La impactante frase
que encabeza este texto es el título de una conferencia de don Jorge Manuel
Rodríguez Almenar, presidente del Centro
Español de Sindonología (CES, en Valencia), asociación cultural sin ánimo
de lucro que se dedica desde finales de los años 1980, como puede leerse en su
página web, al estudio y la difusión de la Sábana Santa, el Sudario de Oviedo y
otras reliquias (entre ellas, el Santo
Cáliz de Valencia).
Hace años que soy
socia del CES y sigo todo lo que publica; por una módica aportación económica se
puede estar informado de las investigaciones y contribuir a que se pueda seguir
investigando y difundiendo este importantísimo conocimiento. Descubrí el CES
buscando información en internet sobre la Sábana Santa, que siempre me ha
fascinado, y he aprendido cosas aquí que no he oído a ningún sacerdote predicar
desde el ambón y que considero que me ha ayudado y me ayuda enormemente en la
vivencia y profundización de la fe.
En los últimos meses
se está hablando mucho de la Sábana Santa, a partir de la exposición itinerante
“The mistery man”, con una imagen a tamaño real muy realista de Jesús muerto
tal como debía estar en el sepulcro, envuelto en la sábana santa, reproduciendo
en el cuerpo todos los rasgos y heridas que aparecen en el lienzo. También
porque, finalmente, una prueba científica de datación ha afirmado que la
Síndone, que tal es el nombre en griego de la Sábana Santa, tiene unaantigüedad de dos mil años. Sobre todo a partir de esta segunda noticia,
estos meses se han publicado multitud de informaciones con una imagen generada
por inteligencia artificial que mostraría el auténtico rostro de Jesús según la
Sábana Santa.
En realidad, empero,
esta noticia no es nueva. Desde el Centro Español de Sindonología hace años que
lo afirman, en base a estudios científicos de la Sábana Santa: el tipo de tejido, los restos de polen y ungüentos
y otras evidencias sitúan el lienzo en la Palestina del siglo I después de
Cristo y nos dicen muchas cosas sobre el uso de ese lienzo para el entierro de
Jesús: sobre todo, el hecho de que se trata de un tejido utilizado para la
confección de las túnicas de los sacerdotes que seguramente José de Arimatea compró
en el templo mismo de Jerusalén. Se trata del reconocimiento del sacerdocio de
Jesucristo plasmado en su mismo entierro. Por si eso fuera poco, todas las
marcas de heridas en el cuerpo del hombre de la sábana (corona de espinas,
clavos, herida en el costado, marcas de los latigazos) coinciden con los
relatos evangélicos.
Éstas y otras informaciones fascinantes se aprenden en las conferencias de don Jorge Manuel Rodríguez y otros miembros del CES, que acumulan cientos de miles de visualizaciones en Youtube. Sin embargo, paradójicamente, nuestro conocimiento de las mismas es escaso. Por ejemplo, yo nunca he escuchado a un sacerdote predicar algo parecido, ni siquiera durante el Triduo Pascual. Y eso que muchas informaciones del CES sobre el Santo Cáliz de Valencia, otra de las reliquias que estudian, se apoyan en una obra súper ventas de Scott Hahn, La Cuarta Copa, editado por Rialp y en el que se ve de modo inequívoco la conexión intrínseca – ignorada en las explicaciones actuales sobre la institución de la Santa Misa – entre la Santa Cena y el Calvario.
Otra reliquia que
estudia el CES es el Santo Sudario de
Oviedo, expuesto en la Catedral del Salvador de esa ciudad; una reliquia
enormemente importante, porque a partir de investigaciones llevadas a cabo por
el CES se puede demostrar que todas las heridas que están en la cabeza del
hombre de la Sábana Santa están el mismo sitio en el sudario de Oviedo. Las
manchas pueden ser distintas, pero los focos son iguales: coinciden, al colocar
réplica de uno sobre el otro; algo irrevocable. Afirma textualmente don Jorge
Manuel Rodríguez en una de sus conferencias que “tal vez nunca se podrá probar científicamente que este lienzo de
Oviedo fue el mismo sudario que cubrió la cabeza de Jesús crucificado, ni que
los grumos de sangre condensados en él, son los que brotaron de sus llagas. Pero la concordancia de los datos del
examen científico emprendido con lo que la tradición atribuye al Sudario de
Oviedo reafirma la solidez de aquella tradición, y prueba que los cristianos
que recibieron esta reliquia traída de Jerusalén y transportada a la Asturias
transmontana, no es en modo alguno un objeto-ficción inventado para
enfervorizar bobaliconamente a los cristianos”.
