
urbanísticamente, de San Ireneo (aunque en San Ireneo no parece haber un
castillo medieval).
Unido a esta similitud física
entre ambos lugares, el real y el ficticio, con la presencia de las abadías
tradicionales, masculina y femenina, las familias católicas que se han
instalado en el pueblo y asisten a Misa y reciben formación de los monjes y la
existencia de las escuelas con método de educación clásica, existe un vínculo
aún más maravilloso, el amor que tienen
las monjas y los monjes a Natalia Sanmartín (que es mutuo) y el reconocimiento
de la importancia de su novela para despertarnos a la verdad, el bien y la
belleza. El día que partía de allí, la hermana hospedera me informó de que
la Madre Abadesa tenía muy poquito tiempo, pero quería hablar un momento
conmigo. Así que, después de Misa, me dirigí al locutorio y allí estaba ella,
con la hermana hospedera como intérprete, una mujer joven y serena de mirada
vibrante, ardiente de celo por Dios, deseosa de compartir brevemente el amor de
su comunidad y el suyo propio a Natalia Sanmartín y el regalo que ésta nos ha
hecho a todos con su novela y su Cuento
de Navidad, escrito expresamente a petición de la abadesa. Me dio además
instrucción de transmitir a Natalia el mensaje de que siga escribiendo,
petición a la que me uno con entusiasmo.
Ni que decir tiene que, si no
estuviera tan lejos de mi familia, me habría planteado muy seriamente establecerme
en Le Barroux para poder asistir a Misa tradicional en las abadías y al rezo
litúrgico con la comunidad femenina. El corazón y el intelecto me piden cada
vez más fuertemente vivir en una comunidad católica, abierta a anunciar a Dios,
pero en la que la convivencia con otros católicos me ayude a afianzar y
profundizar la fe. Me acabó de quedar meridianamente claro que la tradición es
el futuro de la Iglesia. Y que, en palabras del cardenal Newman, “un proceso
lento y silencioso está fraguándose en los corazones de muchos”,
descubriéndola.
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