miércoles, 14 de agosto de 2024

De tradis, progres y neocons


El pasado 23 de abril asistí a Misa de San Jorge en el santuario de Torreciudad. Misa a las 6 pm, celebrada por el rector del santuario en la capilla de la Virgen de Guadalupe. Muy digna, muy sobria. Coincidía la fecha con la conmemoración de la Primera Comunión de San Josemaría.

Después de la Misa, pensaba en cómo ésta había sido un bálsamo para el alma después de diversos y espantosos abusos que he presenciado recientemente en diversas Misas. Normalmente, uno piensa que no va a llevarse sustos en una Misa celebrada por un sacerdote del Opus Dei; y suele ser así. Pero entre los extremos de los abusos y el culto que Dios verdaderamente merece hay varios temas que podríamos comentar, porque la cuestión litúrgica no se reduce a los extremos. Precisamente, en estos meses de asistencia a Misas celebradas en ambos ritos (que Benedicto XVI llamaba “dos formas de celebrar un mismo rito, el romano”), cada vez me parece más que, precisamente cuando más dignamente es celebrada una Misa novus ordo, más patentes son sus limitaciones intrínsecas.

La Misa es primero para Dios, para darle gloria, y por eso es necesaria la solemnidad. Hace un tiempo, las reflexiones sobre el culto y su dignidad partían exclusivamente de presenciar abusos, pero el tiempo y la asistencia a la Misa por ambos ritos me ha hecho dar cuenta de que, en las Misas con abusos, que son desgraciadamente la mayoría, tal vez no haga falta ya entretenerse. Sencillamente, hay que evitarlas, no asistir a ese tipo de Misas. Hay que buscar la Misa más dignamente celebrada posible cada domingo y día de precepto, y no perder el tiempo en los abusadores litúrgicos y doctrinales, tanto presbíteros y obispos como laicos, que posiblemente ya han dejado de ser católicos. Son una manifestación de los modernistas condenados a principios del siglo XX por san Pío X; y el modernismo es la suma de todas las herejías. No hace falta detenerse en ellos. Son un gran problema, ciertamente, porque cuentan entre sus filas con muchos obispos, cuyos errores debemos resistir cuando no se adhieren a la Tradición de la Iglesia, aun reconociendo su legitimidad. Quieren vaciar la Iglesia de su contenido y venderla al mundo. Confunden a los pequeños. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros (1Jn 2, 19).

Yo he estado perpleja durante años; prácticamente, todo el pontificado de Francisco, que ha puesto al descubierto la extrema gravedad de la situación; sufriendo enormemente presenciando todo tipo de abusos litúrgicos, doctrinales y pastorales en la Iglesia. Pero ya no estoy perpleja; voy viendo más claro qué ha ocurrido en la Iglesia desde las primeras décadas del siglo XX y la perplejidad ha dejado paso a la inmersión paulatina en la Tradición de la Iglesia, que es lucha, combate, mucho esfuerzo, mucha oración, nadar a contracorriente; pero es verdad, es bien y es belleza; es la Iglesia fundada por Cristo para llevar a los hombres a Dios.

Por ello, aunque durante años, ante los desvaríos de los progresistas, he apreciado ciertos aspectos del neo-conservadurismo en la Iglesia, entendidos en el contexto histórico en que aparecieron, me parece importante reflexionar sobre la diferencia radical entre un católico conservador y un católico tradicional. Y no se trata de crear división, sino de aclarar confusiones.