En estas palabras
hay dos datos especialmente importantes: 1) el estudio científico de las reliquias y 2) la concordancia de los datos con la tradición sobre las reliquias.
Sobre la primera
cuestión, es muy interesante la propia presentación que hace el CES sobre sí
mismo: “Somos un grupo de gente de todas las edades que quiere saber la verdad
sobre la Síndone, el Sudario y otras reliquias relacionadas con Jesucristo y
por ello no pretendemos convencer a todos de que esas reliquias son auténticas,
lo sean o no. Para nosotros las reliquias no son un fin en sí mismo, sino que
pueden ser un medio de conocimiento sobre la
figura histórica de Jesús, que es lo que nos interesa realmente. Este punto
de vista nos permite una absoluta libertad de pensamiento sobre estos objetos,
pues si fueran falsos no aportarían nada, y serían elementos sin interés. Somos
conscientes de que la aparición del protestantismo – que abominaba de las
reliquias considerándolas como algo supersticioso – y la indudable existencia
de reliquias falsificadas, ha originado una desconfianza generalizada sobre
ellas en el mundo actual, pero si hoy en día no se puede mantener que todas
sean auténticas, tampoco es defendible que todas sean falsas. No es aceptable
en pleno siglo XXI actuar con un prejuicio semejante”.
“Es frecuente oír hablar de ellas – especialmente de la Síndone – de forma subjetiva, como si fueran materia de opinión. No son conceptos que se puedan discutir, sino objetos que se deben estudiar objetivamente, y eso es lo que buscamos: que se estudien para poder desentrañar qué son realmente y qué información nos pueden aportar”.
Inicialmente, el CES
se planteaba solamente la investigación y divulgación de los estudios sobre la
Sábana de Turín, pero “inmediatamente fuimos conscientes de la necesidad de
ampliar nuestro estudio a otras reliquias atribuidas a Jesús. No nos podemos
limitar a la Síndone, pues el conocimiento de otras reliquias – especialmente
el Sudario de Oviedo – nos pueden aportar, de ser auténticas, datos
fundamentales sobre la persona de Jesús. Por eso no basta con plantearse su
autenticidad – que no es más que el primer paso de un estudio -; a partir de
ahí, hay que plantearse que, como documentos que son (objetos arqueológicos),
contienen una información muy valiosa. En esta búsqueda, que está resultando
una aventura realmente apasionante, estamos embarcados creyentes y no
creyentes, pues el CES no es una entidad
confesional. Además, nuestros socios son de toda condición personal y profesional.
Lo que nos unen son nuestros fines y las actividades que realizamos para
hacerlos posibles”.
Una cuestión que repite siempre Jorge Manuel Rodríguez para explicar el enfoque del estudio científico es la afirmación de San Juan Pablo II de que la Síndone no es un objeto de fe, sino un objeto arqueológico. De hecho, el objeto arqueológico más estudiado de la historia.
Decía Benedicto XVI que “la fe exige el realismo del acontecimiento”, que “la opinión según la cual la fe como tal no conoce absolutamente nada de los hechos históricos y debe dejar todo eso a los historiadores, es gnosticismo. Esa opinión desencarna la fe y la reduce a pura idea. En cambio, para la fe que se basa en la Biblia, precisamente el realismo del acontecimiento es una exigencia constitutiva. Un Dios que no puede intervenir en la historia y manifestarse en ella, no es el Dios de la Biblia”. De hecho, para el teólogo Joseph Ratzinger, tal como éste mismo explica en su trilogía Jesús de Nazaret, “si dejamos de lado la historia, la fe cristiana como tal queda eliminada y transformada en otra religión”. Para Ratzinger, el Cristo de la fe es el Jesús de los Evangelios. Esto es totalmente razonable, lógico. Nuestra fe no se apoya en el vacío. No es un mito. Por eso me resulta lamentable y doloroso escuchar lo que se enseña desde ciertos ámbitos académicos auto-denominados católicos y cómo viven esta cuestión muchos fieles.
Sobre la primera cuestión, asistí hace un par de años a una conferencia impartida por toda una profesora del Ateneo San Paciano, de la facultad de Teología de Cataluña, sobre la representación pictórica de Jesús a lo largo de los siglos. En toda la conferencia no mencionó la Síndone, cuando está muy estudiado cómo el conocimiento de la misma en diversas etapas de la historia influyó decisivamente en la representación artística de Jesús. Un asistente a la conferencia tuvo la osadía de preguntar a la ponente sobre esta cuestión al finalizar, en el turno de preguntas, a lo que ella, sin despeinarse, afirmó que se trataba de un objeto para la devoción privada. Menuda experta; pobres alumnos. Y estas afirmaciones se realizaron en presencia de un obispo.
Lo cual me lleva a reflexionar también sobre el escaso conocimiento que tiene el común de los fieles sobre estas reliquias y sobre todas las evidencias históricas no sólo de Jesús como personaje histórico, sino de su divinidad. Está claro que la fe es un don, pero también es cierto que todas estas demostraciones objetivas de la veracidad de lo que narra la Biblia y dice la Tradición de la Iglesia apoyan nuestra fe sobre un fundamento sólido. No entiendo, aunque tal vez se trate de una manía personal, a las personas que, como afirmábamos la pasada semana, corren visitando todas las apariciones y revelaciones privadas posibles, participan en actividades cargadas de emotivismo, pero no forman su fe intelectualmente sobre un fundamento sólido. Como afirmaba el P. Charles Murr en un vídeo del canal de Youtube “La fe de la Iglesia”, el anti-intelectualismo no es católico, sino que es de origen protestante. La fe y la razón son complementarias, aunque la primera supere a la segunda en la comprensión de ciertas verdades. Lo ha dicho siempre la Iglesia, pero hoy parece haber caído en el olvido.
Volviendo al tema de
la Síndone, el mismo Jorge Manuel Rodríguez defendió no hace muchos años una
tesis doctoral sobre la Síndone y su influencia en la
representación artística de Jesús en la historia. Sus explicaciones son
fascinantes y, nos llevan a la segunda cuestión sobre la que quería reflexionar,
la concordancia de los datos con la tradición sobre
las reliquias, puesto que la investigación sobre estos objetos reconstruye el más que
posible recorrido de la Síndone desde el sepulcro de Jesús hasta su actual ubicación
en la catedral de Turín; y lo mismo ocurre con los otros dos objetos: cómo
llegaron el Santo Cáliz a Valencia y el santo Sudario a Oviedo, respectivamente.
Puede que estos objetos sean reliquias de Jesucristo o puede que
no. Pero la investigación con
metodología arqueológica revela que concuerdan con la narración de los
evangelios y está documentada muy sólidamente su trayectoria histórica. Con
respecto al Santo Cáliz, por ejemplo, la investigación es fascinante no sólo en
cuanto a las características materiales del vaso o copa, sino también en cuanto
al finísimo relicario medieval que lo sostiene, obra firmada de orfebre, y su
recorrido histórico: seguramente Marcos, hijo del dueño del Cenáculo y
propietario de esta copa con la que Jesús celebró la Santa Cena e instituyó la
Eucaristía, llevó consigo el vaso a Roma cuando fue allí con san Pedro. Desde
san Pedro, los papas celebraban la Misa utilizando ese mismo cáliz; por eso en
el canon romano se dice que Jesús tomó “este mismo cáliz precioso”. De allí,
con la persecución, San Lorenzo, diácono del papa, envió a Huesca, de donde era
originario, el cáliz, para salvarlo del expolio. Allí estuvo escondido siglos,
en la montaña, donde se replegaron los cristianos por el avance de los
sarracenos. Todo esto está documentado. No es una fábula. Es la tradición sobre
la trayectoria histórica del cáliz, sólidamente apoyada por la documentación
histórica y la arqueología. De su escondite en la montaña pasó a san Juan de la
Peña, donde se conserva una réplica. Y posteriormente, cuando el rey de la
Corona de Aragón trasladó su corte a Valencia, el cáliz acabó en la catedral de
la ciudad. Hasta hoy.
Me pareció, por cierto, también muy triste una visita guiada que
tuve oportunidad de realizar en San Juan de la Peña, a donde asistí solamente
para conocer más sobre el tiempo en que el santo Cáliz estuvo custodiado allí,
en que se explicaba con mofa la historicidad del cáliz y la “leyenda” de que
hubiera estado allí. La ignorancia es muy atrevida. Se cubre con un velo de
pretendida laicidad lo que no es más que desconocimiento de las investigaciones
científicas e históricas sobre el objeto y, con ello, se engaña a todas las
personas que pasan por esas visitas. Por otra parte – y es sólo mi opinión, sin
saber si es factible -, creo que los obispos deberían estar más atentos a estas
cuestiones, que contribuyen a la formación de los fieles y, con ello, a una fe
más sólida.
Éstas y otras informaciones fascinantes se aprenden en las conferencias de don Jorge Manuel Rodríguez y otros miembros del CES, que acumulan cientos de miles de visualizaciones en Youtube. Sin embargo, paradójicamente, nuestro conocimiento de las mismas es escaso. Por ejemplo, yo nunca he escuchado a un sacerdote predicar algo parecido, ni siquiera durante el Triduo Pascual. Y eso que muchas informaciones del CES sobre el Santo Cáliz de Valencia, otra de las reliquias que estudian, se apoyan en una obra súper ventas de Scott Hahn, La Cuarta Copa, editado por Rialp y en el que se ve de modo inequívoco la conexión intrínseca – ignorada en las explicaciones actuales sobre la institución de la Santa Misa – entre la Santa Cena y el Calvario.
“Es frecuente oír hablar de ellas – especialmente de la Síndone – de forma subjetiva, como si fueran materia de opinión. No son conceptos que se puedan discutir, sino objetos que se deben estudiar objetivamente, y eso es lo que buscamos: que se estudien para poder desentrañar qué son realmente y qué información nos pueden aportar”.
Una cuestión que repite siempre Jorge Manuel Rodríguez para explicar el enfoque del estudio científico es la afirmación de San Juan Pablo II de que la Síndone no es un objeto de fe, sino un objeto arqueológico. De hecho, el objeto arqueológico más estudiado de la historia.
Decía Benedicto XVI que “la fe exige el realismo del acontecimiento”, que “la opinión según la cual la fe como tal no conoce absolutamente nada de los hechos históricos y debe dejar todo eso a los historiadores, es gnosticismo. Esa opinión desencarna la fe y la reduce a pura idea. En cambio, para la fe que se basa en la Biblia, precisamente el realismo del acontecimiento es una exigencia constitutiva. Un Dios que no puede intervenir en la historia y manifestarse en ella, no es el Dios de la Biblia”. De hecho, para el teólogo Joseph Ratzinger, tal como éste mismo explica en su trilogía Jesús de Nazaret, “si dejamos de lado la historia, la fe cristiana como tal queda eliminada y transformada en otra religión”. Para Ratzinger, el Cristo de la fe es el Jesús de los Evangelios. Esto es totalmente razonable, lógico. Nuestra fe no se apoya en el vacío. No es un mito. Por eso me resulta lamentable y doloroso escuchar lo que se enseña desde ciertos ámbitos académicos auto-denominados católicos y cómo viven esta cuestión muchos fieles.
Sobre la primera cuestión, asistí hace un par de años a una conferencia impartida por toda una profesora del Ateneo San Paciano, de la facultad de Teología de Cataluña, sobre la representación pictórica de Jesús a lo largo de los siglos. En toda la conferencia no mencionó la Síndone, cuando está muy estudiado cómo el conocimiento de la misma en diversas etapas de la historia influyó decisivamente en la representación artística de Jesús. Un asistente a la conferencia tuvo la osadía de preguntar a la ponente sobre esta cuestión al finalizar, en el turno de preguntas, a lo que ella, sin despeinarse, afirmó que se trataba de un objeto para la devoción privada. Menuda experta; pobres alumnos. Y estas afirmaciones se realizaron en presencia de un obispo.
Lo cual me lleva a reflexionar también sobre el escaso conocimiento que tiene el común de los fieles sobre estas reliquias y sobre todas las evidencias históricas no sólo de Jesús como personaje histórico, sino de su divinidad. Está claro que la fe es un don, pero también es cierto que todas estas demostraciones objetivas de la veracidad de lo que narra la Biblia y dice la Tradición de la Iglesia apoyan nuestra fe sobre un fundamento sólido. No entiendo, aunque tal vez se trate de una manía personal, a las personas que, como afirmábamos la pasada semana, corren visitando todas las apariciones y revelaciones privadas posibles, participan en actividades cargadas de emotivismo, pero no forman su fe intelectualmente sobre un fundamento sólido. Como afirmaba el P. Charles Murr en un vídeo del canal de Youtube “La fe de la Iglesia”, el anti-intelectualismo no es católico, sino que es de origen protestante. La fe y la razón son complementarias, aunque la primera supere a la segunda en la comprensión de ciertas verdades. Lo ha dicho siempre la Iglesia, pero hoy parece haber caído en el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario