Lo que más me conmovió la primera vez que pude asistir a una Misa privada celebrada por el vetus ordo fue ver al sacerdote vuelto hacia Dios, o lo que se nos ha vendido como “de espaldas al pueblo”. Esta orientación del sacerdote, junto a los silencios por las muchas oraciones dirigidas a Dios en voz muy baja, inaudible para nosotros, además de transmitir la preciosa intimidad del ministro con el Señor, representa cómo el sacerdote nos lleva hacia Dios.
Desde aquel momento, puedo soportar cada vez menos ver al sacerdote celebrando de cara al pueblo en el novus ordo, por la pérdida de sentido que ello supone y por cuánto nos despista tanto a nosotros como él. Hace tiempo que en las celebraciones por el novus ordo cierro los ojos durante la “liturgia de la Eucaristía”; tanto para no ver al sacerdote mirándonos y no enterarme de sus acciones creativas, como para imaginar lo que debiera en realidad ser un acto íntimo con su Señor, pero que ha perdido esa intimidad, dicho en voz alta y mirando a las personas presentes.