Para el mundo y el progresismo eclesial, un movimiento neo-conservador como es el Opus Dei es considerado lo más tradicionalista en la Iglesia, considerado desde un sentido peyorativo de “cerrado”, “anticuado”, “fanático”. No son capaces de más. No pueden ver las diferencias fundamentales en materia teológica y litúrgica que existen entre las posturas neo-conservadoras y las tradicionalistas (que prefiero llamar “tradicionales”). En cuanto a la liturgia, sobra decir la obviedad: que, mientras los neo-conservadores asisten a Misa celebrada según el Misal de Pablo VI, los tradicionales asisten a la llamada “Misa tradicional”, siguiendo el Misal de 1962 (y, para la Semana Santa, la liturgia anterior a la reforma de 1955). En cuanto a la doctrina y la jerarquía eclesial, entiendo que desde 1978 hayan intentado poner freno a los abusos, pero hacerlo partiendo del post-Concilio Vaticano II es una apuesta, a mi modo de ver, errónea. Para ser fieles a la Iglesia y al Papa, en estos tiempos, se ven obligados a realizar unas concesiones y juegos de malabares que les lleva a hacer aguas por todas partes, a mundanizarse y a escorarse hacia el sentimentalismo, a falta de argumentos sólidos que sostengan todo lo que ocurre. El bloggero Wanderer lo explicó de manera inmejorable aquí.

Después de haber pasado un tiempo en posturas neo-conservadoras, busco ahora que la he descubierto vivir plenamente en la Tradición de la Iglesia. En lo que ésta dijo siempre, que no puede ser contradicho, y en la manera en que durante siglos celebró su fe, con una evolución orgánica del culto público, pero sin rupturas ni experimentos. El novus ordo es una especie de Frankenstein, una Misa creada por unos señores sentados alrededor de una mesa (o en una trattoria), decidiendo arbitrariamente qué añadir y qué suprimir por innecesario (repeticiones y genuflexiones, por ejemplo), con el objetivo de hacer la Misa católica “comprensible al hombre moderno” (y, de paso, aceptable por los herejes protestantes). La Tradición de la Iglesia no es un pasado que se fue, sino algo vivo y perenne, expresado en el culto público a Dios, en la oración litúrgica y, sobre todo, la santa Misa. El novus ordo o ritus modernus, como lo definió Klaus Gamber para diferenciar la Misa de Pablo VI de la Misa anterior a las reformas de los años 1950, es tremendamente horizontal y desacralizado, ruidoso y verborreico, con un sacerdote que mira a los ojos a los fieles como si estuviera dialogando con ellos (ésa es la idea, desgraciadamente), que mira hacia la puerta cuando ésta se abre porque alguien entra tarde; que no parece centrado en Dios. La sustitución de la lengua latina por la vernácula, que ni siquiera el Misal de Pablo VI pedía ni imponía, es una trampa mortal: de tan familiar, porque lo “entendemos” todo, nos despistamos y no escuchamos, además de que convierte la manera de hablar del sacerdote en insoportablemente coloquial por digna que pretenda ser la celebración (no entraremos en las homilías, que merecen comentario propio) y fácilmente dada a inclusiones casuales totalmente innecesarias. El sacerdote vuelto hacia el pueblo, como pidió Lutero, desplaza el eje de la Misa de Dios al hombre; la convierte en una ceremonia antropocéntrica: el centro ha pasado de Dios a la asamblea. Por eso, el novus ordo Missae de Pablo VI no sólo no alcanza a dar gloria a Dios como Él merece cuando se celebra “mal”, sino que es un rito objetivamente inferior para tal propósito. Sólo hace falta comparar el Misal de 1962 y el de 1969 para verlo, como hace Pablo Marini muy gráficamente en una obra que considero imprescindible, “El drama litúrgico”.

Por eso, sin negar la validez del novus ordo Missae de Pablo VI – siempre hay que andar aclarando esto -, me atrevo a lanzar la invitación, a quien tenga la posibilidad, de asistir a una Misa por el vetus ordo, a una Misa tradicional. Después de hacerlo, todas las explicaciones anteriores se vuelven innecesarias, por obvias. Las diferencias son notables entre ambos ritos, pero atrévanse a contemplar sin prejuicios en una Misa tradicional al ministro en el altar y su corazón y su mente no necesitarán más razones para reconocer la grandeza del verdadero culto a Dios que la Iglesia ha celebrado durante siglos y que ha santificado a tantas personas, muchas de las cuales, en los últimos siglos, no necesitaban comprender el latín. Y que sigue santificando a cada vez más personas cuyo corazón, como el de todo ser humano, está inquieto hasta que no descansa en Dios. Y así descansa en una Misa celebrada por el vetus ordo; contempla, da gloria a Dios y alimenta nuestra fe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario